La Celestina

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xix. Sin penar demasiado, Calisto continúa con sus planes.

T
res muertos. Celestina, Sempronio y Pármeno. Siempre nos quedarán las dudas —Fernando de Rojas deja intencionalmente el asunto ambiguo— sobre cuáles fueron las verdaderas motivaciones que llevaron a Pármeno a darle esa primera estocada a la vieja alcahueta desencadenando toda la funesta tragedia; si, como Sempronio, su pasión por el oro; o por vengar la traición artera que años antes condenó al cadalso y a la hoguera a su madre Claudina. Cuando después de despertarse no pudo encontrar a sus criados por ninguna parte, Calistó llamó a Sosia quien ya venía corriendo de la plaza, testigo de las muertes de sus compañeros.

De lo que no nos quedan dudas es de cuánta razón tenía Celestina... Si una miserable lágrima derrochó Calisto, no fue por la pérdida de Sempronio y Pármeno, sino por la posible pérdida de su propia honra por la maledicencia de las gentes y, peor aun, por el posible entorpecimiento de los planes que tenía para esa noche. En la película de Gerardo Vega, Calisto recita el siguiente soliloquio:

«Vengan, si quisiesen, todos los desastres juntos. Sempronio y Pármeno eran audaces; ahora o más tarde habrían de pagarlo. La vieja era mala y falsa. Dios le habrá hecho pagar su parte de culpa en todos esos adulterios facilitados por sus artes. Por mi parte; yo cumpliré lo que Melibea me ha mandado. Me va más la gloria que esta noche he de conseguir en su huerto, que lamentar a los que ya han muerto.»

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