La Celestina

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iv. Un negocio de los buenos

E
n el barrio de las tabernas y posadas frecuentadas por soldados, acemileros, mozas atrevidas y alguno que otro escritor pobre como pocos años más tarde el mismísimo Manco de Lepanto, tenía su casa la puta vieja Celestina, ahora más bien una alcahueta, reparadora de virgos, curandera, preparadora de unguentos para aliviar la picazón de la piel, de líquidos para aclarar los cabellos, de polvos para mejorar el mal aliento, procuradora de consejos para las mal casadas y de remedios para las que sufrían mal de madre dolorosos.
Reparadora de virgos. Este oficio de Celestina consistía en modificar la vagina de las mujeres para que aparentaran ser vírgenes, ya sea insertando una pequeña vesícula hecha con tripa de algún animal conteniendo algo de sangre o reparando el himen con hilo de seda.

Vivía con ella la joven Elicia, su protegida... y amiga de Sempronio, aunque tal amistad, desde luego, no le impedía a ella practicar con mucho gusto su oficio. Elicia estaba precisamente ocupada con Crito, uno de sus ocasionales clientes, cuando sin avisar, llegó a la casa el criado de Calisto. Al percatarse de que quien golpeaba la puerta era Sempronio, Celestina apenas tuvo tiempo de advertírselo a Elicia, para que esta escondiera a Crito en algún cuarto del segundo piso, se vistiese y bajase a saludar a su común amigo.

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