El libro de Fernando de Rojas nos recuerda que cuando eres pobre compartes lo poco que tienes con aquellos que gozan la misma suerte que la tuya, pero cuando de pronto te crees que algo has subido, lo quieres todo para ti. ¡Pobre Celestina!, ¿qué malditos y fuleros demonios fueron los que cayeron sobre su casa el día que Sempronio se acercó a hablarle de un buen negocio con Calisto? Ahí estaban sus airados socios ahora, golpeando fuerte la puerta cuando todavía no salía el sol.
¿Quién llama?
¡Abre la puerta! Somos tus hijos.
Yo no tengo hijos que anden por las calles a estas horas.
Ábrenos, Celestina, somos Sempronio y Pármeno. Hemos venido a desayunar contigo.
Haberlo dicho antes, hijos míos, pasad, pasad. ¿Qué hay con Calisto?
Si no fuera por nosotros ya tendría su posada eterna.
¿En tanto peligro habéis estado, Sempronio? ¡Cuéntamelo, por Dios!
Es muy largo de contar. Mejor nos preparas pronto algo de comer; que luego debemos conversar de nuestro asunto.
¿De cuál de nuestros asuntos me habláis?
No tengo un maravedí ni para caerme muerto.
Pídeselo al generoso de tu amo cuando se despierte. Por ahora, entrad al comedor y comed lo que queráis... que yo tengo otros quehaceres.
No tan rápido, Celestina. Calisto primero nos dio diez doblones; ahora nos ha dado una cadena.
¿Nos ha dado, Sempronio? ¿Estás loco? ¿Qué tiene que ver lo que tú ganas con tu amo y lo que yo me he ganado con mi diligencia y trabajo?
¿Lo ves, Pármeno? Cuando esta vieja pensaba que el negocio sería pequeño, hablaba de repartir; ahora que ha crecido, no quiere dar nada de lo suyo.
Sempronio, Pármeno, estad tranquilos. Soy vieja y sé lo que os pasa. Estáis pensando que no queréis estar toda la vida atados y cautivos a Elicia y Areúsa. No os preocupéis, putillos, donde os he conseguido una, puedo conseguiros otras diez.
Le digo una cosa a esta vieja y me sale con otra. A otro galgo con esa liebre, que no seré tan viejo como tú, pero no soy menos ducho. Déjate de chanzas, Celestina, y danos las dos partes que nos tocan de lo que te ha dado Calisto..., si no quieres que descubra quién eres.
¿Quién soy, Sempronio? ¿Acaso me has sacado tú de la putería? Soy una vieja como Dios me hizo. Vivo limpiamente de mi oficio, como los demás del suyo. A quien no me quiere, yo no le busco en sus casas. Es a la mía adonde vienen a buscarme y a rogarme. No sueñes con maltratarme, que la justicia a todos alcanza. Y tú, Pármeno, no sueñes tampoco que porque sabes mis secretos y lo que le ocurrió a tu desdichada madre soy tu cautiva.
No me hinches las narices con esos recuerdos, Celestina, si no quieres que te envíe adonde está ella y así te quejes con más ganas.
Tarde se dio cuenta Celestina de que que la cosa iba en serio y comenzó a gritar llamando a su protegida que dormía arriba con otro de sus clientes.
¡¡Elicia! ¡Elicia!!! ¡Despierta!
¡Vieja avarienta! ¿No te bastaba con la tercera parte de lo ganado?
¡Qué tercera parte ni que niño muerto! ¡Marchaos ahora mismo! ¡¡Elicia! ¡Justicia!! ¡Justicia!! ¡Vecinos!!!
¡No grites y danos nuestro dinero! O te mando ahora mismo al infierno.
¡Elicia, hija! ¡Socórreme!
Ahí estaba ahora Elicia que había bajado por fin de su cuarto, todavía medio durmiendo y entera con miedo.
Sempronio, ¡por Dios! Guarda esa espada, que es nuestra madre. Pármeno, sujétale; calma a este loco.
Pero los que cuentan esta historia dicen que Pármeno, lejos de seguir el ruego de Elicia y sujetar y calmar a Sempronio, se abalanzó contra Celestina y con su propia arma la estocó en el vientre... y luego Sempronio, la estocó a su vez, y una vez más y otra más.
¡Socorro, vecinos!
¡Dale! Remátala, Sempronio, a ver si se calla de una vez.
¡Confesión! ¡Confesión! gritó Celestina.
¡Que os condenen al infierno, malditos. Habéis matado a mi madre.
¡Por la ventana, Sempronio, por la ventana.
Sempronio y Pármeno saltaron por la ventana, dejando atrás a Celestina muerta y a Elicia llorando. Al llegar al suelo, fueron cogidos por los guardias que habían acudido hasta allí alertados por los gritos de Celestina y los de los espantados vecinos. Malheridos por su caída, Sempronio y Pármeno no resistieron cuando los llevaron a las mazmorras y al día siguiente fueron rápida y publicamente ajusticiados.
Ya, se acabó.