La Celestina

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xii. Melibea sufre sus penas de amor


El rey descansa (una melodía medieval).
M
ientras tanto, esa misma noche en la Pármeno aprendía las dulces cosas del amor guiada por la experimentada sabiduría de Areúsa, ya sea por la magia del hilado que le llevó Celestina, o por el influjo de la luna llena toledana, o por sus lecturas de amor apasionado y sin esperanza... o porque en verdad no le habían molestado tanto sus palabras alocadas esa mañana en el Mercado o por cualquier otra causa, el hecho es que Melibea había caído presa de un profundo amor por Calisto... Después de dejar el balcón donde observaba la luna, Melibea volvió a su cuarto donde acostada en su cama y refregándose contra las sábanas pensó en sí misma y en Calisto.

¡Desdichada de mí!

Si no me fuera mejor para mí contentarle a él...

¡Qué error he cometido! Ahora va a descubrirse mi herida! ¡Me invade el temor de que, descontento con mi respuesta, Calisto haya puesto sus ojos en otra!

¡Él me rogó, yo le dejé ir y ahora soy yo quien le quiere!

¿Qué dirías de mí, fiel Lucrecia? ¿Te parece una locura que ahora me ponga a pregonar lo que antes te oculté?

¿Adónde han ido a parar mi honestidad y mi vergüenza, los dones que mi condición de doncella me obligaba a guardar? ¡Ay sexo femenino, cuán débil y frágil eres! ¿Por que no les estará permitido a las hembras desvelar a los varones su angustioso y ardiente amor? ¿Por qué una mujer no puede descubrir su tormento...como lo hacen los hombres?

Calisto vive lamentándose y yo me quedo aquí, sola en mi cama, sufriendo.

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