¿A qué vienes, Sempronio?
Que a mi amo no se le cuece el pan. Han pasado ya tres días y teme ya tu negligencia.
No hay cosa más propia del que ama que la impaciencia, sobre todo de los principiantes. Estoy contigo, Sempronio, pero todavía me queda trabajo que hacer... que no digan después que gano mi salario holgando sin hacer nada.
Hazlo como quieras, madre, que seguro no será este el primer negocio a tu cargo.
¿El primero? Pocas vírgenes en esta ciudad han abierto tienda sin que yo no haya sido corredora de su primer hilado. ¿Qué te crees, Sempronio? ¿Que me mantengo del aire?
No seré yo quien no aprecie tus trabajos, Celestina, pero dime, ¿Has hablado con Pármeno?
Tú sosiégate; a ese putillo le entregaré a Areúsa. Con los placeres que recibirá de ella se le cambiará el seso, será de los nuestros y no pondrá reparos a que le tendamos las redes a Melibea.
¿Y cómo harás para tenderlas?
No hay cirujano que quite el mal a la primera mirada y de eso podemos nosotros sacar lección beneficiosa. Melibea es hermosa; Calisto, loco y desprendido. Ni a él le doldrá gastar ni a mí caminar. Mientras suenen las monedas, que el pleito dure el tiempo necesario... y es que el dinero lo puede todo: parte las peñas más duras, cruza los ríos torrentosos sin mojarse. No hay lugar ni montaña tan alta que un asno cargado de oro no llegue a subirlo...
¿Y Melibea?
Aunque Melibea esté ahora brava, no es esta la primera a quien yo hecho perder sus quejas y bajarle los humos. Al principio son todas quisquillosas, pero la yegua que consiente una vez la silla encima del lomo, después primero muertas que descansar. Si caminan de noche, no querrán que amanezca; maldicen los gallos que anuncian el día y al reloj que camina de prisa. Aun así de vieja como yo soy, bien sabe Dios cuánto me dura mi deseo, cuanto más estas que jóvenes hierven sin necesidad de arrimárseles fuego; ruegan a quien antes les rogó, se hacen siervas de quien eran señoras, dejan de mandar y son mandadas; rompen paredes y abren ventanas. No te sabré decir, Sempronio, lo mucho que obra en ellas el dulzor que les queda en los labios de los primeros besos de quien aman.
No entiendo tus razones.
Digo que las mujeres o aman mucho a quienes las pretenden o le odian sin medida. Así, no pueden controlar ni su deseo ni tampoco su desamor. Con esto que sé por cierto, voy confiada a la casa de Melibea, porque sé que aunque ahora deba rogarle por Calisto, al fin ella me ha de rogar a mí para que se lo lleve; aunque ahora me amenace, al fin me ha de halagar. Ya he terminado el hilado que llevaré mañana a su casa y con la ayuda de mis otras artes, tu amo estará curado de sus males y de sus tristezas. Muy pronto verás cómo Melibea se pliega a los deseos de Calisto haciéndolos suyos.
Mientras de deseos hablaban Celestina y Sempronio, bajó Elicia de las habitaciones del segundo piso luego de haberle abierto la ventana a su ocasional cliente para que por allí saliese presto, y poder ella reunirse abajo con su más apetecido y regular amigo.
Estoy por hacerme cruces en el pecho, Sempronio... ¿Qué pasa con tanta venida?
Calla, boba, déjale a Sempronio que él y yo estamos ocupados en negocios más serios. ¿Está desocupada la casa? ¿Se fue ya la moza que esperaba al fraile?
Y también la que vino después... y nada para nosotras de balde.
Pues sube tú ahora al desván, descansa, mientras yo termino de santiguar este hilado.
Ahora me subo, pero ¡con Sempronio!
...y mientras a gozar sus deseos subían Sempronio y Elicia, Celestina dio las últimas puntadas al hilado y entonces lo sumergió en un caldero junto al fuego donde había ido juntando los ingredientes aceite de serpiente, sangre de macho cabrío y agua de mayo que, así lo creía ella, porque así se lo había enseñado su fiel amiga Claudina, facilitarían su conjuro:
Conjúrote, Plutón, señor de las profundidades infernales. Yo, Celestina, tu más notoria cliente y amiga, te conjuro por el poder y la fuerza de las vívoras con las que este aceite fue hecho, para que vengas sin tardanza y sobre este hilado te envuelvas, hasta que Melibea lo compre y de tal manera quede enredada en él, que cuanto más lo mire, más se abra su corazón al de Calisto con un amor tan recio y tan sin remedio que pierda por completo su pudor y venga a contármelo todo, a pedirme ayuda y premie mis trabajos. Y así confiada en mi gran poder, salgo para allá con mi hilado, donde creo que ya te llevo envuelto...