La Celestina

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xvii. Calisto y Melibea intercambian palabras de amor

A
unque la novela de Fernando de Rojas es supuestamente una tragedia (hay un montón de muertos al final de la historia), incluye también varios pasajes cómicos y divertidos, esta es una de las razones por las que se llama tragicomedia (la otra razón es que varios de los muertos no son nobles). Uno de estos momentos divertidos y cómicos es la impaciencia con la que Calisto esperaba a que fueran ya las doce de esa noche en la que tendría su primera cita con Melibea, y el miedo que sentían Sempronio y Pármeno ante la posibilidad de encontrarse con los hombres de Pleberio y tener que usar sus espadas o el montón de piedras que llevaron en un saco o, simplemente, sus piernas para poner los pies en polvorosa.

Salieron de casa cuando faltaba poco para las doce. Cerca de la de Pleberio, Calisto le pidió a Sempronio que se asomara a ver si había alguno de sus hombres vigilando la entrada.

Y ahora sí, Calisto se acerca a la puerta de entrada de la casa de Melibea, quien, desde adentro, lo espera junto a Lucrecia. Dejando muy pronto de lado los fingimientos decorosos demandados por las historias de amor cortés (pero manteniendo su lenguaje enrevesado), Melibea prefirió abrir su corazón y confesarle su amor y se tomó aun menos tiempo en darle una nueva cita, no ya a través de una puerta, sino juntos los dos en la frescura de su huerto.

En cuanto Lucrecia le confirmó que la voz que se oía al otro lado de la puerta era la de Calisto, Melibea se acercó y dijo:

Ya está. Una segunda cita... ahora en el huerto. Sin puertas ni verjas de por medio. Hay que pasar a la siguiente escena entonces y por eso, oportunamente, se oyen cascos de caballos.

...sino la pérdida de tu honra. Recordemos que aquí el temor a perder la honra radica en la posibilidad que se develase el secreto de sus encuentros furtivos..., como el que ya ha ocurrido, a espaldas de su padre Pleberio.

Claro que con tanto alboroto, Pleberio, que no era sordo, tenía que despertarse y cuando Melibea y Lucrecia regresaban a sus aposentos Pleberio llamó a su hija para preguntale qué pasaba.

Hasta el más manso animal se exaspera de amor y temor por sus hijos. ¿Qué habrían hecho mis padres si se enteraran de la verdadera sed que me perturba y del agua que me trajo Lucrecia?

No comentaremos las mentiras de Melibea; sigamos por un momento a Calisto y a sus criados. Habiendo logrado burlar la guardia, llegaron agitados a su casa. Calisto pensando en Melibea; Sempronio y Pármeno, todavía en la cadenilla de Celestina.

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