Música para la hebra de Elvira.
los gritos de los despojados de su propio
abandono.
Elvira
Unos pocos años antes, Elvira recién pasaba los 15 cuando una tarde del otoño del 64 tuvo la primera imagen del poema que sólo sintió que por fin lo terminaba mucho tiempo después cuando ya definitivamente había regresado a Umeå y reunido con su amigo Ramiro.
Elvira Codulá Martínez era la hija única del catalán Ernesto Codulá Bosch y de la burgalesa Engracia Martínez Osorio de la hebra de Ernesto. Los Codulá vivían en una casa de estuco blanco ubicada al costado oriental de la Avenida Caupolicán entre Bilbao y Balmaceda en esa época en el que el tráfico por la que en realidad era un tramo más de la principal carretera longitudinal que corría desde Santiago hasta Puerto Montt era tan escaso que los niños y niñas del barrio montaban despreocupadamente sus bicicletas o rodaban sus patines de ruedas de acero sin que sus madres ni siquiera se preocuparan de levantar la vista cuando oían a un esporádico y solitario camión transporte compitiendo en la no muy ancha calle con el coche tirado por el caballo palomino en el que don Ismael González García repartía la leche anunciándose con un silbato que a Elvira le parecía idéntico al que usaba sor Leocadia para llamar a las filas al término del recreo en el patio del mismo colegio de las monjas suizas al que asistían Monche y Viviana; desafortunada asociación, la del silbato, que la hacía encoger los hombros y detestar la leche.
Cerca de medio siglo más tarde, Elvira recordaría en Umeå la tarde de mayo de 1964 en la que, mientras gracias a la complicidad de Aquiles Espinosa, asistía a la proyección de la allí novísima y controvertida Jules y Jim de François Traffaut tuvo en forma instantánea en su mente lo que un par de días más tarde se convirtió en el germen del primer poema que publicó en su vida de apreciada poeta menor y reconocida académica perspicaz y concienzuda.
Ese día Elvira aprendió tres cosas que marcaron definitivamente su camino. Aprendió que amaba la lentitud, que querría ser siempre libre de dogmas y de opiniones definitivas o absolutas y que querría dedicarse por sobre todo a sumergirse en las palabras y en las frases, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo, libro a libro. Fue así que luego de aprobar sobradamente su examen de bachillerato dos años más tarde y tras muchos ruegos y muchas promesas que nunca pensó cumplir, convenció a Engracia que le permitiera matricularse en la Escuela de Letras de la Universidad Católica en Santiago donde tuvo sus primeras clases sobre la Poética de Aristóteles y sobre El libro de buen amor del Arcipreste de Hita un lunes 14 de marzo de 1966 en el que ya tímidamente se anunciaban, con agitadas conversaciones en los pasillos y una inaudita profusión de carteles multicolores en las paredes, los turbulentos cambios que se aproximaban a los añosos claustros universitarios de antes de la Reforma.
Poco más de un año después, el miércoles 10 de mayo de 1967, en una asamblea de estudiantes en el auditorio de la Escuela de Letras, se reencontró con Aníbal Mestre, a quien había conocido mientras jugaban de niños en el viejo caserón de Emilio Balsera en Avenida Balmaceda.
☞ El cuchitril de Avenida Bustamante.
Última modificación: 30 de agosto de 2023.