La Celestina

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xxii. Sosia visita a Areúsa

D
uchas eran esas dos mujeres —Elicia y Areúsa— en encender el deseo y la esperanza de los hombres; hábiles eran en sus coqueteos, postergando indefinidamente la entrega, si venía al caso y así sacar más provecho, cuando no dejaban a un ingenuo amante para siempre frustrado con sus ganas insatisfechas, aunque también hay que decir que no necesitaban mucha astucia ni artes de prostituta para embolicar a un joven ingenuo e inexperto en lances amorosos como Sosia.

Por eso fue fácil para Elicia, buena embaucadora y ya sin ropas de luto, convencer al antiguo acemilero y ahora criado de cámara de Calisto que fuera esa tarde a visitar a su prima Areúsa. Ahí estaban las dos, hablando de Sosia para sus planes de venganza y ponderando sus mañanas, tardes y noches futuras, ahora que no estaba Celestina, dejándolas a ellas con más libertad y con más herencia y fortuna, cuando alguien dio porrazos a la puerta.

Areúsa le franquea la puerta a Sosia al tiempo que finge tal admiración y contento que deja al nuevo ayuda de cámara, si bien asombrado, apabullado y confundido con tantas palabras obsequiosas y zalameras, también muy ufano y satisfecho.

Lo que le "da" de espaldas Areúsa a Sosia es una higa: el gesto hecho con el puño cerrado y con el pulgar metido entre el dedo índice y medio. Originalmente era un amuleto, hecho de metal o de cerámica, contra el mal de ojo, pero se usaba —se usa— también como un gesto de insulto o de desprecio similar al del dedo medio extendido usado comúnmente hoy.

Aunque Elicia y Areúsa eran, sin duda, duchas en engatusar a los hombres en lances de amor, sobre todo cuando se trataba de un necio como Sosia, no lo eran tanto, si se trataba de pedirle a un rufián fanfarrón y cobarde que le corriera la cortina (esa es una frase que seguramente no conocía Fernando de Rojas) a Calisto ni siquiera que le diera una paliza. Las amigas llegaron a la casa de Centurio el que les prometió su ayuda; pero, como sabremos luego, no hacía mucho que ellas se habían marchado cuando Centurio estaba ya buscando la forma de librarse del compromiso. No es que hiciera demasiada falta, porque, a la postre, la Fortuna quiso que la venganza llegara a este mundo sin que Centurio y sus secuaces tuvieran mucha parte en el asunto.

Aun así podemos detenernos nosotros en este diálogo y enterarnos sucintamente de cúal fue el acuerdo que Elicia y Areúsa concertaron con Centurio.

Areúsa partió reprochándole su holgazanería.

Se fueron Elicia y Areúsa dejando pensando a Centurio, cómo salir del embrollo en el que se había metido.

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