La primera ruptura que Angurrientos provoca en el "horizonte de expectativas" del lector para abordarla con la feliz expresión acuñada por Hans-Robert Jauss es su desorden: ausencia de un desarrollo cronológico ausencia de todo desarrollo y ausencia de una voz narrativa que jerarquice las múltiples voces participantes en el relato. Angurrientos parece contarse por sí misma: su desorden espacio-temporal, es decir, su negativa a seguir las convenciones de causalidad rompe un verosímil criollo-realista al mismo tiempo en que inaugura uno nuevo caracterizado por un orden desordenado, fragmentado e inconcluso.
Se lee Angurrientos o más bien se la escucha como las voces que se oyen en la calle o entre las mesas de un bar. La novela de Godoy es una novela callejera y de taberna: allí reside su poderosa y cautivante ambivalencia. Une tanto la vitalidad, el movimiento, los aromas y las formas de la calle, y la suciedad y colorido de los depósitos de vino clandestinos, como su precario, pero perversamente atrayente, desamparo. Angurrientos es una novela sensual y como Hijo de ladrón (1951) de Manuel Rojas es también carnavalescamente grotesca. Apela constantemente a los sentidos: sus metáforas Angurrientos es esencialmente metafórica: de ahí su simbolismo y viraje con respecto del realismo construyen cuadros que integran diversas relaciones sinestésicas que unen lo visual con lo táctil, lo auditivo, lo olfatorio y el gusto: lo sexual. Su crudeza es anfibológica: el "fraile Horacio" devora choros crudos al mismo tiempo en que eyacula (Angurrientos, pág. 109-110).
Angurrientos afirma una contra-cultura de lo marginal toda vez que el conocimiento que propugna es un conocimiento necesariamente subversivo: uno que tenazmente versa sobre lo anteriormente desvalorizado y excluido. Para ello, el diálogo polifónico de los personajes desarrolla tres vertientes que avanzan en el proceso de fundar el movimiento de la esencia chileno-cultural caracterizada por la "apetencia insaciable de estilo y de vida del roto" angurrientismo de acuerdo al proyecto social y literario propuesto por Godoy.
Los rotos
Casi no hay ciudad importante en Chile que no haya erigido una
estatua
al roto. Sin embargo, no hay nada más ambiguo en el lenguaje chileno que
este vocablo y personaje. Tanto un modelo ejemplar como repelente, el
roto ha sido sucesiva y contradictoriamente definido ya sea por su
"abrupta naturaleza de inadaptado" (Edwards Bello) como por su
"vital deseo de vida" (Godoy).
Anónimo héroe nacional, obligado
recurso retórico en una pluralidad de arengas políticas del más distinto
tipo y "simpático" personaje de tira cómica, el roto ocupa un lugar
extremadamente inestable en la mitología chilena. Al participar
alternadamente de los atributos del héroe y de los del delincuente, el
roto es el centro de una supuesta esencial chilenidad como también de
una grotesca aberración siempre marcada por su exceso de mal
gusto y de inmoralidad: más que pelao o gaucho en México o en Argentina,
roto es también uno de los insultos chilenos por antonomasia.
Angurrientos se escribe en contra de El roto (1920) de Joaquín Edwards Bello. Mientras, condenado por una moral nostálgica por un optimista orden burgués pasado y ya perdido, del roto de Edwards Bello no quedan más que sus miserias, los rotos de Godoy se abren a una apetencia de vida donde sus flaquezas y vicios son al mismo tiempo también sus virtudes. Dando la espalda a una proverbial mesura y moderación, y en polémico contraste y oposición con la novela de Edwards Bello, la primera vertiente afirmada por Angurrientos es precisamente la valoración de una sensualidad angurrienta afirmación del exceso que les permite a los personajes el gozo incontrolado de una gastronomía afincada en la cocina popular y en la sexualidad, mientras refuerzan sus vínculos de solidaridad.
En seguida, la novela de Godoy afirma una estética del trabajo manual que introduce la valoración del conocimiento de los materiales y herramientas: "combos, pinchotes, barrenos, martillos, macetas, brocas, pulidores dentados y acanalados" y de la nervadura sutil de las piedras, adoquines y soleras o de la belleza de la "palada de ripio o de tierra [que] describe la más linda curva ... se reúne en un punto en el aire, en redonda caballera, para caer en la misma crestita del montón" (Angurrientos, págs. 111 y 115). Finalmente, Angurrientos introduce una ética y una embrionaria praxis política mediante la problematización del trabajo individual en oposición a un trabajo colectivo. Mientras el Pampino se enorgullece por no haber trabajado nunca en una fábrica porque a él le "gusta hacer la obra completa", el Patas de Quillay le reprocha no comprender "... la belleza de la obra colectiva, creada por las juerzas [sic] de muchos trabajadores ... [que] dejan en ella una porción de sí mismos y ... a todos pertenece" (Angurrientos, pág. 114).
De este modo, mientras continúan las transformaciones introducidas por el naturalismo de Joaquín Edwards Bello, Angurrientos construye paulatinamente una mathesis anómala al situar en el primer plano de su exiguo relato una esfera de la realidad desconocida en el canon criollista vigente: un vocabulario y primordialmente una sintaxis menos interesada en la ordenada del salón de la tertulia o del prostíbulo santiaguino, por una parte, o del pintoresquismo campesino, por la otra, que en la afirmación de un discurso que rechaza la nostalgia adolorida por un pasado perdido y acaso siempre inexistente que caracteriza al autor de El roto en un momento en que ésta como sus múltiples ediciones claramente lo demuestran avanzaba rápidamente en su proceso de canonización.
Ninguna de estas vertientes es posible sin afirmar una cuarta tensión narrativa que liberará al roto de la angustia de su inseguridad marginal. Angurrientos avanza en la intuición de una esencia chileno-cultural al afirmar los modos de ser del roto como valores positivos al valorar un mundo nómada, incierto y bárbaro por sobre uno sedentario, protegido y civilizado, y al desplegar un plurivalente, indeterminado y dinámico sistema de valores. Si la novela que afirma un orden necesariamente descansa en una fuerte conciencia directora de sentidos en un monologismo podemos decir, el desorden de Angurrientos sólo es posible articulada como una novela plural y abierta. Por añadidura, también alegre.
A diferencia de El roto de Edwards Bello, en la que los protagonistas son reducidos a un tipo cuyas palabras reproducen una percepción de sí mismos y del mundo de antemano ya determinada de acuerdo al modelo naturalista, el roto en Angurrientos es plural e indeterminado. Mientras la novela de Edwards Bello imaginaba al roto inequívocamente sólo en función de su irremisible fracaso abandonado por la clase que debería educarlo (Edwards, pág. 71) la de Godoy rehúsa imaginarlo desde una moral externa a él, permitiendo así la presencia de una constante ambivalencia axiológica en la narración. Opuesto a la fuerte función directora de sentidos cumplida por el autor implícito en EL Roto, el de Angurrientos se dispersa en una pluralidad de voces que menos interesada en señalar una única verdad externa al mundo del roto "enceguecido por su radicalismo inculto" según Edwards (pág. 70; el destacado es mío) se esfuerza por mostrar múltiples aspectos de su cultura periférica y sólo ocasionalmente valoriza sus acciones y, cuando lo hace, es siempre desde una perspectiva interna desprovista de verdades absolutas.
Con sus significados definitivamente determinados y concluidos, la novela de Edwards Bello se estructura como un texto cerrado, es decir, el tipo de texto que Umberto Eco (1979) entendía como el que obsesivamente intenta provocar una respuesta precisa y de antemano correcta en su lector. Angurrientos, en cambio, desde el mismo carácter multifacético y desmembrado de sus capítulos, hasta la dominancia de un diálogo inconcluso apenas interrumpido quizás, pero nunca terminado es un texto abierto a una pluralidad de lecturas en la que aun cuando de ningún modo infinitas cada interpretación reverbera otras también igualmente posibles.
Abrazar la incertidumbre
Angurrientos se despliega como una inmensa galería de voces y aunque
Augusto el gallero, el sargento Ovalle, Wanda la canutita, Edmundo el
estudiante y don Amaranto el cura-gallero, son sin duda los personajes
núcleos que articulan el relato, más de 60 personajes participan en la
novela. De la mayoría de ellos se dice muy poco. Casi no hay apellidos
en la novela de Godoy y el principal atributo distintivo de sus
personajes será su apelativo u oficio: Alejandro y Lucho, los
hojalateros; Ñico, el mozo carretonero; el huacho Arturo, el futre
Matías, el Caballo Bayo, el Cara de Ángel, el Patas de Quillay, Juan
Tres Dedos, el Boca de Bagre, la vieja Pistolas, la Chenda, Mika, el
Cojín, la Pichanga, la Concha Fina, la Titina,
Ño Caliche,
Ño Floridor,
el Chano, el fraile Horacio y el rey Humberto, el Pampino, Hermógenes,
el finado Eulalio, el Primario.
Cuando se conoce un apellido
deformado
a sido reducido a un único nombre con o sin apelativo: el negro
Hormazábal, el guaso Moraga, Rojita el guatero, Trincado, Monardes, el
alférez Anabalón.
Una excepción significativa es la de don Encarnación
Catalán: el amigo de los futres.
Todos participan en el diálogo y a diferencia también del dialogismo presente en Hijo de ladrón las historias y conversaciones en la novela de Godoy se mantienen en la ambivalencia y en la ambigüedad, toda vez que no existe una voz autorizada y externa que las sancione. El dilema entre aceptar la "dependencia espiritual con lazos de seda" impuesta por la cultura europea y su proyecto de asumir "lo incierto de su propia vida [frente] a lo cierto de vidas extrañas" (Angurrientos, pág. 116) no alcanza a ser resuelto y la novela culmina, si no con el rotundo fracaso del roto, sí, al menos, con nuestra incertidumbre.
Sexualidad
Desde "Extramuros" el breve apartado con el que se abre la novela
el componente focalizador que regula, determina y
transforma a los demás la dominante, en palabras de Roman Jakobson (1987)
es la sexualidad: una
constante ansia por alcanzar un lenguaje poético embebido por un habla
popular ávida por dar curso a su erotismo. Todas las demás líneas
narrativas presentes en la novela quedan subordinadas, sexualizadas, por
la tensión entre el sexo, el amor, la marginalidad y la muerte.
"Extramuros" es también un modelo reducido de la tensión que atraviesa a
todo el texto. El título mismo remite de inmediato a una marginalidad, a
lo periférico y exterior: se trata de un mundo que está fuera, más allá,
del centro (de la ciudad y de la cultura) reconocido: "Apenas se deja el
Cementerio Católico, y se sigue
el callejón de Recoleta abajo, por donde se a va a Conchalí,
ha ido
creciendo el barrio más allá de la muerte"
(Angurrientos, pág. 9).
Nada más, pero tampoco nada menos. Angurrientos recoge la introducción de la sexualidad en la narrativa chilena llevada a cabo por el Naturalismo de D'Halmar el de Juana Lucero y el de Joaquín Edwards Bello con una importante diferencia: si para los primeros, la sexualidad se definía fundamentalmente por su exceso vicioso, en la novela de Godoy se transforma en un vehículo privilegiado que eventualmente le permitiría a los protagonistas alcanzar su plenitud: satisfacer su angurria, su hambre canina, vital. Sin la dominancia de un narrador externo, la novela no sólo transcribe a a la manera de un antropólogo esa habla popular de acuerdo al procedimiento habitual del criollismo, sino que la asume para sí con lo que definitivamente impulsa ese movimiento de la "intuición de la esencia chileno-cultural" (angurrientismo) y de su apetencia vital de estilo: se libera de ese pudor castellano recordado por Cortázar en que sepa abrir la puerta para ir a jugar (1983), abre la puerta, sale a jugar y se atreve a escribir concha:
La sexualidad en Angurrientos es una exaltación del cuerpo y de sus funciones transida por su lenguaje popular. Sin embargo, esta dimensión glorificadora del cuerpo en el roto de Godoy ausente en el de Edwards no alcanza a convertirse en vehículo de su éxito: lo intuye, pero siempre se le escapa. Como en la pelea del "gallo bruto" (Angurrientos, págs. 71-74), los intentos y proyectos del roto son una arremetida que nunca puede sostenerse: su risa no alcanza a ser una risa alegre que sostenga inequívocamente una renovación vital: no alcanza a liberarlo de su angustia.
El roto de Godoy come, bebe y ama en exceso, pero también muere en exceso: se autodestruye en exceso. A pesar de los esfuerzos de Edmundo, por ejemplo, se mantiene en una marginalidad que es a la vez deseada y temida, no alcanza a convertirse en una periferia contestataria manteniéndose en la hondonada de su pequeño rincón. De ahí que su sexualidad no alcance, tampoco, a ser una sexualidad feliz como lo será mucho más tarde en Ardiente paciencia (1985) de Antonio Skármeta, por ejemplo, una novela también embebida por un discurso sexual popular y del mercado.
"Muerta la voluntad, muerto el deseo y el ansia de lucha" (Angurrientos, pág. 212) su éxito queda diferido hasta un incierto futuro en el que nuestro "país será grande cuando arroje sus cadenas ...y cuando el roto empuje al guaso a sus designios" (Angurrientos,págs. 90-91). En el intertanto, el roto como el gallo de pelea que en su jerga es lo mismo debe violar, picar, romper, golpear, agredir.
Lugar polémico y excéntrico
El fracaso del roto en la novela de Godoy, es más uno de insuficiencia
histórica y social que de un determinismo telúrico determinado de una
vez y para siempre. Además de la pluralidad de personajes en
Angurrientos,la diferencia radica precisamente en estas dos opuestas
concepciones acerca de la posibilidad del cambio social: mientras en la
novela de Edwards Bello pareciera apenas haber cabida para ello y, en
todo caso si la hay será siempre desde un afuera del mundo del roto;
en la de Godoy tal posibilidad queda abierta y es así como cobra sentido
el proyecto de Edmundo el estudiante, quien se "había esforzado en sacar
a esos borrachos de sus estúpidas vidas de bestias de carga, hincando en
ellos la rebeldía, mostrándoles sus derechos, arrastrándolos a la lucha"
(Angurrientos, pág. 43).
Rebeldía, derechos y lucha, y no ya un acceso a la cultura añorada por Edwards serían así otros tres valores que vendrían a constituir los rasgos positivos del roto emancipado. El proyecto de encontrar la esencia de la chilenidad en la angurria del roto se entronca con un proyecto complementario fundado en la lucha de clases. Sin embargo, este segundo proyecto no alcanza un desarrollo en la novela de Godoy. Sin una acción que estructure al relato queda limitado a las someras reflexiones del narrador básico y, especialmente, a las discusiones y conversaciones diálogo entre los personajes. De esta manera, polémica en relación al criollismo precedente, Angurrientos se inserta polémicamente también con respecto al núcleo central militante y, digámoslo, ortodoxo de la novelística de la generación del 38, representado por en mi opinión Reinaldo Lomboy y Nicomedes Guzmán.
Un rasgo distintivo fundamental del verosímil propuesto en Los hombres obscuros (1939) y La sangre y la esperanza (1943) de Guzmán es la afirmación inequívoca de valores positivos: la reintroducción de la virtud en el conventillo, la positiva valoración de la sexualidad y la certidumbre de la vigencia de la lucha revolucionaria. Se trata fundamentalmente de la afirmación de un discurso asertivo que aspira a lograr inambiguamente la transmisión de un nuevo conocimiento, de un nuevo sistema de evaluaciones y de discriminaciones que sustentan una nueva totalidad. Estructuradas como novelas de tesis, las novelas de Guzmán constriñen sus posibles sentidos de modo de transmitir certezas inequívocas, capaces de superar dudas y angustias e impulsar la transformación del mundo en el universo de la novela. Como un claro síntoma de las encontradas tensiones que caracterizan a la narrativa chilena del período, la subversión del criollismo propuesta por Angurrientos emplea una estrategia radicalmente distinta.
Godoy adelgaza la trama novelesca: no se trata de una historia, sino de una serie de situaciones dialógicas independientes. Cada uno de los capítulos y de las numerosas secciones en los que se divide la novela, más que hacer avanzar el relato, proyecta distintos fragmentos de una realidad siempre escurridiza, tumultuosa y confusa como parece lamentarse Lyon (1972): siempre abierta y ambigua, jamás total. Pero esa es precisamente su gracia: al romper la lógica causal del relato por medio de un orden desordenado, fragmentado, polifónico e inconcluso, Angurrientos, junto con afirmar un nuevo conocimiento contestatario, intanstáneamente lo erosiona postulando la intrínsica precariedad de todo conocimiento.
Su viraje hacia una escritura metafórica y poética por la que intenta aprehender una realidad no ya lineal y previsible, sino simultánea y compleja, es el mecanismo privilegiado por el cual Angurrientos subvierte el verosímil criollista anticipando con ello además la ironía, la fragmentación, la indeterminación y la plurivalencia características de Manuel Rojas, primero, como la de José Donoso y la de Antonio Skármeta... y la de Pedro Lemebel después.