Rumias

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José Donoso
o la perpleja sensación
de no estar ahí del todo

Este cinco de octubre de 2024 se cumplen 100 años del nacimiento de José Donoso, el autor de El obsceno pájaro de la noche (1970), una de las cuatro novelas más relevantes de la literatura chilena de la segunda mitad del siglo XX. Las otras tres son Hijo de ladrón (1951) de Manuel Rojas, por un lado, La casa de los espíritus (1982) de Isabel Allende y Lumpérica de Diamela Eltit (1983), por el otro.

Conocí a José Donoso en 1987 con ocasión de la presentación de su novela La desesperanza (1986) en el Institute of Policy Studies de Washington, D.C. Al día siguiente, antes de participar con él en una conversación en la Librería Hispania de la misma ciudad, dimos una larga caminata por el Mall de Washington. Tuve el gusto de encontrarme con José Donoso en dos o tres ocasiones más. Lo que más recuerdo de él en estos encuentros son, por una parte, una casi constante sonrisa entre irónica y escéptica. Por la otra, una mirada cristalina, con unos de los ojos más tristes que he conocido.

He escrito dos artículos sobre José Donoso.

Uno, sobre La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980), lo leí en una de las reuniones del NEMLA (North East Modern Languages Association). El otro, sobre La desesperanza, aparecido en la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos en 1995, fue de mis últimas producciones propiamente académicas antes de dejar ese campo e intentar ganarme los garbanzos de mi sustento diario ejerciendo varios otros oficios diversos. En retrospectiva, “Sobre poética y referencialidad en La desesperanza de José Donoso” es uno de los dos artículos académicos que aún hoy más aprecio.

José Donoso nos dejó con La desesperanza una de las dos o tres más deslumbrantes historias acerca de la dictadura; así como, junto a Cobro revertido (1992) de Leandro Urbina, una de las más agudas historias sobre el exilio, El jardín de al lado (1981).

Ya hace muchos años que extravié el manuscrito de mi artículo sobre La misteriosa... que debo de haberlo escrito en algún momento de 1982, pero ahora (agosto de 2024) que escribo esta rumia en la que he mencionado también La desesperanza, pienso en el enorme rango temático y estilístico de la producción donosiana: desde un desenfadado y divertido divertimento (La misteriosa...), hasta una profunda, desgarrada inmersión en la pesadilla cloacal de la dictadura pinochetista (La desesperanza...) junto a esa alucinantemente perversa exploración de la identidad sexual de El lugar sin límites (1966) y el grotesco infierno doméstico de El obsceno pájaro... o de Coronación (1957)...

... y dejo varias otras novelas sin mencionar todavía, en particular Casa de campo (1978) y con Donde van a morir los elefantes (1995), un buen ejemplo del humor y de la sátira: «...el retrato del natural (un poco exagerado)» como escribió en la dedicatoria del ejemplar que mi amigo Rodrigo Erazo compró para mí en la Feria del Libro de Santiago.

Con un profundo sentido analítico y poético, José Donoso abarcó magistralmente un amplio espectro de los sueños y de las pesadillas, de los fantasmas y de los demonios —sobre todo de los fantasmas y de los demonios— del Chile que le tocó vivir.

Ese es su más valioso y perdurable legado...

...y sin embargo; sin embargo.

La frase “no estar ahí del todo...” la copio libremente de La vuelta al día en ochenta mundos de Julio Cortázar.

No estar ahí del todo o no dejarlo estar ahí del todo.

Vamos partes.

¿Qué es ese ahí?

En esta rumia que escribo ahora, ahí son varios lugares disímiles.

No importa mucho aquí que ese boom fue más un fenómeno editorial (y de publicidad) que una explosión sorpresiva...
Aceleración, profundización de una sensibilidad, quizás; pero no súbita aparición.
El caldo de cultivo de las nuevas formas del boom venía ya de lejos... a lo muy menos desde fines de los cuarenta y comienzos de los cincuenta... Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Felisberto Hernández, Macedonio, Manuel Rojas... Ya que estamos enumerando otra lista, incluyamos también aquí a Borges, aunque no haya sido un novelista.

• El primero de todos es ese ahí que voy a llamar el de la cúspide de eso que se llamó el Boom: la explosiva aparición a mediados de los sesenta de un grupo (masculino) de escritores latinoamericanos que mostraban un quiebre con las formas y con las temáticas habituales de las generaciones anteriores...

Puesto que un grupo debe tener miembros cuando se nombraba (¿nombra?) a esos miembros invariablemente se incluían los nombres de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez... Julio Cortázar... Carlos Fuentes. Por ahí se terminaba la lista; no alcanzaba a encaramarse a esa cúspide (producto de la obsesión por los rankings tipo top ten) nuestro José Donoso. Tampoco Guillermo Cabrera Infante ni Manuel Puig.

Primer no estar ahí del todo.

• Hubo un segundo no estar ahí, producto de un más insidioso y mezquino sentimiento. José Donoso fue también objeto de ese desafortunado deporte hispano —y muy chileno— del ninguneo; es decir, de ignorar, de excluir, sistemáticamente a quienes... secretamente se envidia o, por cualquier razón social, ideológica o estética, no se le da entrada a una categoría selecta... por más que esa selección sea muchas veces bastante cuestionable.

El mismo Donoso se quejaba en sus reflexiones rescatadas y publicadas por su hija Pilar en Correr el tupido velo del ninguneo que le impuso Fernando Alegría en relación a la novelística chilena del exilio (El jardín de al lado no existía según Alegría) y más de una vez escuché que un muy prestigioso profesor chileno asentado en la Universidad de Michigan desaconsejaba a sus estudiantes escribir sus disertaciones sobre nuestro escritor... «porque nadie quiere aparecer como un especialista en José Donoso.» Ese mismo ninguneo —más una buena cantidad de infortunios, como el rompimiento de la sociedad de Seix y Barral, hizo que muchos de los premios literarios disponibles y a los que aspiró le fueran esquivos o tardíos.

Segundo ahí.

• En otro lugar señalé cuán diferente es la experiencia chilena de José Donoso de la mía... Cuatro siglos de generaciones de Donosos, por una parte; primera generación de inmigrantes pobres, por la otra.

José Manuel Donoso Yáñez (su nombre completo) podía pasearse por la calles de Santiago... y desde ellas saludar a su abuelo Eliodoro. Hizo la secundaria (el bachillerato) en el prestigioso y caro colegio particular (privado) The Grange School, un lujo, un privilegio, una buena oportunidad inaudita, que —nos informa Donoso en sus reflexiones— su familia no podía fácilmente costearse... ya que aunque con mucho abolengo proveniente de su pasado histórico, era una familia venida a menos —¡como los personajes de Coronación o de El obsceno pájaro...!— una familia que ya no estaba ahí del todo tampoco.

Tercer ahí.

• José Donoso irritaba a los conservadores tradicionales por su visión crítica, descarnada, irónica y satírica de las viejas familias aristocráticas que solían habitar el barrio que ahora es de inmigrantes venezolanos, colombianos y haitianos, y por su denuncia del horror de la dictadura de cartoneros, quemados y degollados.

Irritaba a los izquierdistas de partido también, por su negativa a identificarse inequívocamente por una posición política específica. No hay duda que era un progresista; no hay duda que defendía la democracia y que denostaba las dictaduras (a pesar de vivir por largos años en la España de Franco), pero no fue un ferviente partidario de la Unidad Popular tampoco.

Cuarto ahí.

Creo que esa independencia —esa es la palabra que he decidido usar; otros dirán indefinición— subraya lo que era su compromiso mayor. Su vocación literaria; su determinación de ser por sobre todo un escritor.

Su segunda vocación pública fue la del maestro. Ya sea en los talleres literarios de Iowa o en su casa de Galvarino Gallardo, José Donoso se prodigó generosamente —aunque seguramente también con mucho de narcisismo y de inseguridad, ser generoso sin duda fue uno de sus atributos— en enseñar, en mostrar, los artificios del oficio de escribir. Recuerdo una de sus máximas:

«Las enredaderas no existen; existen las buganvillas. Los árboles no existen; existen los álamos o los alerces.»

Ejercer el oficio de escribir fue su vida; por eso es que se lo recuerda; por eso es que lo recuerdo con admiración y cariño.

La última vez que me encontré con José Donoso fue en octubre de 1989 en casa de Diamela Eltit. Al despedirnos me invitó a su casa de Galvarino Gallardo. Desafortunadamente yo debía viajar a Temuco al día siguiente y no pude entonces aceptar su ofrecimiento. Años después me envió vía Rodrigo Erazo una copia dedicada de su Donde van a morir los elefantes. Dado que en ese tiempo yo todavía ejercía de académico, sin duda que su ironía estaba bien dirigida.

Su novela (al menos la dedicatoria) era una broma, un buen chiste afectuoso.

Saint Paul, 27 de agosto de 2024


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