Lenz
Letelier
Lillo
Lobos
Lorca
Lunt
MacKay
Maggio
Mahon
Manantial
Martín
Martínez
Menanteau
Mestre...
Menanteau besa gemidos
Sordos quejidos de ausencia
Cipreses secos y malditos.
Sólo los nombres en las calles
Noches en vela
Sola en su cabaña, Viviana lee, piensa y escribe en páginas de papel tela de cebolla.
...esta noche desvarío; cansada, borracha, volada.
Esta noche leo y rebusco claves entre tus cuadernos
de hojas cuadriculadas llenos con tus recetas de cocina: dos rebanadas de pan duro, cuatro ajos, un huevo, agua hirviendo;
...de los párrafos sobre precios, salarios y ganancias que sacabas de esas hojas mimeografiadas
con una traducción infame de la Grundrisse, copiándolos íntegros con tu letra menuda y puntiaguda, subrayando
los montones de palabras nuevas que todavía no entendías;
...de los versos de los besos de tu boca y de ciervos vulnerados asomándote como ellos
al otero cercano al
Bierstube
donde compartías tus notas con Rodrigo y con Eyleen;
...de los bosquejos de las cartas incendiarias que nunca enviaste a tu madre;
...de las listas de las partes de los
mesenterios y de los epiplones abdominales con los dibujos y diagramas que copiabas del Testut;
...de las ideas
para los cuentos que les contabas a los hijos de tu prima Teresa...
Érase una vez
un lobito bueno...
...de las frases sueltas que se te ocurrían en la micro:* todo en la vida es una gran casualidad, un choque de electrones al azar. Conocí a Eyleen simplemente porque su apellido es Lunt y el mío Mestre: así quedamos juntas en el mismo grupo en Anatomía y en Biología Celular.
Monche, petulante, embriagada con tus teorías para ti nuevas. Monche, Monche, allí conociste también a Lucas Menanteau.
Monche
Monche me dejó todos sus cuadernos antes de irse a Madrid. Monche se hubiera exiliado en Italia o en Suecia, pero Rodrigo Llagostera la convenció que
las cosas estaban cambiando en España y que cambiarían aun más una vez que muriera Franco para lo cual, ya se sabía, faltaba poco, y con su doble nacionalidad pudo viajar sin declararse exiliada.
Llagostera tuvo razón en eso del cambio; pero se equivocó medio a medio con la recomendación que le dio para Xavier Castelló con el que,
después de trabajar con él en dos campañas en favor del renaciente PSOE, Monche terminó casándose, armando una relación con
hijos, alquileres y cuentas, que terminó a bofetadas menos de cuatro años más tarde.
Esta noche desvarío y escribo, ahogándome en una abyecta lástima por mí misma. Córtala, Viviana, córtala.
Tómate otro trago, fúmate otro pito, tócate el culo, si quieres; pero córtala.
Monche
Monche se fue a estudiar Medicina a la Chile sólo por el montón de puntos que sacó en la Prueba, pero yo sé que nunca
fue feliz en esa escuela y está mucho más contenta ahora, ayudando a proteger a lobos, a osos y a rebecos, en la Cordillera Cantábrica.
Aun así Monche disfrutaba Santiago y se desvivía entre el descubrimiento de esa ciudad para ella deslumbrante, las exigencias apabullantes de
sus estudios (con mucha más química y matemáticas de lo que nunca hubiera deseado) y un Chilito que entonces aún cambiaba desaforado,
tenso, contradictorio, eufórico, caótico, avasallador, demente, insensato y feliz, a más de cien kilómetros por hora.
Eyleen
Eyleen hermosa. Eyleen Lunt fue la mejor amiga que Monche tuvo en Santiago. Eyleen llevó a Monche a sus reuniones literarias con Rodrigo Llagostera en el
Bierstube, al
Lautréamont
de la calle Huérfanos donde por primera vez
en su vida probó una pizza; le mostró dónde podía comprar ropa bonita barata; la invitó a una función de teatro del ICTUS;
la llevaba a comer sopas de arvejas, de lentejas o de tomates, a su casa en Avenida Grecia, y casi todos los días estudiaban juntas en el cuarto
minúsculo que Monche ocupaba en el altillo de la tienda de géneros que su tía Pilar y su tío Alberto tenían en la calle San Diego.
Monche, amiga, esta noche releo tus cartas, tus notas, tus listas de palabras. Nos vimos tan poco esos tres años y después fue aun menos.
Aníbal
Vi a Aníbal. Compramos dos melones en Pucón mientras la tía Engracia se despedía disimulada a lo lejos y nos venimos.
Aníbal se quedó aquí una noche conmigo. Me hablaba de mazapanes y de turrones, haciéndose el valiente, disimulando su espanto y su miedo,
sin contarme las cosas ocultas que yo no debía ni quería saber. Hubiera deseado saberlas; le hubiera dicho que se quedara aquí, rogado, insistido.
Pero debía ir, me dijo.
Eyleen
Yo quisiera escribir sobre esas otras noches, esas noches cuando todavía todo se soñaba posible.
Esas noches en las que acompañabas a Eyleen a hacer guardias sobre los tejados del canal 9. Esas noches de octubre
en las que los momios amenazaban con tomarse las escuelas y las radios. Había que defenderlas decía afanosa Eyleen;
protegerlas con los pies y con las manos; jugando a la guerra con palos de coligües, consignas, banderas y luces de colores.
Rodrigo
Pero eso fue antes, antes de todo. En esos tejados, entre canciones viejas, abrazados para protejerse de la lluvia y del frío,
Monche conoció a Rodrigo Llagostera; alumbra lumbre de alumbre bajo los pies del San Cristobal decía riéndose Llagostera
imitando a ese otro Rodrigo, amigo querido, lector empedernido, encendiendo los focos, fabricando siluetas con sus manos de filósofo escéptico,
ajeno a teorías recalentadas, pesimista profundo, obstinado sólo por las ganas impertérritas de serlo. Él que ya venía de vuelta de tantas otras vueltas.
Tú vienes todas las noches, pero no nos crees le dijo intrigada Eyleen.
No, no mucho.
Pero te callas, no nos sermoneas ni nos das consejos.
No doy consejos, Monche, porque nadie escarmienta en cabeza ajena.
Buen tipo, el viejo Llagostera, enamorado dulce y platónico de una Monche matrera.
Monche
Monche cuidaba a los hijos de su prima Teresa fin de semana por medio. La iba a buscar los sábados en la mañana y la llevaba de vuelta los domingos en la tarde Mauro Becerra, el marido; un pediatra flácido, gordiflón y petiso, que no le decía nada, que jamás mencionaba eso, pero que cada sábado y domingo por medio, durante todo el viaje, la miraba como a los pasteles que después pasaba a comerse al Paula.
Llagostera
Llagostera no.
Llagostera te miraba con los ojos cerrados, reconstruyéndote dormido mientras te soñaba y tú le agradecías por eso: puedo dormir segura a su lado, decías, como una amiga, como una hermana.
¿Dónde está Eyleen?
¿Dónde está Rodrigo Llagostera?
¿Dónde está Muriel?
¿Dónde está Aníbal?
¿Alejandro?
¿Adónde tuvo que irse herida Nicole?
Yo también te reconstruyo en mis sueños, amiga.
Ahogada y borracha, revolcada en mi dolor...
Dolor, dolor.
¿Cuál dolor?
¿Cuál es mi dolor?
¿Qué he perdido yo?
¿Qué tengo yo aún?
Mis ganas, mis ganas en mis dedos, las ganas con las que reconstruyo tu pelo, tus pechos, tus manos, tus ojos, tus labios. Releo tus cartas, tus cuadernos, tu diario: sí, por favor, perdóname, Monche, magnimiga, labiternos...
Leo tus cuadernos y busco claves en ellos, busco señales.
Busco.
Una versión ligeramente editada de un conjunto de notas escritas por Viviana Altman en su cabaña de Caburga.
EF
🎧 Viviana escucha canciones de Schwenke y Nilo.
🎵 YouTube: Nos fuimos quedando en silencio.
Última modificación: 19 de octubre de 2024.