Fuera de mi casa, rufián, bellaco, mentiroso, embaucador; que me tienes engañada, boba, prometiendo mucho y no dando nada. Te he dado sayo y capa, espada y escudo; camisas, armas y caballo. Y ahora, por una cosa que te pido, pones mil excusas.
Si tú me lo pides, me peleo contra diez hombres, Areúsa, pero no me pidas que haga una legua de camino a pie.
¿Por qué te jugaste, entonces, el caballo, miserable tahúr? Tres veces te he librado de la justicia. Sin mí, ya estarías ahorcado. ¿Por qué soy tan loca? ¿Por qué creo en tus mentiras? ¿Por qué te dejo entrar por mis puertas? Por los huesos del padre que me hizo y por la madre que me parió, te juro que voy a hacer que te den mil palos en esas espaldas de molinero. ándate con cuidado, Centurio, que ya sabes que tengo quien puede hacerlo.
Areúsa..., cuidado conmigo; como yo me acalore... habrá alguna que acabe llorando.
Justo cuando esta disputa doméstica iba terminando con Centurio saliendo empujado de la casa de Areúsa, llegaba a ella la acongojada Elicia vestida de negro.
¿Eres tú, mi Elicia? ¡Jesú, Jesú! ¿Qué es esto? ¿Quién te cubrió de dolor? ¿Qué manto de tristeza es este? Me dejas sin tiento. Ninguna gota de sangre me queda en el cuerpo.
¡Gran dolor! ¡Gran pérdida! Más negro traigo el corazón que el manto; más las entrañas que las ropas. ¡Ay, hermana, hermana, que no puedo hablar. No puedo de ronca sacar la voz del pecho.
Hermana, dime. ¿Es malo para las dos? ¿Me toca algo a mí?
¡Ay, prima mía y mi amor! Sempronio y Pármeno ya no viven. Sus ánimas ya están purgando sus yerros; ya son libres de esta triste vida.
¿Qué me cuentas? No me lo digas, por Dios, que me caeré muerta.
Pues aun hay más males. Celestina, aquella que tú bien conociste; aquella a quien yo tenía por madre, aquella que me regalaba, aquella que me encubría, aquella con quien yo me honraba entre mis iguales, aquella por quien yo era conocida en toda la ciudad y sus arrabales, ya está dando también cuenta de sus obras. Mil cuchilladas le dieron ante mis ojos; en mi regazo, me la mataron.
¡Qué desastres! ¡Qué pérdida tan incurable! ¿Quién los mató? ¿Cómo murieron? Estoy pasmada, sin tiento. ¡Qué rápida gira la rueda de la Fortuna. No hace ocho días celebrábamos juntos y ya podemos decir ahora «¡Qué Dios los perdone!» Dime, amiga, cuéntame cómo ocurrió este doloroso caso?
Calisto por mediar sus amores con la loca de Melibea le dio a Celestina una cadena de oro... y como ese metal tiene una cualidad tal que cuanto más bebemos de él, más sed nos pone, cuando la desdichada se vio rica quiso escabullirse con toda la ganancia sin repartir con Sempronio ni con Pármeno como habían antes acordado. Ellos, cansados como venían de haber pasado toda la noche cuidando los amores de su amo y airados de no sé qué enfrentamientos, le pidieron su parte de la cadena para remediarse. Ella se negó, diciendo que era suya, así estuvieron largo rato discutiendo, de eso y de otras cosillas, hasta que Pármeno y Sempronio viéndola tan terca y codiciosa, echaron mano a sus espadas y le dieron mil cuchilladas.
¡Oh, desdichada mujer! Y ellos, ¿cómo acabaron?
Por huir de la justicia que pasaba por ahí, saltaron por la ventana. Casi muertos los prendieron y sin más dilación esta mañana los degollaron.
¡Oh, mi Pármeno y mi amor! ¡Cuánto dolor me pone su muerte!
¡Ay, yo rabio y pierdo el seso! No hay quién pierda lo que yo pierdo! ¿Adónde iré? Pierdo madre, manto y abrigo, pierdo un amante, que no me hacía falta un marido. ¡Oh, Calisto y Melibea, causadores de tantas muertes! Que vuestra gloria y cantos se vuelvan llanto, que se sequen los árboles de vuestro huerto, que sus flores olorosas se tornen de color negro.
Calla, por Dios, hermana. Pon silencio a tus quejas, enjuga tus lágrimas, limpia tus ojos. Vuelve a tu vida; que cuando una puerta se cierra, otra suele abrir la Fortuna. Muchas cosas imposibles de remediar, pueden vengarse. Esta ya no tiene remedio, pero nosotras tenemos la venganza en las manos.
Areúsa, ¿y de quién podremos tomar ya venganza? De lo que más dolor siento es ver a ese Calisto que no deja cada noche de festejar a su estiércol de Melibea y a ella no importarle toda la sangre vertida por su servicio.
Si eso es verdad, ¿de quién mejor se puede tomar venganza? Déjamelo a mí, que si descubro dónde y a qué hora se encuentran, con la ayuda de ese a quien viste salir, haré que se les amarguen sus amores.
Yo conozco, amiga, a un mozo de caballos compañero de Pármeno llamado Sosia que de seguro sabe de sus encuentros secretos.
Hazme el favor de enviarme a ese Sosia. Con mis halagos le sonsacaré lo que necesitemos. Y tú, Elicia, alma mía, trae a mi casa tu ropa y tus cosas y vente a vivir conmigo que la soledad es amiga de la tristeza. Con un nuevo amor, olvidarás los viejos. De un pan que yo tenga, tú tendrás la mitad.
Te lo agradezco, fiel Areúsa; pero venir a tu casa, no me traería buen viento. Allá soy conocida; el alquiler pagado por un año. Allá irán mis amantes que no sabrían de mi otra morada. Ya sabes cuán duro es cambiar de costumbres.