Esa noche, caminando con mucho sigilo y silencio para que no los sorprendiera la guardia ni alertar a sus vecinos, Celestina y Pármeno llegaron a la casa de Areúsa quien se había acostado temprano aquejada de mal de madre. Celestina tuvo que golpear recio la puerta antes de que su protegida le abriese.
Areúsa, soy yo, Celestina.
¿Cómo vienes a estas horas? Ya estaba acostada.
Como las gallinas... Así poco medrará la hacienda.
Voy a vestirme, que me quedaré helada le replicó Areúsa volviéndose de espaldas a la puerta, lo que Celestina aprovechó para hacer entrar furtivamente a Pármeno.
No te vistas. Métete de nuevo en la cama, Ahí hablaremos.
Lo necesito, que me he sentido mal todo el día.
Pues acuéstate y tápate que pareces una sirena.
Bien dices, tía.
Hablando en voz alta, tanto para halagar a su pupila como para calentar a Pármeno, Celestina aprovecha también para ella misma solazarse, palpando con gusto las carnes jóvenes de Areúsa.
¡Ay!, cómo huele toda tu ropa al moverte. Siempre me han gustado tu limpieza y tus sábanas. ¡Qué fresca está tu piel! ¡Qué suave! ¡Bendígate Dios! Déjame mirarte que disfruto de solo verte.
¡Ay! madre!, no me hagas cosquillas, que me sube el dolor.
¿Qué te duele, mi amor?
Desde que he llegado a casa me está matando el mal de madre. La matriz se me ha subido a los pechos y parece que se me quiere salir del cuerpo.
A ver, deja que yo te palpe... ¿Dónde te duele? ¿Aquí?
No, ahí no. Más arriba, sobre el estómago.
Ah, ¿aquí?
Ahí no, más arriba; en el estómago.
Qué hermosa estás, Areúsa. Bendígate Dios. Que en la gloria alcances a San Miguel. ¡Qué pechos! Ahora que te veo así desnuda te digo que no hay en todo Toledo tres cuerpos como el tuyo. Quién fuera hombre para gozar estas prendas.
¡Ay!
¿Para que las tapas, hijas? No te ha dado Dios esas tetas, para que pasen la flor de la juventud bajo las sábanas o los vestidos.
¡Ay, madre. Dame algo para el dolor y no te burles de mí.
Todos los olores fuertes son buenos para este mal: el poleo, la ruda, el ajenjo, el romero, el incienso... Pero a ti... yo podría darte una cosa mejor. La mejor de las medicinas, yo siempre la tenía a mano, pero yo no te la voy a decir...
¿Ves el mal que estoy pasando y no quieres curármelo?
Anda, que tú ya bien me entiendes. No te hagas la boba.
¡Ah!, ya te entiendo. Pero, ¿que quieres que haga?
Ya sabes lo que te he dicho de Pármeno. ¿Por qué vas a negarle lo que tan poco te cuesta?
Sabes que tengo un amigo; no querrás que le haga bellaquerías con lo bien que me trata.
¿Y por que no te cura tu amigo el mal de madre?
Se ha ido con su capitán a la guerra de Granada.
En cambio, Pármeno está allá afuera... Tú verás, si quieres que entre.
¡Ay, madre! ¿Y si nos ha oído?
No, que se ha quedado abajo. Quiero que suba y que le pongas buena cara, que goces de él y él de ti... que aunque él gane mucho, tú no pierdes nada.
Ya has oído que tengo un amigo. Si se entera, me mata. Las vecinas se lo dirían en un instante.
No te preocupes, que hemos entrado sin hacer el menor ruido.
¿Y qué pasará las otras noches?
¡Ay!, Areúsa. ¿Tan mal te quieres? Si estando lejos tu amigo, le tienes miedo, ¿qué harías si estuviese en la ciudad? Jamás dejo de dar consejos a las bobas como tú. Mira tu prima Elicia. Ya está hecha toda una maestra. Se precia de tener un amigo en la cama, otro en la puerta y otro más que todavía suspira por ella... y a todos les muestra buena cara y todos piensan que son muy bien queridos. No tendrás muchos manjares si te alimentas de una sola gotera. Dos amantes es mejor que uno. No hay cosa más perdida que el ratón con un solo agujero; si lo tapan, no tiene cómo protegerse del gato... Un solo manjar todos los días cansa... Una golondrina no hace verano. Nunca me agradó el uno. Más pueden al menos dos y más cuatro. Mientras más mejor; así puedes escoger. Al menos dos, Areúsa. ¿No tienes dos orejas? ¿Dos pies y dos manos? ¿No tienes dos sábanas para la cama? ¿Dos camisas para mudarte? Cuantos más moros, más ganancia. ¡Pármeno!, sube.
¡Ay!, que no suba que me muero de vergüenza.
Aquí estoy, para quitártela. Y a Pármeno, que también es un apocado.
Pármeno, que en verdad ya hace rato que había subido y había estado escuchando por detrás de la puerta y atisbando por las rendijas de la misma, entró todavía tímido y silencioso, quedándose en un rincón.
Señora, Dios salve tu graciosa presencia.
Gentilhombre, buena sea tu venida.
¡Qué par de pobres diablos! Tratando de imitar ese añejo lenguaje de ricos que solo lo conocían de oídas.
Ven acá, asno. No seas vergonzoso. Ahora, oídme ambos lo que os digo. Ya sabes, Pármeno, lo que te prometí, y tú hija mía, lo que te he rogado.
¡Ay!, señora. No me lo mandes le rogó Areúsa, cubriéndose la cara con las sábanas.
¡Ay!, madre mía. No quiere ni mirarme. Dile que le daré todo lo que te dejó mi padre.
¿Qué te dice Pármeno a la oreja?
Dice... que se alegra de tu amistad y que desde ahora promete llevarse muy bien con Sempronio y no con su amo... ¿Verdad que sí, Pármeno? ¿Verdad que me lo prometes?
Lo prometo.
Y tú, Areúsa, prosiguió Celestina hablándole ahora al oído a su pupila. ¿A qué tan esquiva? No por hacerte pasar por honesta, me harás pasar a mí por necia o incapaz de guardar tus secretos.
Madre, perdóname si me he equivocado. Que él haga lo que quiera, pero no te enojes tú conmigo.
No tengo ya enojo, querida hija. Pármeno, acércate aquí, putico, que quiero ver qué eres capaz de hacerle a Areúsa. Regocen ya juntos en esa cama, que esto me mandaban a mí comer los médicos cuando tenía mejores dientes.
Al día siguiente Pármeno se despertó muy contento aunque se sobresaltó enseguida, porque cuando abrió los ojos ya pasaba el mediodía... y Areúsa se despertó decepcionada porque, aunque no lo pasó nada de mal enseñándole un par de cosas del amor a Pármeno (que con Areúsa se estrenaba), todavía sentía dolores de madre. A pesar de las protestas de su nueva amiga, Pármeno se vistió rápido y corrió a casa de Calisto para reportarse a Sempronio.
¿Estas son horas de llegar? lo amonestó Sempronio cuando llegó corriendo.
No me regañes y te contaré las maravillas que me ha deparado la buena fortuna.
¿Algo con Melibea?
Qué Melibea, ni Melibea. No debe haber nadie en la Tierra tan alegre como yo, porque nadie se ha visto tan en la gloria como yo estuve anoche con Areúsa.
Ah... Ya todos estamos enamorados. Ahora verás que fácil es poner obstáculos a las vidas ajenas y que duro es velar cada cual con la suya.
No me has dado tiempo para decirte cuánto me arrepiento por todo lo que ha pasado y quiero ahora ayudarte con todas mis fuerzas.
Las palabras son fáciles; te haré caso cuando vea las obras. Pero dime..., ¿qué es toda esa historia de Areúsa?
Oh, ¿qué te contaría yo?
¿Cuánto te ha costado? ¿Le has dado algo?
Nada. Pero la he convidado a comer. Ea, vete con nosotros.
De mil amores. Pármeno, seamos como hermanos; disfrutemos, comamos que el amo ayunará por todos.
¿Duerme todavía?
Como no lo hizo de noche por soñar con Melibea... Ahora dormirá todo el día.
Pues mientras se despierta, vamos a mandar la comida donde Celestina para que vayan preparándola. >
Y como buenos criados que eran, Sempronio y Pármeno hurtaron jamones, quesos, pollos, jarras de vino... higos, almendras, turrones, mazapanes y otras cosas más de la alacena de su buen amo Calisto y se fueron corriendo a casa de la alcahueta a gozar de un magnífico banquete con el que celebraronn sus buenas fortunas en el amor y el dinero...