Celestina, bienvenida seas, ahora soy yo quien te ruega que me asistas como lo hice yo antes al darte mi cordón.
¿Y cuál es el mal que te atormenta hija mía?
Me comen el corazón unas serpientes dentro de mi cuerpo.
Me da mucha pena verte triste, Melibea.
Pues alégrame tú, que me han dicho grandes cosas sobre tu sabiduría. Por amor de Dios, señora, dame un remedio para mi mal.
Gran parte de la salud es desearla. Pero para yo poder ayudarte necesito saber, primero, que parte de tu cuerpo es la más adolorida; segundo, si es primera vez que sientes este dolor... y, tercero, si procede de un pensamiento cruel que se asentó en esa parte adolorida.
Amiga Celestina, mujer sabia y grande. Mi mal está en el corazón, bajo la teta izquierda. Sí, es primera vez que siento que no puedo dormir, que se me nubla la razón y que no me dan ganas de comer. Sobre si hubo un pensamiento cruel... no lo sé... a no ser lo que sentí cuando me pediste mi cordón para ese hombre.
Hermosa Melibea, yo ahora estoy segura de la causa de tu sufrimiento. Si me das permiso, te la diré.
¿Cómo Celestina? ¿Me pides permiso para curarme? ¿Qué médico hace eso? Di lo que quieras, si no daña mi honra.
Veo, señora, que por una parte te quejas del dolor; pero, por la otra, pareces temerle al remedio.
Oh, Celestina. Di, por Dios, lo que quieras, pues no puede ser tu remedio peor que mi tormento aunque afecte mi honra y dañes mi fama. Te doy mi palabra, Celestina, si con ello me curas mi mal, tendrás un galardón.
Señora, aquella sospecha tuya es parte de mi cura...
Calla, por Dios, no lo nombres.
Ten paciencia, señora, que tu llaga es grande y necesita una cura áspera..., pero que te hará bien. Si soportas la aguja que sientes al mencionar yo su nombre, sanarás.
Prefiero que rasgues mis carne y me saques el corazón.
El amor se asentó en tu pecho sin romper tu vestido; no podría yo rasgar tu carne para curarlo.
¿Cómo llamas a este dolor asentado en mi cuerpo?
Amor dulce.
Eso me aclara qué es. Con solo oírlo me alegro.
Es también un fuego oculto, una agradable llaga, un sabroso veneno, una placentera dolencia, una herida que da placer, un tormento gozoso, una dulce muerte.
Oh, pobre de mí entonces. Si es verdad lo que dices, mal remedio tengo: lo que uno tiene de bueno, el otro lo tiene de malo.
No desconfíes de la curación, señora. Dios da los males y también la medicina. Una flor conozco yo... que de todo esto puede librarte.
¿Cómo se llama?
No me atrevo a decirlo.
Di, no temas.
Calisto.
El libro de Rojas es una sátira o una parodia del amor cortés, pero no por eso deja de imitar sus tópicos... Así, en el libro y en la película de Gerardo Vera, al oír el nombre de su único posible remedio, Melibea cayó en los brazos de Celestina semi desmayada.
¡Por Dios bendito! Abre los ojos, Melibea.
Calla, Celestina, ya estoy bien; no escandalices.
¿Qué quieres que haga, perla preciosa?
En el cordón llevaste envuelta mi libertad. Ahora ya no tengo miedo. Tú me has permitido mostrar esta pasión por mi señor que jamás pensé que mostraría, ni a ti ni a nadie.
Por los clavos de Cristo; este es mi regalo: haré que en un vuelo se cumpla tu pasión... y el deseo de Calisto.
¡Oh mi Calisto, mi señor, mi dulce alegría! Celestina, amiga, si no quieres dejarme morir, busca la manera de que lo vea presto.
Para que lo veas y para que le hables... Esta noche, a las puertas de tu casa, cuando den las doce.