Rumias

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Hans Castorp, Clavdia Chauchat,
la noche de Walpurgis
y la erótica anatomía
de La montaña mágica

Mi amigo y colega, el lingüista Donald Steinmetz (1938 – 2009), me explicó una vez cómo al leer La montaña mágica de Thomas Mann —él, por supuesto, se refería a Der Zauberberg en el original alemán— era imposible, durante toda la lectura, dejar de esbozar una constante sonrisa. El rasgo más característico de la novela, según Don, era su burlón tono irónico... lo que no le impedía ser, al mismo tiempo, bastante seria.

Ahí estaba buena parte de su gracia.

Mann escribía una profunda novela filosófica mientras al mismo tiempo gozaba riéndose de todos: de Settembrini, de Naphta, de Castorp; principalmente del pobre Hans Castorp: ese pequeñito pequeño burgués de la mancha húmeda. Distancia irónica que tenía mucho de compasión también: Mann no olvidaba el final futil y trágico de Castorp, enfrentado a su destino no tan incierto al comienzo de la Gran Guerra canturreando el Der Lindenbaum (El tilo) de Schubert.


Ich schnitt in seine Rinde

So manches liebe Wort;

Es zog in Freud' un Leide

Zu ihm mich immer fort


Und seine Zweige rauschten

Als riefen sie mir zu

Komm her zu mir, Geselle,

Hier findst du deine Ruh'!


Y tallé en su corteza

muchas palabras de amor

en alegrías y tristezas

siempre sentí su glamour


Y sus ramas susurraban

parecía me llamaban...

Ven a mí, camarada,

¡Aquí encontrarás almohada!

Mi traducción... la rima y el ritmo por sobre la literalidad.
Schubert musicalizó el poema Winterreise (Viaje de invierno) de Wilhelm Müller. De acuerdo al gráfico de barras en iTunes, Der Lindenbaum es la canción más popular del ciclo.

Recientemente he leído de nuevo La montaña mágica en su versión en inglés hecha por H. T. Lowe–Porter y en su versión en castellano hecha por Isabel García Adánez... (mi alemán es limitadísimo) y se me escapa gran parte de esa ironía de la que me hablaba Don, aunque me puedo sonreír con los esfuerzos de Hans Castorp por echarse un polvito con Clavdia Chauchat esa noche de Walpurgis narrada en el Capítulo V de la novela. Sonreír sobre todo ahora (no cuando leí por primera vez La montaña mágica en mis años de la escuela secundaria); ahora que tengo casi cincuenta años más de los que tenía Castorp al llegar al sanatorio de Davos a visitar a su primo Joachim Ziemssen por lo que él creía que serían unas pocas semanas y que terminaron siendo siete años.

Siete meses después de su llegada a Davos es la noche de Walpurgis.

Desde su llegada, cuando no conversando y dando paseos con su primo Joachim o con el italiano Ludovico Settembrini, Castorp ha estado fascinado —a la distancia— por la misteriosa paciente rusa Clavdia Chauchat; se cree enamorado de ella, pero tímidamente ha mantenido la distancia. Sólo la noche de Walpurgis, Castorp, se atreve a acercase a ella, a hablarle —en francés—, a tutearla y a pedirle un lápiz.

Ella busca en su bolso y encuentra un delicado lápiz de plata; con cuidado, con ambos con la cabeza inclinada sobre el objeto y casi tocándose mutuamente la frente, Clavdia Chauchat le enseña a Castorp cómo mover una pequeña ruedecita para que aparezca la punta y activarlo.

Prenez garde, il est un peu fragile —dijo ella—. C'est à visser, tu sais.

C'est à visser..., claro. Siguen varias páginas en francés —que ni Lowe–Porter ni García Adánez traducen— en las que, mientras van apagándose las velas del carnaval y ya todos los demás internos del sanatorio van poco a poco retirándose a su habitaciones, Hans Castorp y Claudia Chauchat hablan y hablan. Hablan de la vida y de la muerte, del orden supuestamente preferido por los alemanes por sobre la libertad...en fin, hablan de amor y del cuerpo humano. De amor, otra vez; finalmente Hans Castorp clama amarla... Clavdia Chauchat le acaricia suavemente la cabeza y le responde:

Petit bourgeois —dijo—. Joli bourgeois à la petite tàche humide. Est–ce vrai que tu m'aimes tant?

“Y, hechizado por este contacto, ya completamente de rodillas, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:”

—Ay, amor, ya lo sabes...
El cuerpo, el amor, la muerte, no son más que uno. ... De ahí, su gran terror y su gran magia!

El cuerpo, el deseo... ...la imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y de la belleza... el extremo amor por el cuerpo humano.

¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre!

¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, las costillas alineadas por parejas, el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, el sexo oscuro entre los muslos!

Mira los omóplatos como se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas.

¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajo sus almohadillas de carne!

¡Qué fiesta mas inmensa el acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano!

¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento!

¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo!

¡Déjame tocar devotamente con mi boca la “arteria femoralis” que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia!

¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!



“[Hans Castorp no] abrió los ojos después de haber hablado. Permaneció tal y como estaba: con la cabeza inclinada, las manos, que sostenían el pequeño lapicero de plata, extendidas delante de él, arrodillado y sin parar de temblar y estremecerse. Ella dijo:

Tu es, en effet, un galant qui sait solliciter d'une manière profonde, à l'allemande.

Y le puso el gorro de papel.

Adieu, mon prince Carnaval! Vous aurez une mauvaise ligne de fièvre ce soir, je vous le prédis.

Dicho esto, se levantó de su sillón, cruzó la alfombra para dirigirse a la puerta, vaciló un momento en el umbral y, dando media vuelta, con uno de los desnudos brazos levantado y la mano en el picaporte, dijo en voz baja y por encima del hombro:

N'oubliez pas de me rendre mon crayon.

Y salió.”

Fin del capítulo V.
Texto entrecomillado, traducción de Isabel García Adánez.



Tal como se lo había anunciado, al día siguiente (ya en el capítulo VI) Clavdia Chauchat se marcha del sanatorio de regreso al Daguestán donde reside en funciones oficiales su marido. Ese día de miércoles de ceniza, Hans y Clavdia sólo se verán, de lejos, por apenas un segundo.

Buen burgués, como lo era Thomas Mann, discretamente el narrador de La montaña mágica no añade nada más después de la salida de Chauchat en el capítulo anterior, pero se me ocurre que el bueno de Hans debió de alcanzarla esa noche de Walpurgis y devolverle, luego, su lápiz. Esa noche de Walpurgis —con tal de que él haya superado su borrachera y el terror de una primera vez— sin duda gozaron echándose un buen y dulce polvo. Sin considerar nada más, ¿qué puede ser más erótico y más profundamente íntimo que intercambiar después las radiografías de sus pechos?

Vale; te entiendo ahora, Don!



Saint Paul, mayo de 2023


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