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Puente Madre de Dios

Anguiano es un poblado de la Rioja Alta con una población de 524 habitantes. Está formado por tres barrios: Mediavilla, Eras y Cuevas. Mediavilla es el barrio más grande, y donde se encuentran el Ayuntamiento, la iglesia de San Andrés y casas hidalgas (con escudos de nobleza en sus fachadas). Cuevas, el barrio donde nació mi padre, con su iglesia de San Pedro, está unido a los otros dos por el llamado puente de Madre de Dios, sobre el río Najerilla.
Anguiano es famoso por la celebración de los danzadores de zancos la que hoy en día se ha convertido en una atracción turística.
El origen del nombre parece ser euskera.

Mi propio viaje al origen el año 2002 fue más directo que el de Cynthia Rimsky... y el trayecto mismo para nada espectacular. Un vuelo desde Minneapolis–Saint Paul hasta Madrid, y de ahí, después de un par de días deambulando por la ciudad entre la multitud, cuatro horas en coche con mi primo Miguel y mis primas Isabel y Margarita hasta Anguiano. Desde entonces, con algunas variaciones del trayecto, he estado allí ya en cuatro ocasiones; con mi mujer y dos de mis amigos a veces; una vez, solo con mi hijo Joseph.

Anguiano, el nombre del pueblo en el que nació mi padre, lo había yo ya aprendido antes de ir al colegio por primera vez a los cinco años, y estaba marcado por una cruz hecha a lápiz en un Atlas Universal y de España recibido de regalo en uno de mis primeros cumpleaños.

Lo que gatilló mi viaje fue simplemente mi deseo —¿mi angustia? ¿mi supertición?— de finalmente conocer en persona a mis primos españoles con quienes nos carteábamos desde que éramos niños y visitar —conocer— el lugar del nacimiento de mi padre antes de cumplir yo los cincuenta años.

Antes de emigrar a Chile a los diecisiete años, mi padre vivía en el barrio de Cuevas de Anguiano y probablemente, tirando de su burro, cruzaba el puente de Madre de Dios diariamente con el propósito de vender la leña que había recogido en los bosques cercanos a algunos de los habitantes ricos del barrio de Mediavilla, o bien llevaba hasta algún pajar del barrio de Eras las ovejas que cuidaba en el monte cercano. Tal como sus dos hermanos mayores, mi padre era un pastor de ovejas y en sus recuerdos del pueblo figuraba en forma prominente tal puente que, me decía, cruzaba diariamente.

Puente Madre de Dios
Construido en el siglo XVIII sobre el río Najerilla que fluye 30 metros abajo, une el barrio de Cuevas con el barrio de Mediavilla. Consta de un solo arco de unos 12 m de luz de sillería y mampostería apoyado sobre la roca natural en ambas márgenes de esta profunda garganta. (Wikipedia)

El puente es, en realidad, espectacular y lo he cruzado en uno o en otro sentido, a diferentes horas del día, muy temprano en la mañana, a media tarde, en la noche; con frío de llegar a pasmarme como me lo advirtió una vecina, a veces; con calor sofocante, otras.

Me he detenido sobre él, oteando desde allí ambos barrios, he palpado sus piedras con mis manos, las he oliscado tratando de emular los gestos que, quizás, hace casi cien años hacía mi padre.

He querido emocionarme al cruzar el puente; sentir algo. Pero no, no lo he conseguido; no me he emocionado... sobre el puente, lejos de mis expectaciones, lejos de mis fantasías, lejos de mis sueños, no he sentido nada.

Sin embargo, cruzado ya el puente, una vez ya adentrado en el barrio de Cuevas, bajando hasta la orilla del río y caminando hasta casi las afueras del pueblo, se llega al antiguo lavadero comunal, hoy reconstruido. Está ahora en desuso, por supuesto; ahora es un monumento histórico, una reliquia; pero era allí donde otrora se juntaban las mujeres del pueblo, las mujeres del barrio, a lavar las ropas de sus familias y, seguramente, a comentar las novedades del día.

Lavadero comunal, Anguiano, La Rioja

Dentro del lavadero, frente a la gran artesa, hay una fuente de la que, según me contó Jesús, uno de los habitantes de Anguiano a quien conocí por casualidad caminando por el sendero que eventualmente conduce hasta San Millán de la Cogolla, mana la mejor agua del pueblo.

Fuente de agua potable en el lavadero comunal de Anguiano.

Jesús tenía razón.

Fue allí, de pronto, un día cualquiera durante una de mis visitas, por un brevísimo instante, luego de refrescarme con esa agua mi garganta y mi cara, que pude imaginar estar ahí viendo a mi abuela, conversando de cualquier cosa con ella, antes de que naciera mi padre, como si el tiempo no existiese, o como si todo, nuestros pasados y nuestros presentes, ocurriesen en una sola dimensión, al unísono.

Quizás allí, por ese breve instante, sentí que había llegado a mi origen...

Podría rezagarme aquí eternamente, si no fuera porque estos tozudos anguianeses ya saben muy bien hablar en castellano; no necesitan de alguien que se los enseñe que es la forma, después de varias vueltas, con la que me gano yo ahora el sustento.

Caminando por el sendero frente a Anguiano con Jesús
Foto: Ronna Hammer


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