Oh, poeta en Nueva York!

El libro de la terapia y de la sanación.

Lorca...

Buñuel y Dalí debían de haber estado contentos...
La estética de Poeta en Nueva York seguramente les satisfacería ya que estaba bien alejada de lo tradicional y de lo folklórico del Romancero gitano (y de los poemas del cante jondo) que ellos en un acto de esnobismo adolescente —si no simple envidia— rechazaron estruendosamente. Contentos con razón también; su amigo había creado un magnífico libro de poesía... que para un buen número de críticos y estudiosos es su mejor libro...
Vale.

Insisto en escribir me gustan: es decir, me sale más de las tripas que de la cabeza. Sin ya obligación de escribir papers inteligentes, es de esta manera como disfruto ahora mis lecturas.

Quizás me falte sofistificación (bienvenida ausencia), pero las únicas secciones de Poeta en Nueva York que me gustan son las dos últimas: “Huida de Nueva York” —con “Pequeño vals vienés” (te saludo, Leonard Cohen)— y “El poeta llega a La Habana”, es decir, los que menos se parecen a la estética del resto del libro. Para entonces, Lorca ya había demostrado de sobra que él podía escribir a lo buñuelesco también... Para entonces, pareciera que Lorca se hubiera dicho: «Basta, ya lo he hecho; ahora, a otra cosa».

Quedémomos con Poeta en Nueva York como el libro de la crisis, como el libro de la desilusión, como el libro del destierro, como el libro de la angustia; quizás, por todo ello, también y como consecuencia, como el libro de la sanación... Enfrentémoslo: hay talento e imaginación de sobra allí, pero no hay duende en Poeta en Nueva York. No hay ironía, no hay magia, no hay calor. No hay ese cálido duende que, aun en los más dolorosos sonetos del amor oscuro, siempre lo encontraremos, aunque esté oculto en un rincón y agazapado.

vamos a Castellanos...
vamos a Zurita...
pasemos a otra cosa...