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Mi madre jamás las habría llamado así;
pero en la casa de Caupolicán las fiestas
eran unas tremendas comilonas.
El movimiento de tiestos, de fuentes, de
azafates y de ollas de agua caliente,
comenzaba temprano.
Toda la casa transpiraba un calor húmedo
al coincidir el día del baño del sábado
con los preparativos de un almuerzo
largo, conversado y regado del domingo.
En un derrotado esfuerzo por vencer la
humedad se abrían las ventanas del living
mientras se sacudían las cortinas.
Se abrillantaban los servicios de alpaca,
se limpiaban las copas; se contaban y
doblaban las servilletas, se planchaba el
mantel y se trasvasijaba el vino, desde
una damajuana a botellas coñaqueras,
para ponerlo a enfriar bajo el hueco de
la escala.
Mi madre cocinaba harto bien; pero el
encargado de sacrificar las aves era mi
padre.
Sin eufemismos, él sencillamente las
mataba.
Afilaba un cuchillo y las desangraba con
un corte certero detrás de la cabeza.
Una vez muertos, los pavos o gansos, se
sumergían en agua caliente para mejor
desplumarlos, se pasaban rápido sobre
el fuego abierto de una página del diario
ardiendo en la cocina para quemarles los
cañones, se destripaban y lavaban con
chorros de agua fría separando con cuidado
la pana, el corazón y la molleja, trofeos
exclusivos del maestro del sacrificio,
harto menos interesado en el cogote.
El corazón, la pana, la molleja y el
cogote, eran delicias para el consomé
de la noche del día siguiente.
Para esa noche, era la sangre frita.
La sangre había sido cuidadosamente
recogida en un tiesto de loza.
Antes de desplumar las aves, se aliñaba
su sangre con ajo, perejil, sal, limón y
pimienta; una vez coagulada, se cortaba
en trocitos y, entonces, se sofreía sobre
el sartén caliente.
Nos aprovisionábamos con pan en
abundancia para untarlo en el aceite
sobrante.
La sangre frita era la culminación de un
ritual violento y tierno, que, en medio
de todo ese ajetreo, me enseñaba que
a los gansos, a las gallinas y a los pavos,
hay que matarlos antes de comérselos
y nos anunciaba, a todos, que el domingo de
mañana sería un lindo día de fiesta.
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