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Marismas del Guadalquivir
y La isla mínima de Alberto Rodríguez

Marismas del Guadalquivir

Comencemos con la película de Alberto Rodríguez...
Si no la habéis visto, todavía, vedla. Vale la pena.

Pero en verdad..., antes de ver La isla mínima y para mejor gozar esta película de Alberto Rodríguez es una buena idea visitar la fotografía de Atín Aya. Un buen número de los fotogramas de La isla mínima, un buen número de los personajes que aparecen en La isla mínima, el paisaje mismo de La isla mínima es el paisaje fotografiado por Atín Aya.

• Vimeo. Marismas del Guadalquivir: fotografías de Atín Aya

Segundo, durante los créditos iniciales, la película se abre con las bellas fotografías aéreas de las marismas hechas por Héctor Garrido y digitalizadas por Israel Millán. Las fotos se encuentran en el libro Armonía fractal de Doñana y las marismas.

Varias veces a lo largo de la película veremos tomas aéreas de las escenas en las que se desarrolla la historia o tomas hechas con un gran plano general que enfatizan la vastedad de las marismas en contraste con la relativa pequeñez de los hechos y de los protagonistas.

• Blog de Héctor Garrido. Armonia Fractal

Ahora sí. Vamos a la película.

El tiempo de la historia en La isla mínima (2014) es 1980. Franco llevaba ya más de cuatro años muerto y todavía no había resucitado. No habría de resucitar tampoco, porque su sucesor, el rey Juan Carlos I, resultó ser democrático (que después haya resultado ser también corrupto es otra cosa).

Un poco después —en 1981— el país debió resistir la intentona golpista de Antonio Tejero: un no tan solitario teniente coronel de la Guardia Civil (hubo varios otros destacamentos militares en las calles de Madrid y de provincias). La intervención del rey Juan Carlos a quien quizás no le importaba demasiado que su amigo Adolfo Suárez tuviera que dar un paso al lado, pero no a costa de un golde de Estado que manchara su buen nombre, puso fin a la intentona facistoide. Pero entre tanto tumulto y bulla (casi todos querían deshacerse de Suárez si le creemos a Javier Cercas) algo quedaba claro: la sombra de Franco todavía estaba presente, aunque por un tiempo largo se creyó que después del fracasado tejerazo había comenzado a desaparecer por completo...
Ahora (2023) con el auge de Vox y de Abascal, ya sabemos que no.

A fuerza de difíciles negociaciones y acuerdos, se había creado una nueva constitución más que aceptable (1978); se había comenzado a cambiar los nombres a las calles y a derribar algunas estatuas del franquismo. Se había comenzado a democratizar —a hacerlas responsables frente a los ciudadanos— las instituciones del estado, incluida la Policía Nacional.

Vale.

Varios hechos prueban que la democracia española todavía era muy inestable en esos años y siguió así hasta mediados de los ochenta. Un poco más tarde del tiempo de La isla mínima, fuerzas paramilitares con el apoyo —directo o indirecto del gobierno socialista de Felipe González— se dedicaban a asesinar a miembros de ETA o a sus amigos; Desde 1978, a pesar de la amnistía, ETA se hacía responsable de secuestros, asesinatos y bombazos en contra de los que todavía consideraba sus enemigos (en el fondo, cualquiera que no pensara como ellos o que tuviera la mala suerte de haber ido de compras a un supermercado elegido para un bombazo). Grupos de franquistas —con el brazo en alto— protestaban en las calles manifestando su añoranza por el Caudillo. Grupos de extrema derecha asesinaban con todo desparpajo a abogados comunistas...

En fin, volvamos a la película.

La isla mínima es un buen noir con una historia policial ambientada en ese 1980 de marras. Dos detectives madrileños —Juan y Pedro— han sido enviados a ayudar a esclarecer el caso de la desaparición de dos muchachas en un alejado y empobrecido pueblo rural del sur sevillano.

Un caso de rutina y tedioso.

Un castigo para ambos: no muy clara la razón en el caso de Juan; Pedro, por su parte, se lo había buscado al enviar cartas al periódico, criticando la postura antidemocrática de un militar importante. Un fastidio, porque debe separarse de su esposa embarazada, la que insiste en que la llame con frecuencia.

Todo normal, claro.

Oh, dos cosas más.

Una: hace muy poco tiempo que Juan y Pedro han estado trabajando juntos. Juan (Javier Gutiérrez) es el más viejo. Toda su apariencia —desde el corte de pelo, su bigotito recortado, y sus modales— es la del típico policía de la dictadura. Pedro (Raúl Arévalo) es más joven; de otra generación, nuevo en el cuerpo policial y, claro, lleva el pelo y el bigote más largos.

Dos: el caso es más complicado y menos rutinario de lo que parece a primera vista; hay diversos intereses económicos que proteger; todos ocultan algo; todos saben mucho más de lo que dicen. Hay personajes que deambulan allí donde nadie los ha llamado, hay otros que entran y salen dejando un aroma de sospecha; aparecen grafitis fascistoides en las paredes, una a una se van acumulando las pistas falsas.

Por supuesto: es un noir: ¿qué otra cosa podría esperarse?

No mucho más: que al menos sea uno bueno.

Y éste lo es.

Como antes en Grupo 7 (2012), Rodríguez maneja con soltura y eficacia esa ambigüedad y ambivalencia ética y moral que, desde Dashiell Hammett y Raymond Chandler hasta Roman Polanski y en adelante, son las características propias del género.

El detective joven, correcto, idealista y puro, y el viejo, cínico, de pasado escabroso y quizás corrupto, terminarán por parecerse.

Hay —habrá— una muy delgada línea divisoria entre los dos.

Desde nuestros cómodos asientos en la platea (o en la sala de estar), aspiramos a mantener nuestra conciencia limpia y sin sobresaltos; absorbidos por los crímenes que vemos en la pantalla y deseosos que se restaure pronto la justicia. Pero ya sabemos de antemano que en un noir, siempre terminamos hinchando no tanto por los buenos (a menudo, no los hay) como por los menos malos.

Lo que hace que La isla mínima no sea sólo un buen noir más es que su ambigüedad moral y ética habitual está embebida aquí por lo político y por la Historia (ésa con mayúscula). Aspectos que recién entonces, en libertad y en democracia, podían por fin explorarse sin cortapisas, mentiras ni censuras.

Por una parte, Pedro es un buscapleitos; por la otra, es bien posible que Juan haya sido un agente torturador y asesino de la DGS franquista; el pueblo está agitado por la huelga en la conservera local; los ricos y poderosos siguen siendo ricos y poderosos... el machismo es el mismo de siempre. Sin muchas otras esperanzas para el futuro, las jóvenes quieren largarse de allí cuanto antes, les cueste lo que les cueste.

Desde el comienzo podemos percibir la tensión y las diferencias entre Juan y Pedro. Mientras van montados en el camión que los lleva al pueblo luego de que su coche se ha averiado, apenas se hablan. Pedro mira al frente, es decir, a la nada del camino polvoriento; Juan observa a los campesinos con escopetas. Al entrar al cuarto de hotel que deben compartir, Juan le comenta con sarcasmo a Pedro “Tu nuevo país...” luego de descubrir en la pared un crucifijo con fotos de Hitler, Franco, Mussolini y Salazar...

Antes (mientras están registrándose en el hotel) en la televisión se ven a algunos manifestantes protestando con el brazo alzado al modo franquista. Varias veces se verán grafitis pro franquistas en las paredes. En la escuela y en la comisaría se verán fotos del rey en las paredes y... todavía fotos de Franco. Luego, mientras los dos colegas —ya que no amigos— se entretienen disparando al blanco con los rifles de la Feria, Pedro le comenta a Juan que ha oído que es un extorsionador de prostitutas... “¿Sí? ¿Y que más has escuchado?” —le contesta Juan.

Más tarde, veremos a Pedro orinando con sangre, posiblemente a causa de una infección urinaria o quizás algo más serio y terminal.

De seguir así, La isla mínima continuaría por lo fácil y lo consabido... logrando un buen y hasta un suficientemente satisfactorio noir pero que, incluyendo la ténue línea divisoria entre Juan y Pedro, no ameritaría una segunda o tercera mirada.

Sin embargo, Rodríguez añade otra vuelta de tuerca.

No es un aspecto menor que Rodríguez haya introducido una suave y sutil ironía al construir a estos dos personajes.

Juan siempre parece ya haber averiguado algo nuevo antes del desayuno mientras Pedro todavía estaba durmiendo. Mientras Pedro siempre está malhumorado y con cara de haber dormido poco, Juan siempre tiene buen apetito. Come con gusto los albures que le ofrecen para la cena ese primer día y más tarde no le hace asco a la manteca colorá.

Juan podrá haber sido un policía torturador..., pero tiene esa misma cosa que Antonio Skármeta en Ardiente paciencia describe acerca de los momios (conservadores) chilenos: es o sabe cómo parecer ser campechano, con lo que ya sea con orujo o con palabras melosas se gana la confianza de los lugareños, particularmente de Rocío, la madre de las muchachas asesinadas. Jesús, el cazador furtivo transformado en recalcitrante ayudista, compartirá el estofado de corzo con Juan, no con Pedro.

Pedro, el progresista, aparece siempre distantealoof para describirlo con esa más precisa y bella palabra inglesa de origen náutico. Distante y antipático...

Extrapolo aquí por mi cuenta. El personaje de Pedro sirve de advertencia y de diagnóstico tanto para los demócratas liberales del Estados Unidos de ahora como para los izquierdistas del PSOE o de Podemos o de Sumar de España, por un lado; o los del Frente Amplio (o como quiera que se llamen ahora) de Chile, por el otro: el progresista transuda un insoportable aire distante y presumido.

La gente del pueblo preferirá al otro.

Vuelvo a la película.

Es una linda paradoja que Pedro, así como avanza la historia y tortura a la mujer encargada del cortijo, haya aprendido lo peor de Juan sin ni siquiera acercarse a lo que generosamente podríamos llamar lo mejor. A Pedro los zapatos le aprietan demasiado; no sonríe nunca. Ni siquiera cuando aprende que en premio a su heroísmo y eficacia ha sido trasladado a Alcobendas.

Nos quedamos sin saber si Juan volverá o no a Vallecas.

Martín pescador...
El pájaro colorido con el que alucina Juan antes de desmayarse en su habitación en el hotel es un martín pescador. Se dice que es un portador de buenas / malas noticias.

...y con todo lo noir, el paisaje de las marismas y de los arrozales sevillanos en La isla mínima —con la clara influencia de Atín Aya— es al mismo tiempo sobrecogedor, lúgubre e, inesperadamente, increíblemente hermoso.

Las marismas del Guadalquivir tienen una extensión de más de 2.000 km² y están situadas en lo que fue el estuario del río. Se extienden por tres provincias andaluzas: Sevilla, Huelva y Cádiz. Debido a su forma plana, su proximidad al nivel del mar y la naturaleza impermeable del subsuelo, durante la época de lluvias se convierten en un gran lago. Durante esta época húmeda de la primavera, en las marismas aparece una gran abundancia de vida silvestre —con flamencos, ocas y gamos (las tres especies aparecen destacadamente en La isla mínima )— en fuerte contraste con la sequedad desértica de la estación anterior. Un ciclo que se repite interminablemente año tras año.

Ya no existe el esturión en las marismas; se extinguió hacia fines de los sesenta. La pesca —artesanal— está ahora limitada a los cangrejos, a las angulas y a los albures. Por otra parte, la mayor actividad agrícola consiste en sus arrozales los que producen más del 40% del arroz de toda España.

Flamenco en el Parque Nacional del Doñana, Andalucía

Saint Paul, 15 de abril de 2024


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