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Turcos, judíos y españoles

El barrio comienzacomenzaba— una manzana hacia el Este de donde Elvira se paró a mirar donde antes estaba la Círculo: en la esquina de Portales con Aldunate, justo en la puerta sureste del Mercado; al frente de la «Zapatería Madrid», al lado del hombre que vendía empanadas de horno sacadas de un canasto cubierto por un mantel blanco; cerquita de «La Platanera» con su olor a maní recién tostado. A pasos del «Rapa Nui» con sus plateadas y sandwiches de perniles de chancho.

Los turcos no eran realmente turcos, eran libaneses o palestinos; los judíos eran sefarditas y la mayoría de los españoles eran castellanos o leoneses. Después de varios siglos estaban de nuevo, como antes en Córdoba y en Toledo, compartiendo, a regañadientes, las mismas calles. Ahora todos, si no exiliados, eran inmigrantes, extraños.

Junto a las numerosas talabarterías y sastrerías, a las carretas de bueyes cargadas de leña, de papas o de cochayuyo; a los bordillos con argollas para que los jinetes ataran a sus caballos; junto a los emporios que vendían harina cruda y tostada, afrecho, frijoles, lentejas, guisantes, fideos, trigo, avena, cebada y centeno; almendras, nueces, avellanas, higos, huesillos, nueces, especias... a granel; antes de prêt à porter, las tiendas que subían hacia la Estación por Portales y Rodríguez desde Aldunate hasta Cruz o Zenteno eran tiendas de trapos:


percala,
popelina,
batista,
brin,
vichy,
sarga,
raso,
sargalina,
tafetán,
encaje,
casimir,
franela,
terciopelo,
brocato,
coty,
crea blanca,
crea cruda,
tocuyo,
lienzo,
tul,
arpillera,
óptima,
loneta;
ropa hecha,
calzones
y calzoncillos;
camisas,
corbatas,
pañuelos,
calcetines
sombreros
y zapatos.

Se distinguían por sus acentos, por los letreros y afiches sobre las estanterías, por los maniquíes en las vitrinas, por las fotos y amuletos alrededor de las cajas, por el color del abrigo del dueño, por el delantal de las dependientas, por el puño de las camisas de los dependientes. Secretamente, por la proporción de sus clientes que no eran mapuches (lo que ilusoriamente —o así lo pensaban— las acercaba a las tiendas caras del centro).

Más del lado de las paqueterías o de las telas; de los artículos araucanos o de la ropa barata; mirando más hacia la Estación o hacia Bulnes, estas "Casas" y "Grandes Almacenes" prolongaban relaciones de parentesco, establecían alianzas familiares, alimentaban competencias y rivalidades acérrimas. De uno al otro lado de la calle, sus dueños se miraban con celos y desconfianza. Tenían un cuaderno en el que anotaban las ventas a crédito; sacaban las cuentas a lápiz, odiaban tener que dar boleta y se ponían nerviosos cuando pasaban inspectores del Comisariato.

Tenían nombres familiares y fantasiosos, como los de sus sueños: «La Estrella», «La Bienhechora», «La Esmeralda», «El Globo», «El Pobre Diablo», «La Favorita», «La Duquesa», «La Francesa», «El Blanco y Negro», «La Perla del Cautín», «La Flor del Líbano»...

Eran todas muy similares... y, a la vez, cada una de esas tiendas era única.


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