La Celestina

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vi. Buscando aliados y cómplices

C
elestina ya salía de casa de Calisto, todavía sorprendida de la cantidad de monedas que otra vez contaba disimuladamente con la mano para cerciorarse que en verdad su buena fortuna la habían puesto a calentarse en su faltriquera y que no todo era un fugaz sueño, cuando vio frente a ella a Pármeno parado en medio de la calle mirándola de arriba abajo y desafiándola:

Calles de Toledo

Cualquiera que visite hoy Toledo —y mucho más si vive ahí— puede imaginar la taberna a la que Celestina llevó a Palermo. Un buen número de las tabernas de hoy están solo a la espera de los turistas, claro, pero hay otras que, frecuentadas también por los lugareños, tienen ese aire difícil de definir con precisión que nos permite asegurar que las perdices adobadas con vino blanco que ofrecen en su menú son del tipo de las que efectivamente degustaban Buñuel con sus amigos "Pepín" Blanco, Lorca y Dalí a mediados de los veinte del siglo pasado, y no imitaciones mezquinas y hechas a la carrera para satisfacer a los turistas con apuro para irse a la otra parada del tour. Como bien lo adivinó Poe en sus cuentos ambientados en el viejo Toledo, muchas de estas tabernas se encuentran en los sótanos que se aventuran a entrar —un poco— a las entrañas misteriosas y ocultas de la ciudad.

A una de esas tabernas bajaron, sorteando con cuidados a los mendigos sentados en las gradas de las escaleras, Celestina y Pármeno donde, sentados ya a una mesa, una mujer de pechos grandes y de pelo ensortijado, siguiendo el guiño del ojo que le hizo la alcahueta, les sirvió pronto dos vasos de no muy malo vino tinto.

Buen vino

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