La Celestina

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xxiii. Calisto vuelve al huerto de Melibea

A
unque esta es solo la segunda vez que aparece en el texto un furtivo encuentro nocturno entre Calisto y Melibea, poco más tarde ella dirá que del deleitoso amor prohibido habían gozado casi un mes. Eso, las canciones que preceden al encuentro y la actitud manifiestamente más relajada de los amantes (aunque siempre dentro de los confines, parodiados, del lenguaje del amor cortés), nos permiten pensar que se habían convertido en un ameno, agradable y dulce hábito. Canta Lucrecia:

¡Oh quién fuese la hortelana

de aquestas viciosas flores

por prender cada mañana

al partir a tus amores.

Vístanse de nuevas colores

los lirios y la azucena

derramen frescos olores

cuando entre, por estrena.

...viciosas flores, es decir, "abundantes". La canción es del género de las albas o albadas, las canciones cantadas por los amantes al amanecer —al alba— después de haber pasado la noche juntos... castamente. Estrena: regalo que se da en señal de satisfacción o de gusto; placer.

Sigue Lucrecia:

Alegre es la fuente clara

a quien con gran sed la vea

mas muy más dulce es la cara

de Calisto a Melibea,

pues aunque más noche sea

con su vista gozará.

¡Oh cuando saltar le vea,

qué de abrazos le dará!

Saltos de gozo infinitos

da el lobo viendo ganado,

con las tetas los cabritos

Melibea con su amado.

Nunca más deseado

amador de su amiga,

ni huerto más visitado

ni noche más sin fatiga.

Dulces árboles sombrosos

humilláos cuando veáis

aquellos ojos graciosos

del que tanto deseáis.

Estrellas que relumbráis

Norte y Lucero del día,

¿por qué no le despertáis

si duerme mi alegría?

Papagayos, ruiseñores

que cantáis al alborada

llevad nueva a mis amores

como espero aquí asentada.

La media noche es pasada

sabedme si hay otra amada

que lo detiene.

Afortunadamente para entonces, Calisto ya había saltado la tapia y, habiendo oído los últimos versos de su amada, le dijo:

Lucrecia, como criada de Melibea, ayudaría a Calisto a quitarse su armadura... Debemos entender que ella aprovecha la ocasión para acariciar a Calisto, provocando la suave reprimenda de Melibea... que no estaba dispuesta a un menage a trois.

Y bueno... tal como Lucrecia «Ya me duele a mí la cabeza de tanto escucharlos hablar de sus brazos que se retozan y de sus bocas que se besan... ¡Vaya!, por fin ya se callan y duermen.» quizás ya hayamos pasado suficiente tiempo siendo testigos de los encuentros de Calisto y de Melibea en el huerto.

Si es así, estamos justo a tiempo. Estaban los amantes en ese momento, cuando se oyeron desde ahí las voces que daba Sosia contra los hombres de Traso. Se levantó, pues Calisto y le pidió a Melibea su capa, que estaba debajo de su cuerpo.

Y sí, ya estaba puesta...Para entonces, Tristán y Sosia ya habían hecho huir a Traso y a sus bellacos que, cualquiera que hayan sido las promesas que le hicieran a Centurio, no tenían deseos de ningún pleito ni siquiera con pajecillos novicios como los de Calisto... Pero en el momento en el que Tristán le gritaba que no bajase, porque los otros ya se habían ido, quiso la Fortuna que Calisto tropezase y, sin poder asirse a la escalera, fuese a dar al suelo al otro lado del muro golpeándose la cabeza en los cantos de las piedras, desparramando sus sesos.

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