La Celestina

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vii. El amor de las mujeres

P
ármeno le advertía a Calisto que todo lo de Celestina: sus pócimas, sus unguentos, sus polvos y sus yerbas... era solo cuento y engaño. También quizás, entonces, sus conjuros, es decir, esas fórmulas mágicas que se escriben en un pergamino o se recitan para conseguir algún deseo. Pero en los tiempos de Fernando de Rojas había muchos que creían a pies juntillas en la efectividad de tales artes y, ciertamente, Celestina tenía una bien merecida fama entre las gentes de Toledo... aunque de estas artes se hablase con la voz baja por temor a la Iglesia siempre sospechosa de quienes practicaban milagros alejados de su propio alero. Lo cierto es que no debe extrañarnos que Calisto estuviese tan dispuesto a desprenderse de una buena cantidad de doblones a cambio de los oficios de la, entre sus muchos oficios, también hechicera. Pero como pasaban los días y no había recibido aún noticias de Celesina temió eso de que "a dineros pagados, brazos quebrados" y entonces envió a Sempronio a casa de la alcahueta para que averiguase qué pasaba con su negocio.

... han abierto tienda sin que yo no haya sido corredera de su primer hilado. "Abrir tienda" significa aquí haber tenido una primera experiencia sexual; una "corredora" es quien les vende el hilado, es decir, les facilita el encuentro. En otras palabras, Celelestina se ufana de haber sido la alcahueta de muchas... o de muchos.

Mientras de deseos hablaban Celestina y Sempronio, bajó Elicia de las habitaciones del segundo piso luego de haberle abierto la ventana a su ocasional cliente para que por allí saliese presto, y poder ella reunirse abajo con su más apetecido y regular amigo.

Notemos que Celestina se define como cliente y amiga de Plutón... lo que la hace una hechicera. Si se definiera como sierva, entonces sería una bruja... Sutil diferencia en la ley eclesiástica medieval que hace que una sea quizás castigada —como le ha ocurrido más de una vez a Celestina, pero no quemada en la hoguera, como le ocurrió a Claudina, la madre de Pármeno.

...y mientras a gozar sus deseos subían Sempronio y Elicia, Celestina dio las últimas puntadas al hilado y entonces lo sumergió en un caldero junto al fuego donde había ido juntando los ingredientes —aceite de serpiente, sangre de macho cabrío y agua de mayo — que, así lo creía ella, porque así se lo había enseñado su fiel amiga Claudina, facilitarían su conjuro:

Conjúrote, Plutón, señor de las profundidades infernales. Yo, Celestina, tu más notoria cliente y amiga, te conjuro por el poder y la fuerza de las vívoras con las que este aceite fue hecho, para que vengas sin tardanza y sobre este hilado te envuelvas, hasta que Melibea lo compre y de tal manera quede enredada en él, que cuanto más lo mire, más se abra su corazón al de Calisto con un amor tan recio y tan sin remedio que pierda por completo su pudor y venga a contármelo todo, a pedirme ayuda y premie mis trabajos. Y así confiada en mi gran poder, salgo para allá con mi hilado, donde creo que ya te llevo envuelto...

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