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El salpicón era un entrada que
comíamos bien a menudo cuando
era niño y vivía con mis padres
en la casa de Avenida Caupolicán.
El salpicón se hace con lechuga picada,
unas pocas rodajas de huevo duro, un
puñado de pedacitos de carne cocida
fría y un montón de limón.
No es gran cosa, pero me gustaba ese
gusto ácido. A veces me comía toda
la lechuga primero. El asunto era dejar
los pedacitos de carne para el último.
Y entonces realmente gozarlos.
Uno por uno.
El verano pasado le pregunté a mi
hermana, si se acordaba del salpicón.
"Claro, que me acuerdo," contestó.
Yo estaba tan contento conmigo mismo.
De nuevo habíamos encontrado una
memoria en común.
Después ella agregó.
"Odiaba tanto esa carne alimonada. Me
comía todo el huevo y la lechuga, pero
no había manera que me comiera esa
carne con olor a podrido. Hacía como
que me la comía, pero ponía con cuidado
los pedacitos en mi bolsillo y después los
echaba al tarro de la basura en la cocina."
St. Paul, marzo de 1997
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