¿En qué negocio sucio detrás de mi amo andas metida con Sempronio, puta vieja?
¡Puta sea tu suerte! ¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Tú, quién eres?
Te hablo así porque te conozco bien desde los días en los que mi madre me puso a servirte en tu casa cuando yo era un niño.
¡Jesús! Así que eres Pármeno, el hijo de la Claudina?
El mismo. ¡Puta vieja!
¡Pues que fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! Acércate; déjame verte. Por todos los santos del cielo, ¡claro que eres tú! ¿Por qué me persigues, Parmenico? ¿Es que no te acuerdas cuando dormías a mis pies, loquito?
Me acuerdo, y también que cuando aunque yo era solo un niño, alguna veces me subías hasta la cabecera y me apretabas contra tus pechos.
¡Mala landre te mate! Mira cómo lo dice el desvergonzado. Pármeno, déjate de burlas. ¿A santo de qué te preocupa a ti tanto tu amo?
Es mi amo, y lo quiero.
¡Ay, Pármeno! ¡Cómo se ve que eres joven y que la vida todavía no termina de enseñarte: los amos y los criados... Ven conmigo, Parmenico. Vamos a refrescarnos y hablando nos entenderemos.
Cualquiera que visite hoy Toledo y mucho más si vive ahí puede imaginar la taberna a la que Celestina llevó a Palermo. Un buen número de las tabernas de hoy están solo a la espera de los turistas, claro, pero hay otras que, frecuentadas también por los lugareños, tienen ese aire difícil de definir con precisión que nos permite asegurar que las perdices adobadas con vino blanco que ofrecen en su menú son del tipo de las que efectivamente degustaban Buñuel con sus amigos "Pepín" Blanco, Lorca y Dalí a mediados de los veinte del siglo pasado, y no imitaciones mezquinas y hechas a la carrera para satisfacer a los turistas con apuro para irse a la otra parada del tour. Como bien lo adivinó Poe en sus cuentos ambientados en el viejo Toledo, muchas de estas tabernas se encuentran en los sótanos que se aventuran a entrar un poco a las entrañas misteriosas y ocultas de la ciudad.
A una de esas tabernas bajaron, sorteando con cuidados a los mendigos sentados en las gradas de las escaleras, Celestina y Pármeno donde, sentados ya a una mesa, una mujer de pechos grandes y de pelo ensortijado, siguiendo el guiño del ojo que le hizo la alcahueta, les sirvió pronto dos vasos de no muy malo vino tinto.
Pármeno, dime: A ti, ¿qué te importa tu amo? Tú gana amigos, que es cosa durable. No vivas de las falsas promesas de esos señores que, como las sanguijuelas que sacan la sangre, son desagradecidos, se olvidan de los servicios y niegan después las recompensas. ¡Pobre de la que envejece en casa de sus señores! No bien rengue o caiga un plato de sus manos de anciana la echaran de casa acusándola de impía o de ladrona. Te lo digo, hijo, haz amigos en su casa, porque la amistad es cosa buena. Pero no trates de hacerte amigo de Calisto, porque la amistad entre criados y señores es cosa muy rara. En cambio, con Sempronio siempre tendrás un buen amigo. Ahora se nos presenta un caso con esta Melibea con el que todos podemos sacar buen provecho. ¿De qué dudas?
Celestina, tiemblo con solo oírte. Por una parte, te tengo por madre; por la otra, tengo a Calisto por amo. Riqueza deseo, pero quien sube por malas artes, más de prisa baja. Yo no quiero dineros mal ganados.
Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.
Pues yo no viviría contento así y tengo por cosa honesta la pobreza alegre. Te digo más: no son pobres los que poco tienen; sino los que mucho desean. Quisiera pasar la vida sin envidia, las carencias sin temor, el sueño sin sobresalto; responder a las injurias, resistir a los apremios.
Oh, Pármeno, hijo, que dicen que la prudencia es cosa de viejos; pero tú eres todavía muchacho y demasiado prudente; recuerda que la Fortuna ayuda a los osados. Te conviene la amistad con Sempronio, por las buenas monedas que vais a sacar, pero también por los placeres que juntos podréis disfrutar. Acércate, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus delicias. ¡Mala rabia me mate, si aunque vieja te pusiera la mano encima! La voz ya la tienes ronca, te asoma la barba... nada de quieta debes de tener la punta de la barriga.
Como cola de alacrán.
Peor que esa pica sin hinchar, pero esta... Esta hincha por nueve meses. ¡Ay Pármeno!, qué buena vida nos llevaríamos juntos. Mira la voluntad de Sempronio, qué similitud entre tú y él, en qué buena edad estáis los dos... para jugar, para comer, para vestir, para burlar, para negociar amores. ¡Ay, Pármeno!, si tú quisieses, qué vida gozaríamos. Sempronio ya ama a Elicia, la prima de Areúsa.
¿De Areúsa?
De Areúsa.
¿De Areúsa, la hija de Eliso?
De Areúsa, hija de Eliso.
¿Cierto?
Cierto.
Maravillosa cosa es.
Te parece bien Areúsa?
No hay cosa mejor.
Pues si tu buena dicha lo quiere... Aquí está quien te la puede dar. ¿O es que no quieres que yo te la consiga?
No lo sé. Te creo, pero no me atrevo.
¡Oh mezquino! Dios da habas a quien no tiene quijadas.
¡Ay Celestina! He oído decir a los más viejos y sabios que uno debe arrimarse a los que le hagan mejor. Mucho me temo que Sempronio, con su lujuria y avaricia, no me hará mejor a mí ni yo le curaré a él de sus vicios.
Oh, Pármeno; no te aísles ni te amargues. No posearás nada con alegría si no comentas con tus amigos las cosas agradables, sobre todo las del amor: «Esto hice, esto me dijo ella, así la besé, así me mordió, así la abracé, así lo hicimos... ¡Oh qué habla, oh qué juegos, oh, qué besos! Tenme la escala, aguarda a la puerta...». Para todo esto, Pármeno, no hay deleite sin compañía ni amigos.
No lo sé, Celestina. Recelo; desconfío de tus consejos.
¿No los quieres? Pues me despido ahora de ti y de este negocio... Ya regresarás cuando lo hayas pensado mejor y quieras más.