debajo de ti
están durmiendo
mis antepasados.
Montserrat (Monche) Mestre Rodríguez
Caminando hacia el norte por Prieto se llegaba al cerro Ñielol al que los temucanos subían hasta media falda los fines de semana veraniegos cargando asados de cordero, ensaladas de tomate con cebolla y damajuanas de vino tinto o exploraban sus senderos en búsqueda de copihues los inviernos o se aventuraban al amor entre robles, olivillos y quilas los más osados o impacientes en la primavera o simplemente, como Monche, cualquier día buscaban horas de silencio. Un poco antes de llegar hasta el cerro, torciendo hacia el este por Avenida Balmaceda en dirección al bullicioso barrio de la estación de ferrocarriles y de la feria, se levantaban las paredes blancas de la cárcel regional y al lado izquierdo, justo a los pies del cerro, se extendía el cementerio municipal en el que destacaban el largo patio de los angelitos a la orilla de un arroyo de aguas verdes y torrentosas, los mausoleos de las familias patricias locales, los de las comunidades de italianos, españoles o judíos avecindados en la ciudad y la tumba de Emilio Inostroza en la que nunca faltaban velas encendidas que ennegrecían paulatinamente las placas de mármol conmemorativas de las bondades del bandido mártir convertido en santo milagroso por el saber popular, fusilado una oscura mañana lluviosa de julio de 1943 en la misma cárcel temucana.
Álvaro Mestre, catalán, y Mercedes Rodríguez, madrileña, habían llegado a Temuco como refugiados de la Guerra Española a comienzos de los cuarenta; ella trabajaba como secretaria de don Galo Sanhueza en la Biblioteca Municipal y él hacía trabajos diversos para el asturiano falangista Emilio Balsera a quien había conocido a través de su coterráneo Ernesto Codulá, llegado como ellos, también como refugiado, un par de años antes a la ciudad. Para fines de agosto del 69, el tiempo en que comienza el diario de Monche en el siguiente capítulo, Aníbal se había mudado, primero, a Santiago con el propósito de estudiar allí en la Escuela de Derecho aunque en verdad, segundo, su interés por la actividad social y comunitaria le había hecho pronto abandonar esos estudios y, después del regreso de una estancia de varios meses en Cuba (o quizás fueron solo dos a tres semanas, porque en este detalle difieren mucho las memorias de aquellos a quienes les consulté), dedicarse exclusivamente al activismo y al trabajo político. También hacía ya casi cuatro años que la joven Amparo había muerto a los dieciséis años víctima de un escopetazo ocurrido en medio de un forcejeo con su padre por el control del arma asesina, desgracia que profundizó, según me cuentan, el distanciamiento de los esposos MestreRodríguez iniciado ya hacía un tiempo a raíz de varias cuentas amargas sobre adulterios mutuos nunca olvidados, resquemores oscuros, rencillas políticas viejas y el creciente alcoholismo de ambos. Monche capeaba a medias su desmedrada situación hogareña con el amor y apoyo incondicional de Viviana Altman Kröel, su mejor amiga y compañera de curso en el colegio de las monjas suizas al que, gracias a una beca Monche, de pago Viviana, ambas asistían. Viviana, por su parte, era nieta de inmigrantes alemanes desplazados de la Bohemia, llegados a la región de la Araucanía (o de la Frontera como eufemísticamente se la llamaba entonces) a comienzos de los veinte, poco después del fin de la Gran Guerra Europea.
☞ Fragmentos del diario de Monche.
Última modificación: 27 de marzo de 2023.