Farragut Square es uno de los lugares de Washington que más aprecio.
En Farragut Square se juntan dos estaciones del metro. Dejando fuera a
Georgetown, desde Farragut Square se puede ir casi a cualquier parte
de Washington. Desde el Zoológico hasta el Mall y el Capitolio. Cierto,
el metro no llega hasta Adams Morgan tampoco; pero el Dupont Circle
no está demasiado lejos del barrio y el 42 no siempre pasa tan lleno.
Farragut Square está en la esquina de Connecticut Avenue; entre la K y
la I; cerquita de la M. Como plaza, Farragut Square es más bien chica,
no tiene muchos árboles y hay muchos menos bancos que en el Dupont
Circle. Pero hay harto pasto y no se juntan tantos mensajeros ciclistas.
En la primavera y en el otoño, Farragut Square es una delicia para
juntarse con un amigo a la hora de almuerzo o para descansar, echar
una siestecita en las tardes, antes de decidirse uno a tomar el metro para
irse a la casa.
En verano hace demasiado calor en Washington y en invierno, Farragut
Square se transforma.
Hace frío; se van las ardillas, la nieve se pone negra a los dos o tres días,
los árboles están pelados, los bancos mojados y en las tardes se instalan
unos dos o tres carromatos de los que les traen sopa caliente a los sin casa
que se congregan cada día en la vereda del frente ofreciéndose a trabajar
por la comida. Fue en esa vereda, frente a Farragut Square, donde
Gorvachov hizo parar su auto y se bajó a mirar la ciudad obligando a Bush
a hacer lo mismo; quizás secretamente agradecido de poder bajarse del auto
y realmente caminar por su ciudad aunque fuera por uno o dos minutos.
Una vez, un día de semana, a fines de septiembre del 81, me quedé toda la
noche en Farragut Square.
Cada vez que visito una ciudad trato de encontrar la ocasión para quedarme
al menos una vez toda una noche afuera, durante un día de semana y
asomarme a sus coreografías ocultas, a sus ritmos, sus sacudidas y espasmos,
ruidos, sombras y luces. Siempre me conmueve ese silencio extraño, frío y
húmedo, que cubre a la ciudad temprano en la madrugada y esa vuelta lenta
pero inexorable de sonidos y ruidos, de triciclos y camiones, de cortinas
metálicas que se abren y de luces que se encienden, y de buses y de taxis que
se asoman despacio entre la niebla de las esquinas, con la que todo comienza
a estar casi listo para volver al trabajo de nuevo.
Pero esa vez me quedé toda la noche en Farragut Square simplemente porque
tenía ganas y, porque después de ocho años, podía hacerlo.