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El cajón de sastre

El sastre era un señor de mediana edad, más bien cincuentón, de pelo entrecano, mirada adusta de profesor de castellano; traje gris.

 

Rodrigo Erazo Reyes

Los sastres son una especie que se extingue a la sombra de las grandes tiendas de departamentos y la de los baratillos que se multiplican sobre las veredas de los paseos urbanos.

El sastre era un señor de mediana edad, más bien cincuentón, de pelo entrecano, mirada adusta de profesor de castellano; traje gris.

Llevaba siempre una huincha de medir al cuello y un par de alfileres entre los labios (tal vez por eso hablaba poco).

Hacía los ademanes justos, no adulaba en exceso, expresaba su disconformidad levantando apenas la ceja izquierda e inclinando la cabeza hacia el lado contrario.

Ceremonioso, se despedía gentil.

La primera sospecha de caos y desorden, sin embargo, provenía del impenitente polvillo de tiza que impregnaba sus dedos.

Tal intuición se confirmaba apenas la mirada recorría el horizonte del mesón e inventariaba los cajones, siempre abiertos.

De caer en la tentación de mirar fijamente su contenido, un observador desaprensivo se precipitaría al interior de un maelstrom en tierra firme.

En un cajón de sastre había de todo...

Mucho más de lo que ameritaba su oficio.

Ciertos investigadores de tal fenómeno (justificadamente señalados como "paranoides", a mi juicio), han insistido en que tal cajón no sería otra cosa que un artilugio o dispositivo, provisto por el sastre en cuestión, a fin de obtener de parte del incauto cliente, sumido en una suerte de estado hipnoide, una aceptación sumisa de plazos de entrega, precios a pagar, largos de tiro, anchos de espalda y caídas que, en otras condiciones, habrían resultado inaceptables.

Me resisto a tal conclusión.

De hecho, y ya lo hemos observado, los sastres están desapareciendo.

Sólo quedan sus cajones.

Y, a ver: ¿quién no tiene un cajón de sastre en su vida?

Aah! He ahí la cuestión, Watson!!

En lo que a mí respecta, debo decir que he dedicado una buena parte de mi existencia a observar la ocurrencia de tal situación.

Mi conclusión es que la presencia del cajón de sastre es universal. Vale decir, que todos, TODOS, tenemos un cajón de sastre a nuestro haber, en alguna parte.

Ojo.

Algunos han confundido la acepción "cajón de sastre" con "inconsciente", en un sentido freudiano.

No, no, no, no, no.


Este no es un sastre.

Sí, claro, en algún sentido, el inconsciente freudiano es un cajón de sastre.

Pero no todo cajón de sastre es inconsciente; ni menos freudiano, por supuesto.

He revisado numerosas definiciones, resultándome particularmente interesante aquella de “persona que tiene en su imaginación muchas especies confusas”.

Especies confusas.

Eso es.

Y muchas...


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