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Cuando era niño, nuestro vecino se enrabiaba de una manera
destemplada cada vez que decíamos que queríamos ir al teatro.
Don Cesáreo enrojecía, fruncía los labios, respiraba fuerte,
le crujían las muelas, sus ojos destilaban desdén y se diría
que casi hasta odio.
En seguida, nos arrojaba un sermón salpicado de imprecaciones
por lo mal que los chilenos hablábamos el castellano.
"A lo que ustedes quieren ir es al BIOGRAFO", nos decía.
Por un montón de años hubo apenas cuatro teatros en Temuco.
Después abrió la Sala Bulnes y, aunque siempre incómoda por
lo larga y estrecha, entrábamos deslumbrados por esos asientos
de colores lima y lila.
El Central, el Austral y la Sala Bulnes, tenían la ventaja que
casi siempre daban películas nuevas; no se cortaban mucho.
Lo malo es que daban una sola película más los noticiarios (el
mundo al instante: en Temuco sabíamos todo lo que le había pasado
hacía un par de meses a Konrad Adenauer) o un corto de dibujos
animados. No importaba qué día de la semana fuera, yo prefería
el Real.
El Real era un rotativo triple; no daban ni una ni dos, sino tres
películas y nadie decía nada si uno se quedaba a verlas dos veces.
Ahora podemos ir al teatro de la Católica. Casi siempre dan buenas
las películas; interesantes, por lo menos. Ojalá que vaya harta gente
al teatro de la Católica. Para que así haya más películas en Temuco.
Y más teatros.
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