Rumias

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De la tierra sin fuegos
Poemas de Juan Pablo Riveros

Quietud

Si la luz solar, por un instante

rasga el transparente velo

de nubes, una multitud de paisajes.

Sobre todo, en la quietud de la montaña

o en la apacible hora del crepúsculo,

los rayos se mecen suavemente

entre las magníficas nubes cambiantes.


Y un silencio solo, sólo

roto por el estridente vocerío de los papagayos.

Juan Pablo Riveros
De la tierra sin fuegos

Elogio

Montañas. Valles.

Escarpadas pendientes con bordes

como flecos de un gigantesco paño blanco.


Largos brazos de mar

penetran en el corazón de la cordillera.

Formación de fiordos grandiosos.

Verde sobrenada el oro

entre la embajada de las olas.


Desenfreno. ¡Libérrimo desierto!

Juan Pablo Riveros
De la tierra sin fuegos

Mujeres alacalufes

Sus vidas,

como fuegos entumidos

en alguna costa del Sur,

más sensibles a la mordedura del viento

que a la temperatura mínima del agua.


Sumergidas tras cholgas

machas o erizos,

las mujeres, junto al fuego,

comen luego mariscos y charlan

tranquilas,

dueñas absolutas de la historia.

Juan Pablo Riveros
De la tierra sin fuegos

Postración

Durante los interminables períodos

de tormenta,

los alacufes caen en honda

congoja.


Un día de calma,

una partida de caza,

el breve paso de un buque

termina con ella

por un tiempo.

Juan Pablo Riveros
De la tierra sin fuegos

Lecciones de historia
Extensas llanuras cercadas. Despojados
los onas de sus cotos de caza. Ellos,
que poseían estos bienes inmuebles “de manera
que ni siquiera sabían que fuesen bienes inmuebles...”
jamás reclamaron título legal alguno.
Ezra Pound, Cantares Pisanos

“Indudablemente la región de Magallanes se ha
presentado muy apropiada para la cría del
ganado; aunque ofrece como único inconveniente
la manifiesta necesidad de exterminar a los fueguinos.”
The Daily News, 1872

Ambas citas incluidas en el poemario de Juan Pablo Riveros Riveros incorpora a su libro textos de Gusinde, de Emperaire, de Antonio Coiazzi, de Robert FitzRoy (el capitán del Beagle) y de Charles Darwin (uno de sus pasajeros), de Ezra Pound, Saint John Perse..., cartas de los colonos, sueltos de prensa de la época y de hoy...

Allí

en ese Sur remoto

vivían

los selk'man (onas)

los haush

los yaghan

los kaweshkar.


Después pasó por ahí

el Beagle

con Charles Darwin y Robert FitzRoy.


Luego llegaron los colonos

chilenos e ingleses

criadores de ovejas.

La gran Sociedad Lanera Austral.

La civilización.

De la tierra sin fuegos

Hasta ya terminadas las primeras tres cuartas partes del siglo XX y antes de convertirse en una atracción turística para estadounidenses, para europeos y para otros pocos lugareños con mucho dinero de sobra, la mayoría de los chilenos y de los argentinos sabía muy poco sobre la Patagonia.

Definitivamente, la mayoría de los chilenos y de los argentinos sabía muy poco acerca de sus habitantes originarios.

Muy pocos argentinos o chilenos habían visitado la región.

Punta Arenas (Chile) y Ushuaia (Argentina) estaban muy, muy lejos.

Faro a la entrada este del Canal del Beagle

Mucho cambió después de 1978 cuando chilenos y argentinos, perdón, más precisamente, cuando los gobiernos dictatoriales de Chile y de Argentina estuvieron a punto de declararse una guerra en su disputa por las islas Picton, Nueva y Lennox, situadas a la entrada este del Canal del Beagle casi tocando el Cabo de Hornos.

Afortunadamente, la guerra no se declaró.

Pero ciertamente el conflicto estimuló las ganas de saber más acerca de la Patagonia; se mejoraron los caminos y otras infraestructuras de acceso. Antes, en el lado chileno, la Patagonia era un lugar al que sólo se llegaba por mar (o los que podían, por avión): no había carreteras que atravesaran los fiordos.

A diferencia de mi amiga Elena, para los que no vivíamos allí la Patagonia, la provincia de Magallanes —como el desierto de Atacama— era una región remota, lejana...

...geográfica, cultural y mentalmente lejana y remota.

Por esos años, los militares chilenos y argentinos colaboraban entre ellos en la guerra que habían declarado a la mitad de sus ciudadanos y es por eso que algunos cínicos piensan que en realidad nunca hubo una posiblidad de una guerra entre los dos países...
...pero con tantos nacionalistas sueltos a ambos lados de la cordillera suficientemente locos como para irse a una guerra por unas islas llenas de pingüinos y de cormoranes... ¿quién sabe?

En la escuela habíamos aprendido que los primeros habitantes de la Patagonia habían sido los patagones. A veces, los llamaban fueguinos o alacalufes... de vez en cuando algún profesor más interesado, los llamaba onas o yaganes (nombres más parecidos a las formas como ellos se llamaban a sí mismos).

Siempre hablaban de ellos en el pasado: como si ya no existieran.

Hablaban de ellos en el imperfecto o en el pluscuamperfecto, nunca en el pretérito.

Aprendíamos lo que habían sido..., no lo que habían hecho.

Como si vivieran fuera de la historia.

Como si no tuvieran historia ni historias.

Chilenos y argentinos habíamos tenido otros recordatorios recientes sobre la Patagonia.

En 1972 supimos de la matanza en esos días de 16 prisioneros políticos en Trelew (Argentina) y en 1973 los chilenos supimos que luego del golpe de estado contra Allende en Chile, la isla Dawson (muy cerquita de Punta Arenas) se había convertido en un campo de concentración.

Coloane. Una pequeña excepción. Un poco antes, Francisco Coloane (1910 - 2002) había escrito cuentos sobre la Patagonia publicados en sus libros Cabo de Hornos, Golfo de Penas y, por supuesto, El último grumete de la Baquedano, junto a varios más.

Algun@s de nosotr@s los leíamos con avidez.

Un libro escrito por Gusinde habla de la destrucción de los selk'man (onas) con la llegada de los colonos europeos (primero chilenos e ingleses, después alemanes y yugoslavos).

“De los miles de aborigenes que cruzaban en sus frágiles canoas la inmensidad de los canales de la Patagonia Occidental hoy, los escasos sobrevivientes, llevan una vida miserable”. Gusinde (1923);
Texto incorporado al poemario de Riveros.

En 1986, Juan Pablo Riveros, un poeta nacido en 1945 en la ciudad de Punta Arenas, publicó en Concepción su libro De la Tierra sin Fuegos, un hermoso, si bien triste y melancólico, poemario. Está dedicado a la memoria de Martín Gusinde (1886–1969) y Joseph Emperaire (1912–1958), dos etnólogos (alemán, el primero, francés, el segundo) que vivieron por muchos años en la Patagonia estudiando a los pueblos originarios de la región.

Con el libro de Riveros —que amalgama, poesía, historia, crónica, material fotográfico, notas, glosarios...— muchos chilenos aprendimos por primera vez sobre estos Gusinde y Emperaire (sus libros habían tenido escasa distribución en castellano; nula entrada en las escuelas) y sobre otros de sus colegas historiadores y antropólogos. Por primera vez, muchos chilenos vieron algunas de las fotografías tomadas por Gusinde, llamado Mankatschen (el hombre que capta imágenes), por los selk'man...

Cierto, son pocos lo que leen poesía.

Pero el libro de Riveros abrió un espacio donde antes no había nada; alimentó y generó otras publicaciones. De la tierra sin fuegos fue corajudo también, porque unía oblicuamente —había que salvar las censuras— el exterminio de los selk'man con la represión y asesinatos perpetrados por la dictadura pinochetista: uno y otras eran parte de la misma continuidad.

Una gran parte de lo que sabemos sobre los Yámanas, Selk'mans, Haushs, Kaweshkars, se lo debemos a Gusinde y a Emperaire...
Ahora más etnólogos (algunos chilenos) se ocupan de ellos; un poco tarde, pero en fin.
Al menos, podemos recordarlos.
No es que ellos (los sobrevivientes) se hayan olvidado de nada.
Ellos recuerdan todo o casi todo.
Obligados a ser chilenos, recuerdan.

Ahora hay más...

Entre los que conozco (y seguramente hay otros) hay para empezar dos libros: Fin de un mundo de Anne Chapman y Los pergaminos de la memoria de Lorena López Torres. Por supuesto, está también ese bellísimo documental El botón de nácar de Patricio Guzmán y, más recientemente la película (que todavía no he visto) Colonos de Felipe Gálvez.

Bien, porque todavía tenemos mucho que aprender.

Mamihlapinatapai es una palabra yághanaa que según he leído por ahí significa algo así como...

...una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se decide a iniciar.

No he encontrado una segunda fuente independiente para esta información (las que conozco se citan unas a otras), pero de todas maneras es una magnífica palabra...
...y una muy hermosa situación que tod@s nosotr@s en muy variadas circunstancias hemos conocido.

Otro poema de Riveros

Cuando la ballena.

se unió con el viento

nació el picaflor.

Juan Pablo Riveros
“Parturient montes”



Saint Paul, febrero de 2024


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