Allí lo encontró Celestina con Sempronio y Pármeno bien cerca, aunque estos, qué duda cabe, no rezaban.
Señor, todo este día he trabajado en tu negocio y por ello he dejado a otros. Pero todo ha sido en buena hora, pues te traigo muy buenas palabras de Melibea. En pocas palabras, señor, he dejado a Melibea a tu servicio.
¿Qué me dices, Celestina?
Que Melibea es más tuya que de sí misma; más está a tus órdenes y deseos que a los de su padre, Pleberio.
Habla con propiedad, madre le replicó Calisto, santiguándose. Melibea es mi señora, Melibea es mi dios, Melibea es mi vida, Yo soy su cautivo, su siervo.
No desconfíes, señor intervino Sempronio. Dale algo a Celestina por su trabajo, que eso esperan sus palabras.
Bien has dicho, Sempronio. Madre mía, Celestina, yo sé que mi liviano galardón jamás igualará tu trabajo. En lugar de un manto, toma esta cadenilla; póntela al cuello y continúa con tus razones y dándome alegría.
No es difícil imaginar de nuevo cómo se le encogieron las tripas a Celestina de asombro y de espectación y cómo se les alargaron a Sempronio y a Pármeno sus ojos, sus codicias y sus envidias.
Ahí estaba Celestina, que había aspirado a lo más a un manto y quizás a un vestido, pudiéndose colgarse del cuello una no muy en justicia nombrada simple cadenilla, sino una hecha de varias onzas del más fino oro.
Con mucha calma y aplomo, Celestina le respondió a Calisto:
Señor Calisto, para una vieja flaca como yo, has sido muy generoso. Pero como todo don o dávida se juzga grande o chica en relación a quien lo da, no quiero recordarte mi poco merecer. En pago a tu generosidad, yo te devuelvo la salud. Melibea pena más por ti que tú por ella; Melibea te ama y te desea ver; Melibea piensa más horas en tu persona que en la suya; Melibea se llama tuya; está cautiva de tu amor y a eso ella le llama libertad y con ello ella amansará el fuego que a ti más te quema.
¿Te burlas de mí, señora? No tengas miedo en decirme la verdad que más de lo que ya has recibido merecen tus trajines.
Si miento o digo la verdad, podrás saberlo tú mismo esta noche yendo a su casa cuando den las doce. De su propia boca, podrás saber todo el amor que te tiene y quién se lo ha causado.
¿Es tal cosa posible que me pase? ¡Dios! No soy capaz de tanta gloria.
Siempre es más difícil de soportar la buena fortuna que la mala, porque en la prosperidad nunca estamos tranquilos, mientras que en la adversidad siempre nos buscamos algún consuelo. Gracias, señor, por la cadenilla.
Así, sin más, se fue Celestina a su casa a contárselo todo a Elicia, dejando a Pármeno y a Sempronio murmurando luego que su amo se retirara por un momento breve a sus habitaciones para reponerse solo y en calma de tanta emoción y de tanto alboroto.
De qué te ríes, Pármeno.
De la prisa que tuvo la vieja por irse. No podía creer que tuviera en su poder la cadenilla ni que se la habían dado de verdad.
¿Qué quieres que hiciera una puta alcahueta acostumbrada a reponer siete virgos por unas pocas monedas al verse de pronto cargada de oro? Ponerse a salvo. Pero que se encomiende al diablo, que si no la reparte como nos corresponde, le sacaremos el alma.