caupolican

La Francesa

un mapa de calles de Temuco

Índice de calles de Temuco


El barrio comienza —comenzaba— en la esquina del mercado.

Los turcos no eran realmente turcos; los judíos eran sefarditas y la mayoría de los españoles eran castellanos.

Después de varios siglos estaban de nuevo, como antes en Córdoba y en Toledo, compartiendo, a regañadientes, las mismas calles.

Ahora todos, si no exiliados, eran inmigrantes, extraños.



Las tiendas que subían por Portales desde Aldunate hasta Cruz o Zenteno eran tiendas de trapos.

Vendían percala,
popelina,
batista,
brin,
vichy,
sarga,
raso,
sargalina,
tafetán,
encaje,
casimir,
franela,
terciopelo,
brocato,
coty,
crea blanca,
crea cruda,
tocuyo,
lienzo,
tul,
arpillera,
óptima,
loneta;
ropa hecha,
paquetería,
sombreros
y zapatos.


Se distinguían por sus acentos, por los letreros y afiches sobre las estanterías, por los maniquíes en las vitrinas, por las fotos y amuletos alrededor de las cajas, por el color del abrigo del dueño, por el delantal de las dependientas, por el puño de las camisas de los dependientes.

Secretamente, por la proporción de sus clientes que no eran mapuches.



Más del lado de las paqueterías o de los géneros; de los artículos araucanos o de la ropa barata; mirando más hacia la Estación o hacia Bulnes, estas "casas" y "grandes almacenes" prolongaban relaciones de parentesco, establecían alianzas familiares, alimentaban competencias y rivalidades acérrimas.

De uno al otro lado de la calle se miraban con celos y desconfianza. Todos tenían un cuaderno en el que anotaban las ventas a crédito; sacaban las cuentas a lápiz, odiaban tener que dar boleta y se ponían nerviosos cuando pasaban inspectores del Comisariato.



Varias de las tiendas de españoles habían comenzado a comienzos de los veinte —recién fundada la ciudad— como casas de empeño; se llamaban agencias.



Las agencias contribuían a los sueños, al placer y a la apariencia de los temucanos. A mitad de los treinta, daban un peso por una cuchara, un cuchillo y un tenedor; la entrada al teatro en la galería costaba cincuenta centavos.

Todos salían ganando.



Pero sospecho que el negocio de las agencias estaba en otra parte.

Las cucharas y los cuchillos entraban y salían de las agencias varias veces al mes al ritmo de las pasadas de Libertad Lamarque o de Jorge Negrete.

Había prestamos a más largo plazo, pactados discretamente en la oficina o en un living; no a la carrera sobre el mesón con los otros.



Las bóvedas de las agencias, con seguridad, protegían las más hermosas joyas de Temuco.