Rumias

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Dos poetas de los lares

Primero Rosalía de Castro (1837 – 1885),
en la traducción de María Asensio.


Bajo la plácida sombra de los castaños

de nuestro buen país;

bajo aquellos frondosos robledales

que hacen dulce el vivir;

junto a la higuera de la paterna casa,

que años cuenta sin fin,

¡qué cuentos placenteros, qué amorosas

palabras se dicen allí!

¡Risas que se oyen en las tardes tranquilas

del cariñoso abril!

Y también ¡qué tristísimos adioses

se acostumbran oír!


...y aquí en el original gallego.

Baixo a prácida sombra dos castaños

do noso bon país;

baixo aquelas frondosas carballeiras

que fan dose o vivir;

cabe a figueira da paterna casa,

que anos conta sin fin,

¡qué contos pracenteiros, qué amorosas

falas se din alí!

¡Risas que se oien nas seráns tranquilas

do cariñoso abril!

E tamén ¡qué tristísimos adioses

se acostuman oír!

¡Tierra la nuestra!
Follas novas (1880)

Al leer Follas novas a más de ciento cuarenta años de distancia de su publicación en 1880, me recuerdo del lautarino Jorge Teillier (1935 – 1996) quien en un artículo aparecido en mayo de 1965 en el Boletín de la Universidad de Chile acuñó oficialmente la feliz frase y categoría «los poetas de los lares,» un grupo o mejor, una sensibilidad, a la que él mismo, con Para ángeles y gorriones (1956) o Los trenes de la noche (1961) y varios poemarios más, también pertenecería.

1

El puente en medio de la noche

blanquea como la osamenta de un buey.

Entre la niebla desgarrada dc los sauces

debían aparecer fantasmas,

pero sólo pudimos ver

el fugaz reflejo de los vagones en el río

y las luces harapientas

de las chozas de los areneros.

Jorge Teillier
Los trenes de la noche (1961)



Sin ser una lista exhaustiva, además de sí mismo, entre los poetas que Teillier incluye como miembros de la poesía de los lares están Efraín Barquero, autor del bellísimo poema “El Afilador”; Alfonso Calderón, el puntarenense Rolando Cárdenas, Carlos de Rokha, Pablo Guiñez, Floridor Pérez y Alberto Rubio.

Retorno, continuidad, trabajo

Una descripción rápida —del tipo de las que aparecía —aparece— en los manuales de literatura utilizados en la escuela secundaria y también desafortunadamente en otros sitios— señalaría reductiva, condescendiente, si no peyorativamente, que la poesía de los lares es una poesía de la nostalgia.

Una nostalgia por la aldea, una nostalgia por la vida antes del progreso; más precisamente, antes del progreso de las ciudades. Algo de eso hay, sin duda; pero también —como lo señala el subtítulo del texto de Teillier— se trata fundamentalmente de una “visión de la realidad.”

En el decir de Jorge Teillier, la poesía de los lares es sí un retorno.

Un retorno desde la anónima, desarraigada y mecanizada vida de la sociedad de consumo de las grandes metrópolis, a la tierra y a la aldea ancestral. Allí donde el poeta —el habitante— “no se siente solo, sino siempre rodeado de un mundo físico al cual pertenece y que le pertenece” (mi énfasis). La doble relación de pertenencia, afín a la de mutua entrega y posesión amorosa, es crucial para obliterar toda posibilidad de desarraigo. El poeta —el habitante— es parte integral y orgánica del espacio en que vive y escribe; es del mismo material que su lar.

Se trata también de una continuidad; de ser un eslabón más, un vínculo, en una historia que de ningún modo comenzó con él o con ella y que de ningún modo terminará con él o con ella ahí tampoco. Se trata, dice Teillier, de un retorno a un espacio donde el poeta —el habitante— está rodeado de “antepasados que lo acompañan en su tránsito terrestre, así como ... sabe que ... acompañará en venideros tránsitos a sus descendientes.”

Así, en el decir de Jorge Teillier, la poesía —la sensibilidad— de los lares es garante de la supervivencia generación tras generación de una comunidad anclada en la segura e inequívoca continuidad de una pertenencia a la tierra, es decir, al lar.

Es también un trabajo.

No basta, no se trata de una descripción a la distancia con una foránea mirada a lo pintoresco de la aldea a la manera de un criollismo superficial y externo (de ese que desde la ciudad, se apeaba del tren para darse una vuelta de fin de semana por el campo), sino de “interpretar y entrar profundamente en el significado de las costumbres y ritos nuestros:” del mundo al que pertenecemos. De ese mundo “donde siempre se produce la misma segura rotación de siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses (recordemos a Dyonisos) y de los poemas.”

Ajá. Siembras, cosechas y también, los poemas. Para Teillier, la poesía —el trabajo poético— es la creación de un orden —de un cosmos hecho de palabras— y la labor del poeta es crear en el poema dionisiácamente tal orden.

Nostalgia por el acompasado ir y venir de las estaciones, entonces; tan alejado de nuestros supermercados modernos donde podemos encontrar desabridos tomates y duraznos durante todo el año sin importar si afuera llueve o hace sol.

Quizás.

Pero no se trata de una nostalgia dulzona o de lloriquear por un pasado remoto, sino de una afirmación de un auténtico presente; se trata, dice Teillier, de transformar “la vida cotidiana del prójimo gracias a una poesía que muestre el rostro verdadero de la realidad...”

Aun la que reside en el campo, en los oficios menores del campo y de las aldeas —abordados también por Rosario Castellanos en sus Oficios aldeanos— y por Efraín Barquero en sus Los oficios.

El Afilador

Veréis un tronco viejo

una rueda partida.

Una piedra del mundo

con la cara vacía.


Veréis sólo mi banco

la luz de cielo fría:

me seguirán los niños

como a un ave caída.


Veréis un árbol seco

veréis la piedra encima,

la rueda de madera

polvorienta y perdida.


Veréis que yo he pasado

con mi pobre angarilla,

véreis sólo el acero

vencedor de los días.

Efraín Barquero
Los oficios (1962)

Afilador callejero
Archivo de la nación argentina, 1870

Quizás valga la pena recordar aquí que hasta bien entrados los setenta el tren nocturno era el principal medio de transporte entre Santiago y Puerto Montt.

A menudo en la estación de Renaico había una larga detención en espera del tren que venía del ramal de Concepción a acoplarse con el nocturno que corría por la vía central.

Volvamos a Teillier y a su poemario creado, según nos cuenta en otro lugar, en un viaje, en tren, claro, desde Santiago hasta su natal Lautaro.
La aventura del viaje en tren atravesando pueblos, potreros, chacras y ríos a lo largo de los caminos.
Los caminos de tierra y de grava anegados por la lluvia del Sur.
De crepúsculo a madrugada; el tren nocturno.


2

Nos alejamos de la ciudad

balanceándonos junto al viento

en la plataforma del último carro

del tren nocturno.


Pronto amanecerá.

Los fríos chillidos de los queltehues

despiertan a los pueblos

donde sólo brilla la luz

de un prostíbulo de cara trasnochada.


Pronto amanecerá.

En las ciudades

miles de manos se alargan

para acallar furiosos despertadores.


Pronto amanecerá.

Las estrellas desaparecen

como semillas de girasol

en el buche de los gorriones.

Los tejados palpitan en carne viva

bajo las manos de la mañana.


Y el viento que nos siguió toda la noche

con cantos aprendidos

de torrentes donde no llega el sol,

ahora es ese niño desconocido

que se despierta para saludarnos

desde un cerezo resucitado.


4

En la estación de Renaico

un caballo blanco enganchado a un coche

espera sin impacientarse.

Espera bajo toda la lluvia

destilada por el mantel sucio del cielo,

rodeado de toda la soledad

de un mundo redondo e infinito.


5

Los pinos descortezados y nudosos

pasan interminablemente delante de nosotros,

y nos miran hasta que nos damos cuenta

de que su rostro es el rostro

de nuestros verdaderos antepasados.


13

El silbato del conductor

es un guijarro

cayendo al pozo gris de la tarde.

El tren parte con resoplidos.

de boxeador fatigado.

El tren parte en dos al pueblo

como cuchillo que rebana pan caliente.

Los vagabundos quedan mirando

a los niños andrajosos

que juegan entre castillos de madera.

De las chozas dispersas a lo largo de la vía

salen mujeres a recoger carboncillo entre los rieles,

otras reúnen la parchada ropa

crucificada en los alambres

tendidos en los patios llenos de humo,

y algunas inmóviles y serias como grandes sandías

recogen en los umbrales el lerdo sol de fines de otoño,

ese sol que apenas puede escurrirse entre los álamos.

Jorge Teillier
Los trenes de la noche (1961)

No es sólo el tren.
Ni es tampoco sólo el tren nocturno.
Es el olor al humo; el carboncillo que impregna el aire.
Son las ventanillas de los carros por las que pasan los pueblos

como páginas de un libro arrancadas por

una ventolera:

Renaico, Lolenco, Mininco, Las Viñas,

Púa, Perquenco, Quillén y Lautaro.


Son las idas y los regresos.
Las gentes que se ven desde el vidrio de la ventanilla que sirve de almohada.
Los pájaros, los caballos, los bueyes.
Las alamedas, los robledales, los pinares.
Los ríos.
Las gentes que viven, trabajan, aman y sufren en esos lares.
Las mañanas frías en las que el viajero después de tantas horas de viaje adormilado por el acompasado traqueteo del tren y con las piernas entumecidas por fin llegaba a Lautaro.

Cierro los ojos

y afirmo mi frente enhollinada

en los vidrios de la ventanilla

mientras la noche hunde en los ríos

su frente arrugada por los peces.


Jorge Teillier
Los trenes de la noche (1961)

Tren con locomotora a vapor en algún lugar del mundo
Foto: Licencia Adobe.

El artículo de Teillier ha sido recopilado en el libro Prosas (1999), publicado por Editorial Sudamericana y editado por Ana Traverso. Sus libros Los trenes de la noche y Para ángeles y gorriones, probablemente sólo disponibles en algunas bibliotecas y quizás en alguna librería de viejo, pueden leerse o descargarse en formato PDF en el sitio memoriachilena.gob.cl.


...y Rosalía de Castro?

Teillier entronca la poesía chilena de los lares con Dylan Thomas, Serguéi Yesenin, Gérard de Nerval, Czesław Miłosz y podría seguir...
Estirando apenas un poquito la hebra, bien podría haber incluido a Rosalía de Castro. También una poesía de los lares... Follas novas es una afirmación de su presente gallego rural, un elogio de la belleza del lar y de la lengua gallega que Rosalía de Castro misma, al escribir en gallego contrariando la idea de que era una lengua inferior de campesinos analfabetos, se había encargado de darle vigor y renuevo...



¡Oh, parra mía de albariñas uvas,

que tu sombra me das!

¡Oh, tú, saúco de florecitas blancas

que curas todo mal!

¡Oh, tú, huerta mía tan querida

y mi verde nabal.


Este plácido sol que nos alumbra

estos aires del mar;

este clima suave, estas campiñas

que no tiene igual;

esta lengua mimosa que nosotros tenemos,

de tan dulce solaz,

que no sabe decir sino cariños

que hasta el corazón van;

esta tierra, no hay duda..., Dios la hizo

para ser amada y amar.



...con el agregado de una aguda vuelta de tuerca a ese Paraíso Terrenal de “frondosos robledales que hacen dulce el vivir.” Un marcado doble contrapunto que introduce una irresoluble irresuelta tensión a todo el poemario. Los tristísimos adioses que se acostumbran oír son los desgarrados adioses de la emigración alentada por la pobreza, la carencia y el hambre.



El horno está sin pan, el lar sin leña,

no canta el grillo allí,

y si no es con la pena que los consume,

el pobre sólo está con su sufrir.

Sin qué comer y sin abrigo tiembla,

porque los vientos sutiles

húmedos aún, silban entre las piedras

y las puertas hacen gemir.



¡Ay, Galicia, la que duerme sueños de ángel

y llora al despertar

lágrimas que, si consuelan sus penas,

no curan su mal!

Desgarrados adioses porque la partida, lejos de sustentar el mito de una emigración feliz, es un abandono, una separación, un exilio... con el sueño, el deseo, la esperanza de regresar:

Que te aman tus hijos...; que los consume

de tu suelo tener que marchar;

que gimen sin consuelo, si a otras tierras

lejanas a morar van;

que allá está el cuerpo en regiones extrañas

y el espíritu siempre acá,

que sólo viven, sólo alientan con remembranzas

de su país natal

y con la esperanza, con la esperanza ardiente

de a Galicia tornar...

Pero muchos [muchos: adjetivo indefinido en la forma del masculino exclusivo] no vuelven...
Las aldeas se vacían de hombres, las aldeas se llenan de mujeres solas, de mujeres vestidas de negro: son las viudas de los muertos y las viudas de los vivos...

Tejí yo sola mi tela

sembré sola mi nabal,

sola voy por leña al monte,

sola la veo arder en el lar.

...

Mi marido perdióse

nadie sabe dónde va...

Golondrina que pasaste

con él las olas del mar;

golondrina, vuela, vuela,

ven y dime dónde está.


...y en gallego.

Tecín soia a miña tea,

sembréi soia o meu nabal

soia vou por leña ó monte,

soia a vexo arder no lar.

...

O meu homiño perdéuse,

ninguén sabe en ónde vai...

Anduriña que pasache

con el as ondas do mar;

anduriña, voa, voa

ven e dime ónde está.



¿Qué significa...?

¿Qué quiere decir Teillier con eso de que quiere que la de los lares sea «una poesía que muestre el rostro verdadero de la realidad»?

No lo sé; o no estoy seguro, o quizás siendo Teillier un poeta y no un filósofo haya querido decir muchas y muy diferentes cosas; cosas antagónicas, contradictorias.


...el fugaz reflejo de los vagones en el río

y las luces harapientas

de las chozas de los areneros.

Me quedo con eso de fugaz reflejo.
Me quedo con eso de luces harapientas.
¿No es eso cuestionar la certeza de ese mostrar?
¿No es entonces sólo —un gran sólo— afirmar la búsqueda, el viaje, que no la llegada?

La poesía de los lares parece ser un retorno. A su Lautaro en el caso de Teillier; a su idioma gallego en el caso de Rosalía de Castro.

Escribir de los lares, escribir de los oficios poblanos, escribir de los puentes como bueyes, escribir de los niños andrajosos que juegan entre castillos de madera, escombros exiguos de un arrasado bosque antiguo y ancestral; escribir de robledales y de castaños y escribir en gallego «...tecín soia a miña tea» es un des–des–arraigarse.
Es afirmar el arraigo, aspirar al arraigo, el anhelo de pertenecer(le) al lugar.

Pero no es ni un arraigo ciego ni una pertenencia soberbia a la manera de un romanticismo nacionalista febril.
Ambivalente y contradictoria, es una pertenencia del amor y del dolor.

¡qué contos pracenteiros, qué amorosas

falas se din alí..!

...¡qué tristísimos adioses

se acostuman oír!



Negra sombra es el poema más conocido, más citado y que más ha sido puesto en música de Rosalía de Castro.

Cuando en la película Mar adentro (2004) de Alejandro Amenábar Rosa (Lola Dueñas) quiere disculparse desde su puesto de DJ en la radio por su insensible comportamiento con Ramón (Javier Bardem) elige precisamente esta canción con la música de Carlos Núñez y en la voz de Luz Casal.

Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pe dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.

Cando maxino que es ida
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.

Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,
i es o marmurio do río
i es a noite i es aurora.

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.

Negra Sombra... en la versión de Luz Casal disponible en iTunes... ...y en YouTube, claro.



El sólo hecho de haber escrito tanto en castellano como en gallego ya le hubiera asegurado a Rosalía de Castro su lugar de importancia en la literatura de España; pero además, junto al sevillano Gustavo Adolfo Bécquer (1836 - 1870), Rosalía de Castro es una de las precursoras de la poesía española moderna y una figura capital del rexurdimiento (renacimiento) de la lengua gallega.

No siempre —casi nunca— le fue fácil. Hoy, Rosalía de Castro es tenida en gran estima. Sin embargo, cuando de Castro decidió escribir en gallego, los días de esplendor de la lengua en los siglos XIII y XIV estaban desde hacía mucho tiempo enterrados en el olvido. Hacía mucho tiempo que el gallego había sido reemplazado por el castellano como lengua culta de comunicación. Para muchos encaramados en sus sillones de superioridad, el gallego era tomada despectivamente como una lengua —un dialecto decían— de analfabetos y de ignorantes.

Con su decisión, Rosalía de Castro se ganó el desprecio y el escarnio de muchos..., pero también el respeto, cariño y admiración de muchos más. Hoy casi no hay esfera de actividad cultural —teatros, cines, deportes, parques, bibliotecas, restaurantes, etiquetas de botellas de vinos, sellos de correos, calles de ciudades, el antiguo billete de 500 pesetas— que no la mencionen o que no incluyan algunos de sus versos... en castellano o en gallego.

Hija de una madre soltera —y de un sacerdote católico— pasó momentos difíciles de enfermedad, de pobreza, de abandono y de exclusión. Eso está en su obra. Sin embargo, aunque a todas luces, ella misma es el sujeto de su poesía, su visión no es sólo la de una persona individual.

Rosalía de Castro entendió que la situación de abandono y de soledad de muchas familias gallegas se debían a las condiciones de pobreza del campo gallego que obligaba a muchos hombres a emigrar. Así lo expresó en su poesía, en la que amalgama exitosamente su preocupación por lo social con un profundo lirismo personal.

Viuda caminando en una aldea griega
Foto: Licencia Adobe.

Saint Paul, agosto de 2023


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