Una larga conversación después de muchos años de espera.
Temuco, sábado 19 de enero de 2008.
Ya antes de decidirme a vender mi cabaña de Caburga y encontrar el diario de Monche, le había dado vueltas a la idea de escribir acerca de la noche de su reencuentro con Gustavo en la fiesta de Sandra. Sin contar el tiempo de su locura con Labarca, claro, Monche siempre estuvo enamorada de él cuando todavía estábamos en el colegio. Hacía casi veinte años que no se veían y mal podía imaginarse Gustavo cuando quiso sorprenderla con su chocante abordaje, que sería él quien saldría sorprendido. No sabía Gustavo que a mi amiga se le había agudizado aun más su facilidad de palabra y el ingenio.
Por mi parte, soy mejor para hacer fotos que para las descripciones muy largas y por eso, más por accidente que por diseño, mi relato se fue transformando en un diálogo aprovechándome al máximo de todos los detalles que Monche me contó la mañana siguiente y que, como todo lo de ella, memoricé al dedillo.
Armé el diálogo como si fuera una obra de teatro. Si llegara alguna vez a representarse me la imagino con un mínimo de decorado; no más que líneas gruesas dibujadas a tiza a la manera de un bosquejo sobre papel de envolver o de estraza, dejando que cada una de las espectadoras o de las lectoras, si se da el caso llene los espacios que faltan como puedan imaginárselo. Después de todo no se trata más que de una mujer y de un hombre, ambos ya de unos buenos años, que vuelven a pasar por los detalles semi olvidados de los que, aunque buena falta les hacía, nunca antes habían hablado.
No fue sino hasta después de la muerte de Mercedes y del fin de la dictadura que Monche tomó la costumbre de pasar cada tres o cuatro años sus vacaciones aquí en Temuco. De otra manera, vive ahora con Julio en el barrio de Lavapiés de Madrid en ese pequeño piso en la esquina de las calles del Calvario y de Jesús y María donde por fin la visité hace menos de un año. Eso de que el vodka no deja aliento se le ocurrió a la misma Monche una tarde en la que paseábamos, ya bastante cansadas, cerca de Atocha y cada vez que lo repito se me vienen a la mente diferentes y más complicadas interpretaciones.
1
Madrid. Un café de Lavapiés.
Monche escribe en su diario mientras espera a Julio, su pareja. Está en uno de esos viejos cafés madrileños con espejos inmensos en las paredes e iluminado por varios focos antiguos de luz cálida. Es cerca del mediodía de un día sábado de fines de enero de 2008. Aunque el café no está del todo vacío, solo podemos ver a unas seis a ocho personas sentadas en las mesas cerca del mesón.
No hace demasiado frío, pero hay una abundancia de abrigos, de bufandas y de sombreros. Por las ventanas que dan a la calle, podemos ver caer una suave llovizna mezclada con agua nieve.
Cerca de una de esas ventanas, al lado opuesto del mesón, sentada en una pequeña mesa redonda, en un primer plano y de cara a nosotros, vemos a Monche.
Monche es una mujer de poco más de cincuenta años, pelirroja, delgada y atractiva. Lleva botas negras y una amplia falda larga de algodón, probablemente diseñada en la India. Su blusa blanca, de lino crudo y escotada, deja ver su cuello adornado por un collar de abalorios y una cadenilla de la que cuelga una pequeña estrella de seis puntas de plata.
Escribe con gestos rápidos y enérgicos, deteniéndose de vez en cuando a pensar, en lo que parece ser su diario, mientras juguetea con su pelo y su collar con su mano derecha. Tiene la actitud de esas personas que ya hace un tiempo que han dejado de fumar, pero que claramente todavía lo echan de menos. Después de cerca de un minuto de comenzada la escena, Monche deja de escribir, nos mira directamente a la platea, y luego de una pausa, nos habla.
MONCHE
Hola, soy Monche. Hace dos días regresé a casa. La soledad colectiva del avión fue un buen lugar para pensar, mientras transcurrí entre estos dos mundos: el de mi presente real, con Julio, con mi trabajo, con este Café que poco a poco se ha ido transformando en el mío como el de antes, la Calipso, en Temuco, y el de mi pasado fantasmal que obstinadamente continúa acosándome y explotando mis debilidades y obsesiones.
Los recuerdos la engañan a una. Como la primera vez que después de diez años volví a Chile, loca de ganas de comerme una pizza en el Lautremont de calle Huérfanos, solo para encontrarlas secas, recalentadas y desabridas. Nada que ver con lo sabrosas que yo las recordaba. Y, sin embargo, los zumos de fruta naturales, de los que yo apenas tenía una vaga memoria, eran todavía increíblemente frescos, refrescantes y deliciosos.
¿Qué recuerdos tendría Gustavo del cuerpo que admiró en esa blusa anaranjada hace casi cuarenta años? Seguramente diferente de la imagen que veo yo cada día frente al espejo y diferente de las texturas que sentí esta mañana mientras me duchaba. ¿Dónde es que quiso estar ahí de vuelta, por una noche, por una hora, por un minuto? ¿Y dónde quise estar yo? ¿Qué había allí, sino recuerdos mezclados, memorias imperfectas y realidades banales?
Gustavo fue el mejor amigo de Aníbal, mi hermano mayor. Y yo, claro, siempre estuve enamorada de él. En estas últimas vacaciones en Temuco, donde todavía vive Gustavo, coincidimos una noche en uno de esos encuentros lánguidos y anodinos de personas que hace décadas que no se tratan de manera cotidiana. Esas meras reuniones sociales, como las llamó más tarde él.
En un momento en que por un azar mis amigas me dejaron sin nadie más a mi lado en el salón, Gustavo se acercó a mí sosteniendo en su mano su tercera o cuarta copa de vino y, sacando fuerzas quién sabe de dónde, me dijo sonriendo al oído: ¿Sabes que desde la fiesta en la que cumpliste dieciséis años que estoy que me muero de ganas de llevarte a la cama?
Sé que me sonrojé entre picada y divertida, asombrada por su descaro, pero le respondí casi en seguida: ¿Y por qué no me llevas ahora y así a los dos se nos cumplen las ganas?
Temuco. La fiesta en casa de Sandra.
Corte mientras a la vista del público se arma la siguiente escena. Un gran living-comedor de una casa moderna cuidadosamente decorada. Todo en ella los muebles, los cuadros, las cortinas habla de inmensa prosperidad económica recientemente adquirida. Se escucha una música de fondo que podría ser jazz o quizás sea vagamente New Age.
Varios grupos de personas charlan animadamente mientras sostienen tragos en sus manos. Pueden verse bandejas con canapés y otros bocadillos en las mesas de arrimo.
Algunas parejas circulan de un grupo a otro; hay unas 14 a 18 personas en total, entre las que se encuentran Viviana con su pareja, Juliana. En la pared del fondo, un gran espejo multiplica las imágenes y hace que el salón parezca mucho más grande de lo que es en realidad. Varias lámparas de pie y de mesa intensifican los tonos cálidos y terrosos del decorado.
En el primer plano, un poco hacia la izquierda del observador, están Monche y Gustavo.
Gustavo sostiene una copa de vino en su mano derecha. Su pelo todavía es negro, pero ya con abundantes canas. Aunque no ya joven, conserva su porte atlético.
Monche lleva un vestido negro largo con la espalda descubierta y zapatos bajos del mismo color. Un collar de abalorios verdes hace juego con el brazalete en su muñeca izquierda.
Su melena pelirroja, controlada apenas por una cinta de seda morada, le cae frondosamente sobre los hombros.
Al comenzar la escena, Gustavo y Monche repiten sus dos primeras líneas.
GUSTAVO
¿Sabes que desde la fiesta en la que cumpliste dieciséis años que estoy que me muero de ganas de llevarte a la cama?
MONCHE
¿Y por qué no me llevas ahora y así a los dos se nos cumplen las ganas?
GUSTAVO
¿Lo dices en serio?
MONCHE
¿Por qué me preguntas? ¿Acaso tú estabas bromeando?
GUSTAVO
No debí haberte hablado así.
MONCHE
¿No tienes ganas?
GUSTAVO
Tengo; es decir, he tenido.
MONCHE
¿Desde mi fiesta de cumpleaños?
GUSTAVO
En tu fiesta de cumpleaños fue que me di cuenta que quería conocerte mejor.
MONCHE
¿Conocerme mejor o llevarme a la cama?
GUSTAVO
Era todo eso, Monche. Esa noche te veías muy bien.
MONCHE
Claro; me veía tan bien que te dieron ganas de echarte un polvo conmigo.
GUSTAVO
Monche, perdóname; me expresé mal.
MONCHE
Quizás, pero me gustaría saber en qué estabas pensando esa noche.
GUSTAVO
Ya te lo dije. Me parecías atractiva. Inteligente y atractiva.
MONCHE
Nunca me lo dijiste antes.
GUSTAVO
No se dio la oportunidad.
MONCHE
¿Cómo que no? Estabas en la fiesta; la oportunidad la tuviste de sobra.
GUSTAVO
En parte tienes razón. Aníbal había recién vuelto de la Isla y nos pusimos a conversar. Me distraje y las cosas no se dieron. Lo siento.
MONCHE
Quizás sea yo quien lo haya sentido más.
GUSTAVO
Así es la vida. Las cosas pasan o no pasan y estamos ahí: a la espera.
MONCHE
Bueno, yo creo que las cosas pasan, porque una las hace.
GUSTAVO
Tienes razón, Monche, nunca te dije nada. Más tarde vino todo lo que vino y después tú te fuiste; yo me casé, me separé, y así ha ido pasando el tiempo.
MONCHE
Mucho tiempo.
GUSTAVO
Esa fiesta debe haber sido hace unos cuarenta años.
MONCHE
Treinta y ocho. Tengo cincuenta y cuatro.
GUSTAVO
Muy bien conservados.
MONCHE
No hace falta el piropo, pero gracias. Tú debes de estar llegando a los sesenta, ¿verdad?
GUSTAVO
Ya los pasé, en diciembre.
MONCHE
Y sigues tan impulsivo como siempre.
GUSTAVO
A veces. Y tú, todavía más madura y rápida que yo.
MONCHE
Me gustaba que tuvieras pasión y ganas... No sólo ganas de acostarte con la hermana menor de tu mejor amigo, digo.
GUSTAVO
Bueno, en esos días todos éramos apasionados.
MONCHE
¿Éramos? ¿Significa que ya no lo eres?
GUSTAVO
La pasión queda, Monche. Pero, pájaro matrero, busca trastrojo en otro potrero. Lo que cambia aquí son las circunstancias.
MONCHE
¿Cómo así?
GUSTAVO
Mira alrededor de esta fiesta. Hace treinta, qué digo: hace diez años, no habríamos estado todos juntos en una fiesta como esta.
MONCHE
Ahora andamos todos juntos.
GUSTAVO
Juntos, pero no revueltos como dice el refrán. A mí estas fiestas... te diré que me aburren un poco.
MONCHE
¿Y es por eso que le haces proposiciones indecentes a tus amigas? ¿De puro aburrido?
GUSTAVO
Monche, no creo que haya sido una proposición indecente. Impulsiva, si tú quieres. Pero honesta.
MONCHE
Sin embargo, te sorprendió mi respuesta.
GUSTAVO
Touché. Debí habérmela esperado. Tú siempre fuiste muy directa. O sea, Monche, ¿tú también tienes ganas?
MONCHE
¿Perdón?
GUSTAVO
Ganas. Hace un rato confesaste que tú también tenías ganas de acostarte conmigo.
MONCHE
No tan dramático, Gustavo. Yo no soy de las que se confiesan.
GUSTAVO
Pero lo dijiste.
MONCHE
Lo dije.
GUSTAVO
¿Lo dijiste en serio?
MONCHE
Yo siempre hablo en serio.
GUSTAVO
¿Entonces?
MONCHE
Vámonos. Vamos a mi hotel.
2
Monche y Gustavo caminarán las casi diez cuadras que separan la casa donde se llevaba a cabo la fiesta hasta el hotel en el que se aloja Monche. En su camino pasarán por un barrio de la ciudad que solía ser residencial, relativamente alejado del centro, silencioso, poblado con grandes casas de madera y jardines con árboles frondosos; pero que en los últimos años se ha ido transformando en un barrio comercial, con edificios de altura, centros comerciales, restaurantes, pizzerías y bares. Un cambio que refleja el descomunal crecimiento de la ciudad y su transformación demográfica.
Aunque ya es casi medianoche, Monche y Gustavo se encontrarán con numerosos transeúntes muchachos y muchachas jóvenes que caminan en grupos, dando grandes risotadas.
GUSTAVO
¿Cómo nos vamos?
MONCHE
Caminemos.
GUSTAVO
¿Hasta tu hotel? Deben ser más de ocho cuadras.
MONCHE
Así podemos hablar un poco.
GUSTAVO
Bueno, caminemos. Fue buena idea la tuya, no ponerte zapatos de tacos altos esta noche.
MONCHE
Nunca llevo tacones altos.
GUSTAVO
Pero siempre andas con el vestido preciso. Antes hasta podías disfrazarte de bohemia, si querías. Tú siempre te veías única.
MONCHE
No sabía que tenías tanto ojo para los vestidos de mujeres.
GUSTAVO
No les hablo a todas las mujeres. Te estoy hablando a ti. Me siento bien hablando contigo.
MONCHE
Entonces somos dos.
GUSTAVO
Y es verdad, Monche, lo que te dije antes: me aburro en estas... reuniones sociales. Hablamos y hablamos, pero en el fondo no decimos nada... y no importa un carajo que no digamos nada.
MONCHE
¿No importa?
GUSTAVO
¿Quieres saber por qué no importa?
MONCHE
Me lo vas a decir de todas maneras.
GUSTAVO
Porque nadie escucha. Ya no me acuerdo cuándo fue la última vez que realmente hablé con alguien.
MONCHE
Pero esta noche es diferente, ¿verdad?
GUSTAVO
Muy diferente. Ahí en la fiesta te vi hablando con la Viviana y la Juliana. No podía oír de qué hablaban, pero podía ver que te escuchaban, que realmente querían entender lo que tú les decías.
MONCHE
No era nada complicado lo que hablábamos.
GUSTAVO
Es posible, pero déjame seguir con mi cuento. Sentí... celos, envidia. Ellas estaban ahí, contigo, y yo me había quedado afuera. Me habían dejado afuera.
MONCHE
Podrías haberte acercado.
GUSTAVO
No. Viviana podrá ser tu amiga, pero ella y yo... Ahí fue que me acordé de tu fiesta de cumpleaños y de repente, tú hiciste un gesto con la mano. Como una contraseña.
MONCHE
¿Contraseña?
GUSTAVO
Sí. Por eso, cuando la Viviana y la Juliana se fueron con la Sandra y te dejaron ahí sola, supe que tenía que hablarte. Me acerqué y te dije lo primero que se me ocurrió.
MONCHE
Gustavo, hace mucho tiempo que yo ya no tengo dieciséis años.
GUSTAVO
Pero te quedan los gestos. Y la risa es la misma.
MONCHE
Te gusta mi risa.
GUSTAVO
Es una de las cosas que más me gusta de ti.
MONCHE
Tú no has cambiado para nada, Gustavo.
GUSTAVO
Tú tampoco.
MONCHE
No te engañes. Los años la hacen cambiar a una. Me gustó que te acordaras de la ropa que me ponía, Gustavo. A mí me gustaba sentirme como una bohemia, como tú dijiste, o como una gitana, como yo creía.
GUSTAVO
¡Gitana! Eso era lo que tú le decías a Aníbal.
MONCHE
Yo siempre soñaba con estar en otra parte. Quería ser audaz, sin hacer completamente el ridículo.
GUSTAVO
Tú nunca hiciste el ridículo.
MONCHE
¿Tú crees? A mí me gustaba mostrarme y que la gente me viera. En eso mi mamá me apoyaba cuando podía... Cuando se acordaba de dónde estaba la pobre.
GUSTAVO
Doña Mercedes; ella ya estaba mal, ¿verdad?
MONCHE
Mal, sí, ella andaba mal. Hacía años que ella ya andaba mal. Me hizo gracia que mencionaras mis vestidos. En ese tiempo no tenía idea que tú notaras esas cosas.
GUSTAVO
Oh, no. Pero, sí; las notaba.
MONCHE
Pero no decías nada.
GUSTAVO
Pero como te estaba diciendo antes; me gustaba esa cosa fresca tuya. No solo en tu ropa, Monche, en todo lo tuyo.
MONCHE
¿En todo, Gustavo? Qué lástima que hayas sido tan reservado.
GUSTAVO
Sí, ahora yo también lo siento.
En unos pocos pasos más Gustavo y Monche llegan al frente de una farmacia de turno.
Monche cambia la conversación, empuja la puerta y entra.
MONCHE
Mmm. ¡Mira qué suerte! Está abierta.
GUSTAVO
¿Necesitas algo?
MONCHE
A mí esto me pilló por sorpresa. ¿O es que tú siempre andas preparado?
GUSTAVO
Touché de nuevo.
3
Monche y Gustavo entran a la farmacia; una empleada soñolienta los atiende sin mucho entusiasmo, pero amablemente.
DEPENDIENTA
Buenas noches, señora. ¿Qué se le ofrece?
MONCHE
Un paquete de chicle Adams sabor de menta, un paquete chico de condones Trojans ultrasensitivos y un cepillo de dientes.
DEPENDIENTA
Los condones, ¿los quiere con espermaticida?
MONCHE
No, no hace falta.
DEPENDIENTA
Y el cepillo de dientes, lo quiere suave, duro o mediano?
MONCHE
¿Cómo lo quieres, Gustavo?
GUSTAVO
Oh. ¿Para mí? Suave; lo quiero suave.
DEPENDIENTA
¿Algún color en especial?
MONCHE
Azul.
DEPENDIENTA
¿Necesita algo más?
MONCHE
No, eso es todo, gracias.
GUSTAVO
¿No me vas a dejar pagar a mí?
MONCHE
No. Esta noche los insumos corren por cuenta de la casa.
Luego de la compra, Monche y Gustavo siguen su camino.
MONCHE
¿Te gustó mi compra? No estaba tan segura de los condones, pero habría jurado que no andabas con un cepillo de dientes encima.
GUSTAVO
Ni con un cepillo ni con condones. Gracias, Monche, te pasaste.
Mientras Monche y Gustavo continúan su camino, al otro lado de la calle se ve una de esas casas antiguas que antes caracterizaban al barrio. Monche toma a Gustavo de la mano y cruzan la calle. Con Gustavo a la izquierda de Monche se quedan mirando la vieja casa de madera.
Después de unos segundos, Gustavo hace un comentario.
GUSTAVO
Siempre dejan una que otra de estas casas desperdigadas para alimentar la nostalgia. A propósito, ¿supiste que murió Labarca?
Bruscamente Monche suelta la mano de Gustavo y se aleja unos pasos hacia la derecha mientras busca algo en su cartera.
MONCHE
Lo leí en el diario.
GUSTAVO
¿Cómo te sentiste?
MONCHE
Hace mucho tiempo que Labarca dejó de ser un problema para mí.
GUSTAVO
¡Pobre infeliz! Un monstruo miserable.
MONCHE
Labarca era un tipo más complicado de lo que la gente cree. Tenía sus demonios propios aparte de sus fantasías ridículas. ¿Quieres chicle?
GUSTAVO
No, gracias. Paso.
MONCHE
Entonces, Gustavo. ¿Cuándo fue que te separaste? No lo sabía.
GUSTAVO
Bueno. Técnicamente, todavía no nos separamos, pero hace tres semanas Nicole se fue a vivir a su casa de Labranza.
MONCHE
¿Tres semanas?
GUSTAVO
Hoy, sábado, hace justo tres semanas. Pero habíamos estado mal por mucho tiempo. No es la primera vez que Nicole se va de la casa. Es largo de contar, no quisiera aburrirte.
MONCHE
Oh, no. No me aburre para nada.
GUSTAVO
Son... Hay varios rencores viejos entre nosotros que cada vez que teníamos un conflicto ella los volvía a traer.
MONCHE
¿Y tú?
GUSTAVO
Yo soy el primero en reconocer mis faltas, Monche; pero ella también tiene las suyas.
MONCHE
Mm, mm.
GUSTAVO
Yo, para decirte la verdad, a la Nicole hace tiempo que dejé de quererla.
MONCHE
Y eso, ¿ella lo sabe? ¿Se lo has dicho?
GUSTAVO
No se lo he dicho así con todas sus letras. Pero, por supuesto que los dos lo sabemos. Hace tiempo que ya es algo definitivo. Solamente que todavía no habíamos dado el paso.
MONCHE
Como quieras, Gustavo.
Han llegado a la puerta del hotel la que está cerrada con llave.
MONCHE
Mierda, está cerrado.
Monche toca el timbre. Mientras esperan a que les abran la puerta del hotel, ella parece claramente molesta. Finalmente, Manuel, el conserje, les abre y ellos entran a un vestíbulo apenas iluminado por cuatro grandes bombillas fluorecentes que cuelgan desde el cielo raso. La atmósfera del hotel a esas horas de la noche es fría y azulada.
4
MANUEL
Buenas noches, señora Monche. Adelante.
MONCHE
Buenas noches, Manuel. Él está conmigo.
MANUEL
Buenas noches, caballero. Adelante, tenga la amabilidad.
Luego de cruzar el vestíbulo, Monche y Gustavo miran de frente, quietos, mientras el ascensor imaginario sube hasta el piso de Monche.
MONCHE
Perfecto. Ahora el conserje va a pensar que soy una puta.
GUSTAVO
¿Te importa mucho lo que él piense?
MONCHE
Manuel es un buen tipo. Siempre me quedo en este hotel, me conoce, tiene dos hijas. Hasta ahora me había portado bien.
GUSTAVO
O sea que tú crees que ahora te estás portanto mal.
MONCHE
¿Qué crees tú?
La habitación de Monche es amplia y cómoda con una cama matrimonial, un sillón, un par de sillas y un escritorio.
Una ventana da a la calle. La reproducción de Desnudo sobre un sofá de Modigliani adorna la pared. A la derecha se ve la puerta del baño.
Monche enciende dos lámparas que dan una luz cálida; luego se quita los zapatos mientras Gustavo se queda de pie.
MONCHE
¿Quieres algo de beber? Prepárate algo.
GUSTAVO
Voy a probar una cerveza. ¿Qué quieres tú?
MONCHE
Vodka doble con mucho hielo. Soy como mi madre. Me gusta el vodka, porque no deja aliento.
Gustavo encuentra una cerveza en el minibar y la abre; después vierte dos copetines de vodka en un vaso con bastante hielo.
GUSTAVO
Vodka. Aquí lo tienes. ¡Salud, Monche, por el reencuentro!
MONCHE
Salud.
De pie, frente a frente y a muy corta distancia, Gustavo y Monche se miran fijamente a los ojos. Mientras él toma un pequeño trago de cerveza, Monche apura su vodka. Gustavo deja su botella sobre el escritorio y Monche hace lo mismo con su vaso casi vacío.
Continúan mirándose sin decir ni hacer nada hasta que el silencio se rompe con la voz nerviosa de Gustavo.
GUSTAVO
Ahora es cuando uno de los dos dice o hace algo.
MONCHE
No. No te muevas, no hagas nada. Quiero mirarte, Gustavo. ¿Quién iba a decir esta tarde que a la noche terminaría contigo en mi cuarto de hotel?
GUSTAVO
Monche, ricura.
MONCHE
Chss. Suave. No digas nada. No hables. Déjame hacer y hablar a mí, Gustavo. Por una vez déjame hablar y hacer a mí. La última vez que esperé que tú hicieras algo, no hiciste nada.
GUSTAVO
¿De qué me estás hablando, Monche?
MONCHE
Chss. No hables ahora.
Monche posa delicadamente sus dedos sobre los labios de Gustavo. Se acerca hasta rozar su pecho. Suavemente desliza sus dedos sobre las mejillas y el cuello de Gustavo, al tiempo en que ambos se abrazan y acarician suavemente las espaldas.
Sus besos, primero dubitativos, después apasionados, se interrumpen intermitentemente con los susurros o pensamientos más bien entrecortados de Monche.
GUSTAVO
Monche, cariño...
MONCHE
Chss. No digas nada, Gustavo. Prefiero que no me digas nada. Susúrrame, Gustavo, susúrrame como yo te susurro, pero no me hables de Nicole ahora. Susúrrame que me viste esta noche como me viste en esa fiesta de cumpleaños. Susúrrame que esta noche sí te acercaste de veras a mí y sí me hablaste y sí me dijiste cosas lindas y sí me llevaste a la cama. Susúrrame todas estas cosas, pero no me mientas. No me mientas, Gustavo.
GUSTAVO
Monche...
Bruscamente, Monche se separa de Gustavo.
MONCHE
Espérame. Voy al baño y ya vuelvo.
5
La habitación ha quedado a oscuras dejando invisible a Gustavo.
Ahora estamos en el cuarto de baño. De espaldas y frente al espejo, Monche suspira, se suelta el pelo, se quita el vestido y el collar; se enjuaga la cara con agua fresca y luego de secarse con una toalla, se pone un poco de loción en las sienes y se quita el sujetador; entonces se pone la bata azul marino que colgaba de un gancho.
Mientras comienza a atarse el cinturón de la bata, un rayo de luz cálida descubre a una joven Viviana (dieciséis a diecisiete años) sentada sobre el borde de la tina de baño.
Viviana lleva el pelo corto, casi como el de un muchacho, descalza, vestida con vaqueros desteñidos y una camiseta roja. Viviana enciende un cigarrillo y comienza a increpar a Monche.
VIVIANA
Monche. ¿Me quieres explicar qué mierda estás haciendo?
MONCHE
Voy a acostarme con Gustavo. ¿Todavía no te has dado cuenta?
VIVIANA
¿Después de treinta y ocho años?
MONCHE
Sí; después de treinta y ocho años voy a acostarme con Gustavo.
VIVIANA
¿Y por qué? ¿Porque por fin se acercó a ti de aburrido que estaba?
MONCHE
No es tan simple.
VIVIANA
¿O es porque desde hace tres semanas que anda caliente?
MONCHE
No es solo por eso que él me habló esta noche.
VIVIANA
Como todas la noches que no te tomaba en cuenta mientras se lo pasaba conversando de pelotudeces con tu hermano y te consideraban una mocosa agrandada. ¿Te dijo alguna vez que te encontraba atractiva? ¿Te habló alguna vez de tu ropa ridícula? ¿De tus idioteces de creerte gitana?
MONCHE
No seas cruel.
VIVIANA
¿Que no sea cruel? Tú eres la que está siendo cruel contigo, Monche, empezando por haberte puesto a tomar como una puta. ¿Desde cuándo que te gusta tanto el vodka?
MONCHE
Mi madre no era una puta.
VIVIANA
Te pusiste a tomar como tu mamá, entonces. ¿Y para qué? ¿Para hacerte la valiente?
MONCHE
Cállate, Viviana; no necesito emborracharme para acostarme con Gustavo.
VIVIANA
Pero él te está manejando con el dedo haciéndote hacer lo que quiera.
MONCHE
No es verdad. Gustavo no me está manejando para nada.
VIVIANA
¿Que no? Se le ocurrió acostarse contigo de repente y te levantó como a cualquier mina callejera.
MONCHE
¿Y qué pasa, si soy yo la que quiere acostarse con él? ¿Qué pasa, si soy yo la que quiere llevárselo a él a la cama?
VIVIANA
Claro. Como cuando decidiste acostarte con Labarca.
MONCHE
Y sí. Fui yo la que quiso acostarse con Labarca.
VIVIANA
Seguro, seguro que fuiste tú. Mocosa.
MONCHE
Ándate a la mierda.
Monche se vuelve hacia el espejo. El rayo de luz sobre Viviana se apaga lentamente hasta desaparecer.
MONCHE
Vale. Vale. Me acuesto con Gustavo. Me acuesto con Gustavo y mañana me ducho. Me acuesto con Gustavo, mañana me ducho, me lavo la concha y en tres días vuelvo a Madrid. Esto es como una vacación, una cana al aire. En tres días más me vuelvo a Madrid y no vuelvo nunca más a este pueblo de mierda y nunca más veo a Gustavo. En tres días más me vuelvo... y nunca le digo nada a Julio. ¡Julio! Mierda, soy una imbécil.
Monche se quita la bata; recoge del suelo una falda de lino blanco crudo que le llega hasta los tobillos y se la pone; mira a su alrededor y luego de coger una blusa del mismo color colgando del otro gancho en la pared se la pone también dejando que los faldones largos caigan libremente sobre la falda.
Se mira en el espejo y luego de dudar un momento, desabotona un botón de la blusa; por el escote puede verse la curvatura de sus pechos. Se mira nuevamente en el espejo y, después de un suspiro, desabotona el botón inferior de su blusa.
Al salir Moche del baño, Gustavo, que se ha quitado los zapatos, desabrochado la camisa y encendido un cigarrillo, la mira entre sorprendido y decepcionado.
MONCHE
Gustavo, preferiría que no fumaras aquí. No soporto el olor a humo encerrado aunque sea en un cuarto de hotel.
GUSTAVO
Perdona. Lo apago ahora. ¿Cuándo dejaste de fumar?
MONCHE
Hace tres años.
GUSTAVO
Te felicito. Yo he dejado de fumar montones de veces, pero nunca por tanto tiempo.
MONCHE
Gustavo, quiero que sepas que tengo un amigo.
GUSTAVO
¿Amigo amigo?
MONCHE
Vivimos juntos.
GUSTAVO
¿Desde hace mucho tiempo?
MONCHE
Tres años.
GUSTAVO
Y me imagino que él no fuma.
MONCHE
No, no fuma.
GUSTAVO
¿Qué hace? Digo, ¿a qué se dedica?
MONCHE
Es bibliotecario.
GUSTAVO
Debes poder leer mucho. ¿Lo quieres? ¿Se quieren?
MONCHE
Lo quiero y nos llevamos bien.
GUSTAVO
O sea que es una relación... cómoda.
MONCHE
Sí, es cómoda. ¿Te importa mucho que yo tenga una relación cómoda? Ya tuve mi buena parte de relaciones incómodas. ¿No crees?
GUSTAVO
No te lo dije con ánimo de crítica. Fue simplemente una observación, un comentario.
MONCHE
Tú no tendrías ningún derecho a criticarme, Gustavo.
GUSTAVO
Y ya te lo dije. No te estoy criticando.
MONCHE
Y ni te atrevas.
GUSTAVO
Mira, Monche; yo entiendo que estés molesta por lo de Nicole, pero ahora tú me hablas de tu... amigo. Si quieres, dejamos todo esto hasta aquí. Yo me voy a mi casita, y aquí no ha pasado nada.
MONCHE
¿Y por qué quieres irte ahora? ¿Ya no tienes ganas? Has estado aguantándote las ganas por treinta y ocho años. ¿Me vas a decir, ahora, que así, de repente, se te acaban de pasar las ganas?
GUSTAVO
Mira, Monche; no exageremos tampoco. Lo que yo te dije fue que cuando te vi esta noche, me acordé de tu fiesta. No dije que haya estado pensando todo este tiempo en ti.
MONCHE
Yo sí he estado pensando en ti... a veces.
GUSTAVO
¿Cuándo?
MONCHE
Después.
GUSTAVO
¿Cuándo, Monche?
MONCHE
Pensé en ti muchas veces. Por años apareciste en mis sesiones con Eliana, mi loquera. Toda esa paja de la que una habla cuando se pone a pensar en qué hubiera pasado, si las cosas hubieran sido distintas. ¿Qué hubiera pasado, si yo no hubiera sido tan estúpida?
GUSTAVO
Tú nunca fuiste estúpida, Monche.
MONCHE
No necesito tu condescendencia, Gustavo. Te la puedes guardar.
GUSTAVO
No era condescendencia.
MONCHE
Quizás, pero de nuevo, nunca dijiste nada entonces. Y después nunca te apareciste por mi casa.
GUSTAVO
Monche, en esa época estábamos en plena campaña del setenta y, por lo demás, pensé que preferirías estar sola. Quería respetar tu privacidad, no avergonzarte.
MONCHE
¿No avergonzarme? ¿De verdad pensaste eso Gustavo?
GUSTAVO
No te lo diría, si no hubiera sido así.
MONCHE
¿No?
GUSTAVO
No. No se dio la ocasión de visitarte; eso es todo.
MONCHE
¿Te das cuenta, Gustavo, que es la segunda vez que esta noche le echas la culpa a la ocasión, a la mala suerte?
GUSTAVO
No sabía que ahora tú llevabas la cuenta de todo lo que yo te digo.
MONCHE
Oh, sí. Yo te escucho. Si tú hablas, yo te escucho.
GUSTAVO
Escuchas, pero no quieres entender. Lo único que has estado haciendo desde que llegamos a este hotel es estar molesta conmigo. Yo ya no sé ni siquiera para qué vinimos y para serte franco, Monche, ya me está importando cada vez menos.
MONCHE
Creí que habíamos venido a acostarnos. ¿No quieres otro trago antes? Yo sí quiero uno.
GUSTAVO
Dame el trago, Monche. Pero creo que se está haciendo un poco tarde para lo otro.
MONCHE
La palabra para lo otro es culear. ¿Tan horrible es que ni siquiera te atreves a nombrarla?
Mientras Monche se acerca al minibar, las luces se apagan lentamente hasta quedar la escena en la más completa oscuridad y en profundo silencio por unos veinte a treinta segundos.
6
Al encenderse las luces, Monche está de pie y apoyada contra la pared; Gustavo está reclinado sobre el respaldo del sillón.
Hay un par de botellas de cerveza vacías sobre la mesa y otras de vodka.
GUSTAVO
No tengo ganas de irme a mi casa a esta hora, Monche, y no veo ningún sofá. ¿Qué tal, si nos acostamos? Tú y yo. Nos acostamos, pero no hacemos nada.
MONCHE
¿Nada?
GUSTAVO
Nada.
MONCHE
¿No me tocas?
GUSTAVO
No te toco.
MONCHE
¿Y yo tampoco te toco a ti?
GUSTAVO
Tú tampoco me tocas a mí.
MONCHE
¿Qué pasa, si me dan ganas de tocarte?
GUSTAVO
No podrías. Ese sería el trato.
MONCHE
Pero, si ni siquiera te puedo tocar las bolas, ¿de qué me sirve acostarme contigo, Gustavo?
GUSTAVO
¿O sea que tú todavía tienes ganas de tocarme las bolas?
MONCHE
Las bolas o el culo. ¿Qué se yo, Gustavo? ¿Qué me querrías tocar tú, si pudieras?
GUSTAVO
Eso es bien fácil, Monche: las tetas.
MONCHE
Siempre supe que te gustaban mis tetas.
GUSTAVO
Yo no sabía que a ti te gustaban mis bolas.
MONCHE
Nunca te las he visto, ¿cómo son?
GUSTAVO
Como cualquier par de bolas.
MONCHE
Me lo imaginaba. ¿Cuándo me viste tú las tetas?
GUSTAVO
Nunca te las he visto, visto. Pero se veía que eran bonitas... Todavía se ve que son bonitas.
MONCHE
Hijo de puta... Gracias.
GUSTAVO
De nada.
Se quedan en silencio por unos largos, interminables, quince o veinte segundos. Después pregunta casi con un susurro.
MONCHE
¿Te dolieron mucho?
GUSTAVO
¿Qué cosa?
MONCHE
Las bolas. ¿Te dolieron mucho?
GUSTAVO
Monche, después de treinta años no es del dolor de lo que más me acuerdo.
MONCHE
¿De qué es de lo que más te acuerdas?
Gustavo la mira con desagrado; con un silencio largo, molesto por su insistencia.
GUSTAVO
De estar solo.
MONCHE
¿Solo?
GUSTAVO
Allí estás rodeado de gente, pero en el fondo estás solo.
MONCHE
Cliché. Eso se podría decir de casi cualquier sitio.
GUSTAVO
Cierto. Tuve un amigo que siempre decía que el infierno es como cualquier otra parte, solo peor.
MONCHE
Y hay infiernos que son peores que otros. ¿Verdad, Gustavo? ¿Estás solo ahora?
GUSTAVO
¿Ahora ahora? Ahora estoy contigo. ¿De verdad que ya no te quieres acostar conmigo?
MONCHE
No es tan simple.
GUSTAVO
Hagámoslo simple, Monche. Yo te muestro mis bolas y tú me muestras tus tetas.
MONCHE
Eso es una tontería de niños chicos.
GUSTAVO
Pero dos cabros chicos se atreverían a mostrarse las bolas y las tetas.
MONCHE
No es cuestión de atreverse.
GUSTAVO
¿De qué es entonces, Monche? ¿De qué?
MONCHE
No se puede andar por ahí diciéndole de pronto a la gente que uno quiere acostarse con ella.
GUSTAVO
¿Te hubieras acostado conmigo hace cuarenta años?
MONCHE
Para saber eso, Gustavo, tendrías que habérmelo preguntado en esa fiesta de cumpleaños.
GUSTAVO
¿Y si te lo pregunto ahora?
MONCHE
Te dije que ya no tengo dieciséis años.
GUSTAVO
Pero todavía tienes un buen par de tetas.
MONCHE
Y tú. ¿Todavía tienes buenas las bolas?
GUSTAVO
Se defienden. ¿Es verdad que quieres tocármelas?
MONCHE
Tuviste tu oportunidad hace treinta y ocho años, Gustavo, pero no te atreviste.
GUSTAVO
¿Sabes amiga? Tú hablas mucho, pero estoy seguro de que si yo te hubiera propuesto llevarte a la cama hace treinta y ocho años, te habrías cagado de miedo.
MONCHE
Así de buenas a primeras, quizás. Hubieras tenido que trabajarme... Como me trabajó Labarca.
GUSTAVO
Monche. ¡Por favor!
7
Sin interrupción con la escena anterior, Monche y Gustavo, de pie en medio de la habitación, estarán cada vez más enfadados el uno con el otro, levantando el tono de sus voces in crescendo hasta terminar casi gritándose.
MONCHE
Labarca no me violó. Yo quise.
GUSTAVO
¡Por favor, Monche! En ese tiempo tú eras una mocosa.
MONCHE
Todo comenzó semanas después de mi cumpleaños y tú también me encontrabas atractiva en ese tiempo. Ya entonces te gustaban mis tetas. Lo mismo que a Labarca.
GUSTAVO
¿Me estás acusando a mí de ser un violador en potencia ahora?
MONCHE
No. Lo que te estoy diciendo es que hombre o mujer, de dieciséis, treinta o cincuenta años, todas nos agarramos de dónde podemos y nos refugiamos donde haya una mano.
GUSTAVO
Garra de lobo en algunos casos.
MONCHE
Yo no era ninguna Caperucita. Tenía dieciséis años, pero sabía quién era Labarca. Todos lo sabían.
GUSTAVO
Tú eras una niña.
MONCHE
Pero sabía lo que quería Labarca.
GUSTAVO
Pero, ¿por qué Labarca, Monche?
MONCHE
Porque él me habló, me atendió, se fijó en mí, supo lo que me pasaba y me sedujo. Y ningún otro hijo de puta dijo ni hizo nada.
GUSTAVO
No sabes lo que dices, Monche. ¿Eso querías que hiciera? ¿Que te violara?
MONCHE
¡No seas imbécil, Gustavo!
GUSTAVO
No me insultes.
MONCHE
No te insulto. Te estoy acusando de ni siquiera haberte interesado. Todavía me duele que ninguno de ustedes haya hecho nada, aunque sabían lo que me estaba pasando.
GUSTAVO
Pero, Monche, ¿cómo íbamos a saber, si todo eso fue un secretito que te lo tuviste bien guardado? Ya quisiera tener yo esa habilidad... o una cómplice como tu amiguita Viviana.
MONCHE
¡Y dale! Sigues sin entender ni un carajo. Sigues queriendo creer que el problema fue Labarca.
GUSTAVO
¿Y qué otra cosa, Monche?
MONCHE
Visitabas mi casa, Gustavo, ¿nunca sentiste olor a vómito en mi casa? ¿Nunca te imaginaste cómo era tener que limpiar día por medio a mi madre y arrastrarla hasta su cama? ¿No conversaste nunca de eso con Aníbal? ¿O es que también querías respetar su privacidad?
GUSTAVO
Monche...
MONCHE
Por años viví aterrorizada de llegar un día a la casa y encontrármela tendida en el suelo ahogada en esa mierda de vodka o en su propia mierda.
GUSTAVO
¿Y eso justifica lo de Labarca, Monche? ¿Eso justifica que Labarca se haya acostado contigo?
MONCHE
Pff, Gustavo. Me he gastado una fortuna tratando de contestar esa pregunta con Eliana, pobrecita ella. Tan amigos que éramos y pareciera que lo único que tú sabes acerca de Labarca y yo es lo que leíste en el diario.
GUSTAVO
Eso y algo que me contó después, mucho después, Aníbal. Pensé que los detalles...
MONCHE
Que los detalles eran privados. Sí, ya te entiendo.
GUSTAVO
Monche, todavía no sé qué es lo que querías que yo hiciera.
MONCHE
Hablarme, fijarte en mí. Seducirme si llegaba el caso. Te gustaban mis tetas, ¿no es cierto? Apuesto que también te gustaban mis piernas. ¿Nunca notaste verdugones en mis piernas?
GUSTAVO
Monche, para un poco.
MONCHE
Me encontrabas atractiva. Apuesto que te gustaba mi cara. ¿Nunca notaste marcas en mi cara?
GUSTAVO
Sí. De acuerdo, Monche. Más de una vez noté los verdugones, noté las marcas.
MONCHE
¿Y?
GUSTAVO
Sentía mucha pena por ti...
MONCHE
¿Pena? ¿De qué mierda le sirve a nadie que tú hayas sentido pena?
GUSTAVO
Déjame terminar. Sí, sentía pena. Pero eran otros tiempos; las cosas se hacían de otra manera y era muy difícil tratar de intervenir.
MONCHE
Porque eso es lo más cómodo. Saber lo menos posible de todo, ¿verdad? Para así tener la conciencia tranquila.
GUSTAVO
No mezcles las cosas. Era muy difícil tratar de intervenir, porque lo más probable es que a uno lo pararan en seco y que le dijeran que se estaba metiendo en lo que no le importaba.
MONCHE
Porque se necesitaba estar dispuesta justamente a eso, Gustavo. Se necesitaba meterse en lo que a una no le importaba para cambiar lo que simplemente era horrible y estaba mal.
GUSTAVO
Era difícil, Monche.
MONCHE
Claro que era difícil, Gustavo; yo sé mejor que nadie que no era nada de fácil hablarle a mi padre.
GUSTAVO
Eran otros tiempos, Monche. La manera como en ese tiempo los padres castigaban a sus hijos...
MONCHE
¿Castigaban? ¿Tú crees que mi padre me castigaba porque me había portado mal? ¿Porque no había hecho mis tareas? ¿Porque había traído a alguien a mi puto cuarto de hotel?
GUSTAVO
Yo me acuerdo que don Álvaro era muy estricto.
MONCHE
¿Estricto? ¡Gustavo! Mi padre era un abusador. Abusaba de mí y abusaba de mi madre. Si hay alguien que me violó repetidas veces fue mi padre, no Labarca.
GUSTAVO
¿Tu papá te violó?
MONCHE
No de la manera en que estás pensando; pero sí, muchas veces.
GUSTAVO
¿Y Labarca?
De pronto hay una profunda calma y la escena parece congelarse.
Mientras la palabra labarca se repite tres veces, las luces nuevamente van apagándose lentamente mientras una luz cenital azul cae sobre Monche que se ha situado a un costado del escenario.
Mientras ella declama su largo monólogo, se proyectan sobre una pantalla imágenes en blanco y negro diapositivas o video que ilustran su relato.
MONCHE
Labarca. Labarca me enseñó a resolver ecuaciones de segundo grado, me consoló un par de veces cuando me vio triste y después me invitó a visitarlo en su casa. Yo iba a verlo cada miércoles, justo a mitad de la semana. Tienes razón, Gustavo; yo tenía una buena cómplice: Viviana era mi tapadera, dispuesta a mentir por mí, si alguien preguntaba.
Era toda una aventura ir a la casa de Labarca. Para que no me vieran los vecinos yo entraba por una puerta que había en el patio trasero tapada por unos matorrales y que daba a un callejón estrecho lleno de trastos viejos. Cuando salía de noche me daba miedo, porque no había luz en el patio y tenía que caminar en puntillas para no tropezar con los trastos y luego correr hasta la calle.
Me encantaba esa casa enorme, con desvanes y torrecillas; fría, con goteras por todas partes y que crujía como un barco viejo. Estaba llena de libros que Labarca y yo hojeábamos juntos. él tenía montones de libros eróticos, el Kama Sutra, el Decamerón, Justine, hasta Historia del ojo... y varios otros que ya no me acuerdo.
Al principio yo me ponía roja cada vez que él insistía en mirar en detalle cada una de las ilustraciones, pero después lo fui encontrando divertido y hasta educativo. Según el ánimo en que andaba, leíamos cuentos de Las mil y una noches o párrafos del Collar de la paloma.
Una vez me leyó con todo misterio sin dejarme ver el título unos párrafos que años después me di cuenta que eran de Rayuela. Esa era otra de sus fantasías: soñaba con viajar. Hablaba de París, de Nueva York, de Estambul, de Praga, de todos esos sitios, como si hubiera estado ahí cien veces, aunque no hubiera viajado nunca, ni siquiera a Bariloche. El pobre quería ser como Horacio, pero le daba apenas para Traveler.
Tenía montones de discos, casi todo el jazz, Bartók, Bach, Schoenberg: todas esas cosas que había encontrado descritas en libros. Y me enseñaba sobre todas esas cosas y a mí me fascinaba aprender; soñar que yo también volaba, convertida en una bailarina o en un pájaro. ¿Violador? Sí, si consideras la diferencia de edad y el poder que él tenía.
Al principio, cuando me toqueteaba las rodillas cada vez que se acercaba a mi pupitre en el colegio, le tenía rabia; y una tarde en la que nos habíamos quedado solos en la sala de clases y metió su mano debajo de mi falda lo odié. Pero la verdad, Gustavo, es que lo odié más por lo torpe y apresurado que era y no porque me molestaran sus caricias.
Después cambió de táctica. Comenzó a mandarme mensajes en los exámenes corregidos alabando mis progresos y llamándome su bella genio. Se acercaba a mí y me hablaba cuando yo me quedaba sola llorando en la sala durante los recreos. Lo hacía gentilmente, con ternura casi, sin mirarme con esa lástima hipócrita, con la que me miraban los demás y que me avergonzaba. Me aseguró que podía hablarle de lo que yo quisiera, no solamente acerca de matemáticas.
Y un día me invitó a ir a su casa. Y fui. Yo era una adolescente curiosa, atrevida e insensata, y él tuvo la paciencia del buen cazador. Pasaron semanas antes de que hiciéramos el amor por primera vez. Estaba muerta de miedo el momento en que me di cuenta que ya no había manera de arrepentirme. Pero ya te lo dije: él era hábil, tenía la paciencia y también la fuerza para no permitirme echarme atrás cuando tuve un instante de duda. Sabía ser dulce y duro.
Esos miércoles, justo a la mitad de la semana, Gustavo, eran un respiro y un alivio para el caos, el desorden y el abuso sin mengua que sufría día a día en mi casa. Yo anhelaba que llegaran esos miércoles, soñaba estar con él, que me abrazara y que me besara minuciosamente haciendo despertar mi cuerpo milímetro a milímetro.
Esos miércoles eran mi droga, mil veces mejor que el vodka que tomaba mi madre. Esos miércoles eran simplemente deliciosos. Yo estaba fascinada con Labarca, sentía que con él podía interesarme en lo que yo quisiera, volar con mi imaginación y regocijarme en mis fantasías, manejar mi cuerpo liberándolo de culpas absurdas y aprender a hacer lo que yo quisiera.
Y es por eso que todavía, después de treinta y ocho años, no he resuelto mi ambivalencia, Gustavo. Salvo para decirte que Labarca estuvo ahí, conmigo, cuando otros ni tú ni Aníbal no estuvieron.
La luz cenital desaparece abruptamente. Gustavo se hace nuevamente visible e interrumpe a Monche con rabia.
Después el diálogo prosigue con calma; la voz de Gustavo mostrará progresivamente una profunda tristeza y angustia, mientras Monche alterna entre una ironía adolorida y una nostalgia triste.
GUSTAVO
¡Deja a Aníbal afuera de toda esta mierda, Monche!
MONCHE
¿Por qué? ¿Porque está muerto?
GUSTAVO
Porque cualquier cosa que se te ocurra a ti decir acerca de él, ya no puede defenderse.
MONCHE
Pero para eso estás tú, Gustavo; para defenderlo. ¿Verdad?
GUSTAVO
Y contra ti y contra quién sea.
MONCHE
¿De veras, Gustavo? ¿De veras? Contéstame.
GUSTAVO
Mejor te callas, Monche.
MONCHE
Me callo. No hace falta que lo defiendas de mí, Gustavo. Tú sabes cuánto quería yo a mi hermano.
GUSTAVO
Y él a ti.
MONCHE
Lo sé. Todavía me quedan marcas. No solo en mis piernas. ¿No desearías poder verlas ahora?
GUSTAVO
No sé qué quieres que te diga, Monche.
MONCHE
No importa. Esas cicatrices son mías.
GUSTAVO
Monche, tú no eres la única con cicatrices.
MONCHE
Labarca las vio todas.
GUSTAVO
Tiene que haber sido una muy buena vista.
MONCHE
Y las besó una por una.
GUSTAVO
Me alegro por ti.
Las luces se apagan lentamente hasta quedar la escena totalmente a oscuras.
8
Al encenderse las luces de nuevo, Monche estará sentada sobre la cama mientras Gustavo sale del baño trayendo dos vasos de agua.
Luego de ofrecerle uno a Monche, se sentará en el sillón que da hacia la ventana. Los dos parecen cansados y por la ventana podrá comenzar a verse la luz del amanecer.
GUSTAVO
¿Tienes sed? Te traje un vaso de agua.
MONCHE
Gracias.
GUSTAVO
De nada.
MONCHE
No tengo ningún afán de cobrarte cuentas viejas, Gustavo.
GUSTAVO
¿Segura que no? ¿No ha sido de eso de lo que te has estado quejando toda la noche? ¿Que ni siquiera traté de seducirte?
MONCHE
Yo no me quejo. No te cuentes cuentos, Gustavo.
GUSTAVO
Me gustaría haberte seducido esa noche. Te veías bien esa noche, Monche.
MONCHE
¿Y esta noche?
GUSTAVO
Esta noche me emborracho bien, como dice el tango. Esta noche te seduje... hasta que volvieron tus fantasmas.
MONCHE
O me di cuenta de tus mentiras.
GUSTAVO
Parte del arte de la seducción, Monche. Contar el cuento de la mejor manera posible. Y es verdad que entre Nicole y yo ya no hay nada. ¿Qué hay entre tú y tu amigo?
MONCHE
Ya te lo dije; mucho.
GUSTAVO
¿Pero?
MONCHE
No hay pero. Lo de esta noche fue otra cosa. Cuando supe el otro día que Labarca se había muerto sentí dolor y rabia. Di un largo paseo por Prieto y entre otras cosas me acordé de ti; de lo que sentía por ti en ese tiempo.
GUSTAVO
¿Y qué sentías? Dime.
MONCHE
Tuve ganas, Gustavo. En ese tiempo, tuve ganas. Más que nada, quería que tú me vieras.
GUSTAVO
Y te sentías sola.
MONCHE
No siempre.
GUSTAVO
¿Hablas de Viviana?
MONCHE
Viviana era mi amiga del alma, culo y calzón. No sé que habría sido de mí sin ella; pero, y aunque a ti todavía te parezca raro, también hablo de Labarca.
GUSTAVO
Pero esa es la parte absurda que no entiendo, Monche. Labarca abusó de ti... Era un depravado.
MONCHE
Oh, Gustavo, resiento tanto lo rápido que fueron todos en darle mil nombres al infeliz de Labarca, sin preguntarse una sola vez qué nombre les tocaba a ellos, a vosotros, en toda esta historia.
GUSTAVO
Vosotros... Mmm. Según tú, entonces, todos fueron culpables; todos fuimos culpables. ¿Eso es lo quieres decirme, Monche?
MONCHE
No me interesan las culpas, Gustavo. Me dan rabia los silencios.
GUSTAVO
Ahora son los silencios. Antes te molestaba que yo hablara demasiado. ¿En qué quedamos, Monche?
MONCHE
Cuando metieron preso a Labarca, todos se sintieron aliviados. Todos dieron vuelta la hoja; se creyeron libres de polvo y paja. Había otro señalado con el dedo y que salía en los diarios. Hasta tú, que nunca se te ocurrió preguntarme nada.
GUSTAVO
¿Vas a seguir con eso?
MONCHE
Porque es la verdad, Gustavo.
GUSTAVO
Yo te veía, Monche. Recuerdo haberte visto en la Calipso; caminando por Prieto, aplaudiendo cuando pasaban las marchas.
MONCHE
Yo siempre te buscaba en las marchas.
GUSTAVO
Siento no haberte hablado, Monche. Lo siento.
MONCHE
Te creo.
GUSTAVO
¿Y?
MONCHE
Nada. Tranquilo, Gustavo. Estoy sana ahora. La terapia y la conversa, ¿viste? Tú y yo no nos debemos nada.
GUSTAVO
Pero no das absoluciones, tampoco. Eres severa, Monche.
MONCHE
No querrás que te dé un abrazo ahora.
GUSTAVO
Bueno, un abrazo bien podría llevarnos a otra cosa, Monche. A mí las ganas no se me pasan y me encanta cómo te queda esa blusa.
MONCHE
¡Olvídate! Tengo demasiado sueño para ni siquiera pensar en un polvo a estas horas. Y, por favor, no se te ocurra encender ese cigarro.
GUSTAVO
Lo dejo, lo dejo. No te preocupes.
MONCHE
¿Quieres más agua?
GUSTAVO
Monche, esta noche íbamos bien, derecho a un buen polvo. Pero te molestó saber que mi separación con Nicole es algo reciente. Fue eso, ¿verdad?
MONCHE
Me dio rabia pillarte en otra de tus mentiras y que tú siguieras como si nada. Debiste haberlo reconocido, Gustavo; decir touché, por tercera vez y, como buen caballero, reconocer tu derrota.
GUSTAVO
¿Te habrías acostado conmigo, si lo hubiera hecho?
MONCHE
Adivina. ¿Tú qué crees?
GUSTAVO
Puedes pensar lo que quieras, Monche; pero no fue de puro aburrido y caliente que te hablé esta noche.
MONCHE
¿Por qué fue, entonces?
GUSTAVO
Fue ese gesto con la mano que tú haces. Ya te lo dije antes: primero te vi en ese espejo ridículo que se compró la Sandra. Cuando me di vuelta, me acordé de tu fiesta.
Me acordé de ese pañuelo morado que te habías puesto en la cabeza: mucho más grande que la cinta que tenías esta noche.
Me acordé de esa blusa anaranjada con mangas anchas y vuelos enormes, cerrada al frente con más de treinta botones azules pensé en cuánto me habría demorado en desabotonarlos.
Te quedaba tan encantadoramente ajustada esa blusa, Monche, que se veía a la legua que andabas sin sostenes. Me acordé de la sombra de tus pezones...rosada, redondos, duritos se veían.
Me acordé de esa falda verde plisada y con vuelos; y me acordé de las uñas de tus pies increíblemente rojas en esas sandalias azules.
Cuando te vi esta noche conversando con la Viviana y con la Juliana, recordé todo eso y sentí la posibilidad de que por un momento, quizás por un momento, pequeño, corto, breve, era posible estar ahí de vuelta.
Y fue entonces que vi que hacías ese gesto con tu mano, como si estuvieras pronunciando la contraseña para que pudiéramos tener ese contacto y estar ahí de nuevo. Cuando la Sandra se llevó a la Juliana y a la Viviana al otro lado del living, supe que tenía que decirte algo, fui pensando mientras me acercaba y te dije lo primero que se me ocurrió.
MONCHE
¡Qué memoria! Qué memoria para los detalles, Gustavo. ¡Treinta botones azules! Pero no eran treinta; eran veintiocho. Y todavía no sé de qué gesto me estás hablando.
GUSTAVO
Del gesto con la mano, la manera que tienes de mover la mano.
MONCHE
¿Cómo muevo la mano?
GUSTAVO
Así, con un movimiento hacia dentro.
MONCHE
Hacia dentro, ¿cómo?
GUSTAVO
Así, mira. Levantas la mano un poco, la mueves y después rápido, la vuelves así, ¿lo ves ahora?
MONCHE
No, todavía no. No veo de qué manera es diferente a como todo el mundo mueve sus manos.
GUSTAVO
¿De verdad que no lo ves, Monche?
Monche y Gustavo han quedado de pie en medio de la habitación. Mientras Gustavo todavía sostiene la mano de Monche, la mira a los ojos y hace el ademán de acariciarle la mejilla.
El gesto dura uno o dos segundos, pero ella suavemente lo rechaza.
MONCHE
No.
GUSTAVO
¿Me quieres decir que no estabas haciendo ningún gesto?
MONCHE
Quizás, Gustavo. Quizás hice un gesto. Pero no ese que tú buscas.
Monche retira suavemente su mano de las de Gustavo. Va al baño donde se quita la blusa para ponerse su sostén y su blusa de nuevo. Gustavo insiste en querer hablar.
El diálogo con pausas ocurre mientras Monche todavía está en el baño. Es posible que se sienta el sonido de la cisterna del váter descargando agua.
GUSTAVO
¿Cuál entonces?
MONCHE
No lo sé. Otro. Pero, cualquiera que haya sido, me alegra que lo hayas visto.
GUSTAVO
Supongo que eso me alegra a mí también.
MONCHE
Somos dos.
GUSTAVO
Está bien, entonces.
MONCHE
Mmm. Mmm.
Monche sale del baño todavía abotonándose la blusa. Sin sentarse, se pone sus zapatos. Rápidamente se mira en el espejo del cuarto y se alisa el pelo.
Gustavo la observa con un aire resignado.
GUSTAVO
Monche, esto no tiene nada que ver con lo que hemos estado hablando, pero me está dando hambre.
MONCHE
A mí también, ¿por qué crees que me estoy vistiendo?
GUSTAVO
¿Y adónde vamos a ir a esta hora?
MONCHE
Ponte los zapatos y vamos a comer algo. En Aldunate al llegar a Portales, hay una fuente de soda que no cierra en toda la noche. Me acuerdo que sirven unos perniles que son la muerte.
GUSTAVO
Bueno, vamos.
Gustavo se pone sus zapatos y ambos salen de la habitación, apagando todas las luces por última vez.
Cinco días más tarde en Madrid.
✎ Alternativamente, tú lectora / lector puedes volver al índice...
... y escoger leer primero el diario de Monche del tiempo que pasó con Labarca y dar varios largos rodeos sobre las historias de los otros personajes de este cuento...
...antes de llegar hasta allí, esos cinco días después en Lavapiés.
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