A mí me gusta imaginar este encuentro cerca del mercado toledano, quizás en la misma Posada de la Sangre en la que siglos más tarde se quedaban a dormir Dalí, Buñuel y Lorca en sus paseos de fin de semana a Toledo. Allí, en nuestra versión, un muy feliz Calisto recibió de manos de Celestina el cordón de Melibea mientras Sempronio lo miraba burlón y Pármeno, todavía escéptico, meneaba a ambos lados la cabeza.
¡Oh, mi señor Calisto! ¡Oh, mi nuevo amador de la hermosa Melibea! ¿Con qué pagarás a esta vieja que hoy se ha jugado la vida por ti?
Madre mía, abrevia tus palabras o mátame con esta espada.
¿Espada? Que una espada mala mate a tus enemigos o a quien mal te quiera. Yo, por el contrario, la vida te quiero dar con la buena esperanza que traigo de aquella a quien tú más amas.
¿Buena esperanza, señora? Dime, por Dios, ¿qué cara te mostró cuando le hablaste de mí?
La cara rabiosa de los jabalíes frente a los perros de caza, señor. Apenas mencioné tu nombre, ella me llamó hechicera, alcahueta, vieja falsa...
¿Y entonces? ¿Cómo puedes decir que de toda esa sarta de insultos vendrá la esperanza para mí?
Porque yo, siguiendo el ejemplo de las abejas, toda esa hiel, la transformé en miel.
¡Qué maravilla! ¿Cómo lograste tal cambio?
Primero, déjame decirte que fui a su casa con la excusa de vender un poco de hilado.
¡Bien hecho! ¿Y que más?
Luego, cuando su madre tuvo que ausentarse, pude estar con ella a solas...
¡Oh, qué gozo! ¡Qué no habría dado por haber podido estar yo allí oculto bajo tu manto!
¡Ay, qué pobre soy! Con los treinta agujeros que tiene te habría descubierto a la primera mirada.
Por favor, señora, no alargues más tu relato; dime presto qué hiciste para cambiar sus disposición frente a mi persona.
Le dije que sufrías de dolor de muelas... y que como ella sabía una oración a Santa Apolonia le rogaba que me la diese.
¡Qué astucia! Y ella, ¿cómo contestó a tu demanda?
Que me la daría de buen grado?
¡Oh, Dios mío! ¡Qué gran regalo!
Pero todavía le pedí más...
¿Qué, mi vieja honrada?
El cordón que llevaba en su cintura.
¡Dios santo! ¿Y qué te dijo ella?
Dame albricias, que ya te lo diré.
¡Oh, por Dios! Toma o pide lo que quieras.
Por un manto que tu des a esta vieja, te pondré en tus manos el cordón que ceñía su cuerpo.
¿Manto? Manta y saya y cuanto hay en mi hacienda.
Hey, no vueles tan alto... que dicen que ofrecer mucho al que ha pedido poco es no darle nada.
Déjame ver ese santo cordón que ha ceñido tan hermosos miembros.
Tómalo... y si yo no muero, te daré también a su dueña.
¡Oh, santo cordón! ¡Qué secretos habrás visto!
Pronto tú verás más... y con más sentido.
¿Y la oración?
Me la dará mañana, ocasión que aprovecharé para hablar más de tus virtudes y acrecentar su buena disposición hacia ti.
Oh, señora, qué música celestial traes a mis oídos.
Tú, señor, confía en mis buenos servicios.
Que yo pagaré con gusto.
Mientras Calisto se abrazaba a su cordón como si fuera una reliquia santa y Sempronio se burlaba de él por lo bajo, pensando que por gozar con el cordón, no va a querer gozar a Melibea, Pármeno todavía movía a ambos lados su cabeza... por lo que Celestina entendió que para evitar toda posibilidad de que se estropeara su negocio, debía apresurarse a cumplir la promesa de conseguirle a Areúsa, lo que intentó hacer esa misma noche.