Grosellas

  Hebras narrativas

Amor y deseo son cosas diferentes, que no todo lo que se ama se desea ni todo lo que se desea se ama.
Lucía Etxebarria
“Los molinos de viento”
Cosmofobia

Confesiones en el Barbieri

Temuco (y Lavapiés), enero de 2008

Pensando en aquella noche de la fiesta en casa de Sandra, Viviana escribe sobre su amiga Monche.

No fue sino hasta después de la muerte de Mercedes y del fin de la dictadura que Monche tomó la costumbre de pasar cada dos o tres años sus vacaciones aquí en Temuco. De otra manera, vive ahora con Julio en el barrio de Lavapiés de Madrid en ese pequeño piso en la esquina de las calles del Calvario y de Jesús y María donde por fin la visité hace menos de un año. Eso de que el vodka no deja aliento se le ocurrió a la misma Monche una tarde en la que paseábamos, ya bastante cansadas, cerca de Atocha y cada vez que lo repito se me vienen a la mente diferentes y más complicadas interpretaciones.

Fue también sólo el año pasado en la fiesta de cumpleaños de Sandra García que Monche vio de nuevo a Gustavo después de casi cuarenta años sin verlo. Aparte del tiempo de su locura con Labarca, Monche siempre estuvo enamorada de él cuando todavía estábamos en el colegio. Memorable encuentro del que Gustavo, al final, salió más trasquilado que ella después de intentar su chocante abordaje. No sabía el pobre Gustavo que a mi amiga se le había agudizado aun más su facilidad de palabra y su ingenio.

Cuando los vi salir juntos tan temprano de la fiesta de Sandra me imaginé que esa noche terminarían en la cama y sentí, claro, celos; todavía amo y deseo a Monche. Pero también mucha rabia. No creo que ni antes, ni mucho menos ahora, Gustavo merezca tanto premio. En cuanto a clausuras y completar ciclos, estoy convencida que no es por ahí por donde Monche encontrará el sosiego que tanto necesita y que tanto busca. Creo que Julio, aparte de mí, claro, es su mejor apuesta.

Respiré aliviada cuando mientras caminábamos por Prieto la tarde siguiente, fulgurante día de sol radiante reflejándose en su vestido de lino blanco, me contó que después de todo, la noche aquella nada había pasado más allá de comerse ya cerca de las cuatro de mañana, un pernil de chancho ella, un lomito con una Escudo en el Rapa Nui de Aldunate, Gustavo. Ella sí, vodka; como su madre, aunque nunca tanto, mucho vodka. «El vodka es bueno porque no deja aliento» —me repitió ella.

Me escribió al par de semanas de su regreso a España, contándome más detalles, compartiendo sus ideas y, por sobre todo, su feliz reencuentro con Julio. Se me hace fácil imaginármelos juntos. Monche en el Barbieri escribiendo en su diario mientras Julio asistía a esa reunión de trabajo en la que defendió su proyecto de lecturas poéticas ambulantes por toda la Comunidad Madrileña, de escuela en escuela, de municipo en municipio; inspirado, quizás, en La Barraca de Lorca.

Viviana Altman
Coyhaique, Septiembre de 2010



Al tiempo en que Monche termina de escribir en su diario, entra Julio, quien sonríe al verla sentada en una de las mesas. Ella se muerde los labios cuando lo ve llegar, pero está tranquila y confiada. Se dan dos besos en las mejillas; Julio le hace señas al camarero — Hamed creo que se llama— quien le responde con un gesto de su cabeza como si ya supiera muy bien qué es lo que quiere. Monche hace un gesto parecido al de Julio y Hamed también le responde a ella. Julio deja su gabardina de color indefinible colgando del respaldo de la silla, mientras Monche se alisa su pelo todavía muy rojizo.

—¿Hace mucho que me esperabas?

—No. Recién cerré mi diario. ¿Te fue bien?

—Muy bien; ya está en marcha.

Hamed le lleva un café con leche y una ensaimada a Julio y otro expreso para ella. Julio prueba con satisfacción su ensaimada empolvoreando de blanco su suéter azul marino. Monche le da un sorbo corto a su expreso sin azúcar. No le asustaba decir lo que tenía que decir y entonces, en otra pausa entre sorbo y sorbo de café voluntariamente amargo, echa una larga y suave bocanada de aire transparente, mientras se coge a la estrella de plata de Amparo.

—Julio; amor. Necesito decirte algo.

—Dime.

—En Temuco llevé a Gustavo a acostarse conmigo al hotel.

—Vaya, ¿y eso cómo estuvo?

—Al final no follamos. Me mintió; y cuando me di cuenta que me había mentido, se me pasaron las ganas. Simplemente fuimos a comer. Un pernil de cerdo para mí... Con vodka, mucho vodka, con hielo; ya sabes, no deja aliento.

—No más ganas; no más pesadillas. ¿Así de golpe, Monche? Llevas ya casi cuarenta años cargando esas ganas.

—Llevaba; ya no.

—¿Por mentiroso o porque está gordo?

—De gordo no tiene nada. Me habría acostado con él, si no me hubiese mentido.

—No necesitas repetírmelo, Monche; ya te entendí.

—¿Y?

—Preferiría saber que es historia pasada.

—Y lo es. De verdad que se me pasaron las ganas, Julio. Las ganas, los deseos, las fantasías, los sueños; las pesadillas... Todo.

—¿Todo?

—Todo. Soy una mujer nueva. Me liberé de todos esos fantasmas.

—Enhorabuena.

—No me crees, ¿eh? No importa, ya lo verás. Lo otro que todavía no te he contado es que el 28 de diciembre murió Labarca.

—Vaya, como broma de inocentes... Labarca muerto; eso sí que es noticia.

—Sí.

—Pero te queda Viviana.

—Con Viviana ya me acosté hace años.

—Pero las ganas no se te pasan.

—Tú no te apures por eso, Julio; esas ganas yo las gozo con ella y con calma. No me afligen.

—Vale.

VA

Eras tan ducho.

Última modificación: 18 de agosto de 2024.



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